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Rebeldes sin causa, pero tan elegantes

Jacinto Antón
Esclavistas, retrógrados y orgullosos, pero soberbiamente vestidos
Esclavistas, retrógrados y orgullosos, pero soberbiamente vestidos

En la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), la Unión tenía la razón, pero los confederados los uniformes más elegantes (dejamos a Custer aparte). Es curioso que los malos sean tan a menudo los mejor vestidos. Aclarado que vamos a hablar aquí de moda y no de política, ni de moral (ni de las fases de la primera batalla de Manassas, aunque podríamos), y que estamos fervientemente a favor de la abolición de la esclavitud, pasemos revista a las filas rebeldes.

Al lanzarse a la secesión y la guerra, los Estados confederados se encontraron con el problema –añadido a todos los demás– de que tenían que vestir a sus tropas con uniformes diferentes a los que llevaban hasta entonces, ya que eran los mismos que los de los otros Estados de los EE UU. De haber persistido los confederados en vestir igual, la guerra no hubiera sido posible (lo cual hubiera ahorrado 620.000 vidas, una prueba del daño que puede causar la moda) o habría resultado muy complicada y hasta embarazosa, pues antes de disparar el soldado hubiera tenido que preguntar al (presunto) enemigo su bando, con todas las complicaciones tácticas derivadas de ello.

Los confederados, pues, decidieron uniformar a sus ejércitos de gris, lo que permitió por fin diferenciar a quién pegarle (o no) un tiro. La responsabilidad de diseñar los nuevos uniformes de Johnny Reb recayó en Nicola Marschall, un artista de origen alemán al que debemos también la bandera confederada (la oficial, no la hoy tan controvertida de combate con las dos aspas).

Porque no era sólo el color, sino la hechura de los uniformes confederados de alta gama: esas casacas, chaquetas cortas, levitas de doble botonadura con fajín, abrigos con aletas…"

La elección del gris no fue a efectos de camuflaje, sino que se debió sobre todo a que era un tinte barato. Pero el resultado fue en muchos casos espectacular. No nos estamos refiriendo, por supuesto, al soldado común, que, azul o gris, era un pringado, sino a la crême de la Confederación, esos oficiales tipo Leslie Howard que iban hechos un pincel y a los que se los rifaban las damitas sureñas en los bailes en las mansiones de Richmond y Atlanta (y en tantas películas).

Porque no era sólo el color, sino la hechura de los uniformes confederados de alta gama: esas casacas, chaquetas cortas, levitas de doble botonadura con fajín, abrigos con aletas… Siempre todo adornado con vueltas y cuellos amarillos o rojos, dorados en las bocamangas; ¡ah, y los sombreros! El rebelde común se cubría con el quepis o el sombrero cotidiano de granjero, pero el oficial estiloso, especialmente el de caballería o de Staff, se tocaba con el sombrero Hardee (“Jeff Davis”) o el Slouch –de ala levantada–, con adornos de latón y plumas de avestruz de colores. Combinado con una barba hipster avant la lettre –véase el retrato de William Mahone, gran héroe de la batalla del Cráter– ofrecía resultados soberbios, y también ensartado en el sable, como lo enarboló el general Lewis Armistead durante la célebre carga de Pickett en la campaña de Gettysburg (“¡Adelante, virginianos!”). Llegados aquí se preguntarán ustedes si quien firma estas líneas ha vestido alguna vez de confederado. La respuesta, ya lo habrán adivinado, es sí.

Hace años elegí caracterizarme de una glamurosa e imaginativa combinación de dos de los grandes líderes de la caballería sudista, Jeb Stuart y John Singleton Mosby (el Fantasma Gris), para una fiesta. Tenían que haberme visto. Fui muy solicitado en los bailes de salón –me pusieron siete veces The Yellow Rose of Texas– y acabé con las existencias de ponche sin dejar de lanzar el Rebel Yell, ese gran grito, y silbar Dixie’s Land. Más allá de lo mundano, la experiencia me sirvió para entender por qué el Sur perdió la guerra. “Hurrah!, hurrah!”.

 

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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