Cuando el Cosmos era como los Rolling Stones
El equipo donde se retira hoy Raúl fue, en los 70, un lugar donde fútbol, poder y placer se fundían en un espectáculo único
“Jugué un partido amistoso en Nigeria en 1967, en plena guerra civil, y se decretó un alto el fuego de 48 horas. Lo mismo en Lagos, años después. El fútbol tiene el poder de llevar la paz a cualquier lugar”. El 28 de mayo de este año, Pelé (Minas Gerais, Brasil, 1940) declaraba esto en La Habana. El exfutbolista brasileño se encontraba en la capital cubana acompañando a la expedición del New York Cosmos, equipo en el que jugó los dos últimos años de su carera profesional (1975-1977) y que, en su versión 2.0 –tras desaparecer en 1985, volvió el pasado 2013–, será recordado por ser el club en el que juegue su último partido oficial Raúl González, el domingo 15 de noviembre.
El Cosmos se disponía a disputar un partido histórico contra la selección nacional cubana que terminaría ganando por 1-4. Un día después de las declaraciones de Pelé, Barack Obama aprobaba sacar a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo. Hasta ese momento, la historia del renacimiento del club en el que entre 1975 y 1985 jugaron, además de Pelé, Chinaglia, Beckenbauer, Carlos Alberto o Johann Cruyff, que tenía mesa privada en el Studio 54 (dicoteca neoyorquina de los setenta donde todos los famosos querían estar) y que contaba entre sus más célebres seguidores con Mick Jagger, Robert Redford, Peter Frampton o Henry Kissinger, había sido una victoria en pretemporada en el terreno del Old Carthusians, un modesto club de la localidad británica de Charterhouse que una vez, aún bajó el reinado de la Reina Victoria, conquistó la Copa Inglesa.
Actualmente, el Cosmos juega en el campo de la Universidad de Hosfra ante unos 5.000 seguidores. Según ha declarado su nuevo presidente, Seamus O’Brien, el club espera pronto “tener un estadio propio y competir al más alto nivel en una liga con otros 18 o 20 equipos. No tiene mucho sentido salir ahora mismo al mercado a tratar de fichar a Cristiano Ronaldo cuando no podemos meter a más de 10.000 personas en el estadio”.
La actual realidad del Cosmos se parece bien poco a la de finales de los setenta. De hecho, su único intento por recuperar cierta relevancia social fue el fichaje como director deportivo de Eric Cantona en 2011. Tres años después, el francés era despedido tras agredir a un fotógrafo en Londres. El galo ha demandado al club por un millón de dólares. “Antes de la llegada de Pelé, tampoco era muy distinto”, recuerda David Hirshey, director ejecutivo de Harper Collins y autor de Pele’s new world (El nuevo mundo de Pelé), un libro sobre los años que pasó el brasileño en el fútbol estadounidense.
“Cuando llegué a mediados de los setenta a la redacción de The New York Daily News, el editor me recibió con efusividad. Con una sonrisa de oreja a oreja me dijo: ‘Muchacho, el mundo es tuyo. A ver, ¿de qué quieres escribir?’. Cuando le respondí que de fútbol, su gesto cambió. ‘¿Ese juego para maricas comunistas?’, me preguntó indignado”. Poco después de esta conversación, Hirshey era uno de los reporteros (más de 300) que iban a cubrir la rueda de prensa de presentación de Pelé como jugador del New York Cosmos. Había fichado por 2,8 millones de dólares, dinero salido de las arcas de Warner Music –los fundadores del club fueron los hermanos Ertegun, de Artlantic Records, y Steve Ross, ejecutivo de la misma Warner Music–, y en su fichaje había intervenido de forma determinante el secretario de estado estadounidense Henry Kissinger.
Estaba Pelé, vestido con una bata y sentado en un sofá de terciopelo rodeado por dos rubias. “Me miró con cara socarrona y me dijo: ‘Esto no va al libro, ¿eh?”
Fue Kissinger quien convenció al ministro de exteriores brasileño para que permitiera que Pelé saliera del país “por el bien de las relaciones entre EE UU y Brasil”. Kissinger había sido portero en su Alemania natal y era amigo de Steve Ross. “Fue también Kissinger quien convenció a Ross de la necesidad del fichaje de Pelé. El ejecutivo musical no tenía ni idea de quién era, pero cuando Kissinger le dijo que era tan importante como el Papa o Muhammad Ali, exigió su llegada”, recuerda Hirshey. “En la primera rueda de prensa de Pelé había más fotógrafos que espectadores en los partidos del Cosmos. Durante su primer entrenamiento, al brasileño le lanzaron un pase horrible a su espalda y a la altura del hombro. El terreno de juego estaba rodeado por prensa y curiosos. Pelé saltó, pilló el balón de volea, lo golpeó y se alojó en la portería. El entrenador dio la sesión preparatoria por terminada tras esto”, señala el autor de Pele’s new world.
Así fue como un equipo que hasta entonces regalaba las entradas para sus partidos con la compra de tiquets de párking en Manhattan o como boletos de cortesía por una consumición en Burger King se convirtió en el más célebre club de fútbol del mundo. La idiosincrasia de este deporte se topó de bruces con la tendencia estadounidense al espectáculo, provocando ciertos choques culturales. Por ejemplo, el club pensó un día que sería buena idea tener un chimpancé como mascota. En vez de un muñeco, eligieron uno de verdad. Vivo. De cinco años de edad. Lo presentaron en una rueda de prensa junto al capitán del equipo. El mono se le meó en los zapatos.
En una escena de Once in a lifetime (Una vez en la vida), el documental sobre los años dorados del New York Cosmos que se estrenó en 2006, se ve a Pelé dirigirse al entonces entrenador del equipo diciéndole que no puede jugar porque tiene un hongo. Levanta un pie y muestra la planta del mismo totalmente verde. El preparador le responde: “No es un hongo, es pintura verde. Hemos pintado las partes calvas del campo para que se vean bonitas en la tele”.
Los jugadores llegados de Europa y Latinoamérica vivían con una mezcla de pasión y estupor lo que les rodeaba. Para algunos, como Beckenbauer, era una especie de retiro dorado. Para otros, como Chinaglia, el goleador italiano, ganar seguía siendo una cuestión de vida o muerte. Se enemistó con todos sus compañeros y rivales como antes se había enemistado con la afición del Lazio, equipo en el que jugaba en Italia.
Cuando se anunció su partida a EE UU, muchos seguidores laziales amenazaron con poner una bomba en el avión con el que iba a cruzar el Atlántico. Recuerda Hirshey el día en que entró en Studio 54 y se topó con Pelé, vestido con una bata y sentado en un sofá de terciopelo rodeado por dos rubias. “Me miró con cara socarrona y me dijo: ‘Esto no va al libro, ¿eh?”. Cuenta la leyenda que el brasileño gustaba de invitar a su compañeros a langosta el día antes de los partidos y que tenía cientos de groupies. Una noche, dos de ellas se acercaron al hotel en el que el equipo estaba concentrado en Boston. Se dirigieron a la puerta de la habitación en la que se hallaba Pelé, para toparse con su guardaespaldas. Este las miró de arriba abajo y les dijo: “El Sr. Pelé hoy no necesita toallas, pero yo tal vez sí”. El periodista Gavin Newsham admite que, en aquellos años, viajar con el Cosmos era “como viajar con los Rolling Stones”.
El club había logrado meter a 77.000 personas en el Giants Stadium. Pero tras la partida del brasileño, las cosas empezaron ya a flojear. “En 1977 la gente comenzó a dejar de acudir a los partidos, se perdió el contrato televisivo con la cadena ABC y muchas de las estrellas que habían llegado esos años, no sólo al Cosmos, hay que recordar que George Best llegó para jugar un rato con el equipo de Los Ángeles, se empezaron a marchar. Todo el trabajo hecho se fue al garete. Probablemente porque en realidad no se estaba haciendo nada por la popularidad del fútbol, sino que el Cosmos era un espectáculo en sí mismo. Y como todo show, llegó a su fin”, comenta Newsham. El momento final de esta maravillosa historia llegó con el encuentro amistoso entre el Cosmos y el Santos, el equipo brasileño en el que despuntó Pelé, y que servía como partido de despedida del astro. Pelé jugó una parte con cada equipo ante 75.000 personas. A mediados de la segunda parte empezó a diluviar. La mañana siguiente un rotativo brasileño titulaba: “Hasta el cielo lloró”.
Han pasado más de tres décadas. Ha pasado un Mundial en EE UU (1994) cuya promesa, popularizar el fútbol en aquellas tierras, no terminó de cumplirse. Ha pasado David Beckham. Hoy juegan en la MLS (la liga estadounidense más célebre) Frank Lampard, Steven Gerrard, Robbie Keane o David Villa. La media de espectadores está en unos interesantes 30.000 humanos. Los medios anuncian, probablemente por cuarta vez en el último medio siglo, que esta vez sí: el fútbol va a convertirse en algo grande en EE UU. Curiosamente, en el que parece el mejor contexto posible, el Cosmos decidió volver enrolándose en la modesta NASL y no en la MLS.
Las razones son tal vez financieras. La diferencia entre una licencia para una u otra es de unos 90 millones de dólares (84 millones de euros). ”Me ofrecieron entrenar en la MLS”, recuerda Giovanni Savarese, actual preparador del New York Cosmos. “Pero me quedé en el Cosmos. Yo crecí viendo a este equipo. Quería ser parte de esto. El nombre aún tiene tirón. Eso sí, cada jugador que fichamos me pregunta lo mismo: ‘¿Qué va a pasar?’. Y a todos les digo que no lo sé”.
El primer galáctico
Raúl ya lo ganaba todo en el Real Madrid cuando Florentino Pérez se puso a completar el álbum de la galaxia. Siempre reacio al adjetivo, Raúl sólo asumió ser galáctico al fichar por el Cosmos, el club que reinventó el star system del fútbol en 1975 con el fichaje de Pelé. Ese mismo curso, otro español con vitola merengue fue pionero en Nueva York: Luis de la Fuente, canterano del Real Madrid, con el que debutó fugazmente en 1971 tras su cesión a Castellón, Pontevedra y Sporting; hizo carrera en el Racing de Los bigotudos, antes de dejar el fútbol por la promesa de un buen empleo en Manhattan en una central de viajes. Allí, por casualidad, acudió a una prueba en el Cosmos. Y aquello cuajó, pero no con contrato de oropel. La pasta se la llevaba O Rei. Pelé no ganó la Liga de EE UU hasta 1977, su tercer año, el del estreno de La guerra de las galaxias; y si al mejor futbolista del mundo le costó adaptarse, a De la Fuente (12 partidos, 1 gol), más: "Aquí quieren fútbol de patadón, no les gustan los futbolistas que esconden la pelota", declaraba a la prensa de la época. Después de aquella única temporada de soccer glam, desapareció de las canchas y regresó. Luis de la Fuente murió en un accidente de tráfico en Ourense, en 1994, a los 46 años, sin intuir que sería para siempre el primer galáctico del fútbol español.
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