_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una muerte

Siempre lo tuve por un espíritu familiar, como si fuera el Fernando Savater del norte. O sea, de más al norte

Félix de Azúa

El repentino silencio de una voz a la que estabas habituado y escuchabas con simpatía produce una sensación de impotencia como la que te asalta si una mañana constatas que alguien ha talado el gran fresno al que saludabas todos los días. Quizás consigas que el arboricida acabe en la cárcel, pero eso no te devolverá el árbol. Así me sentí el otro día al conocer la muerte de André Glucksmann. Su voz me ha acompañado toda la vida, desde 1968, cuando éramos maoístas (que ya son ganas de ser algo), hasta su efímera colaboración con Sarkozy.

Con Glucksmann lo de menos era estar de acuerdo con sus ideas o no, lo admirable era el luchador, un hombre capaz de enfrentarse a los comunistas cuando era comunista, a los socialistas cuando era socialista y a la derecha cuando por puro hartazgo de la majadería izquierdista acabó colaborando con el adversario. Lo que atraía de Glucksmann era su coraje, la indiferencia con que encajaba los peores insultos, la evidente soberanía de su conciencia frente a la de los burócratas, los parásitos del aparato, los trepadores de la prensa, los mercenarios de la idea, los gregarios, los mercaderes del odio.

Y otra virtud que por desdicha cada día es más difícil de defender, Glucksmann era un escritor que pertenecía a la gran familia clásica francesa, un lector cuidadoso de Racine y Pascal, un crítico capaz de comprender la nobleza de una prosa como la de Céline sin ignorar sus desvaríos políticos. No en vano había sido ayudante, durante su época universitaria, de Raymond Aron, uno de los prosistas más apolíneos del ensayo francés contemporáneo. Siempre lo tuve por un espíritu familiar, como si fuera el Fernando Savater del norte. O sea, de más al norte.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_