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PUNTO DE OBSERVACIÓN

Políticos siempre ajenos a la culpa

El presidente siempre se presenta como una víctima. De Bárcenas, de Zapatero, de la UE… No extraña que el 54% declare no sentir confianza por quien padece por causas ajenas

Soledad Gallego-Díaz

Los políticos españoles tienen una extraordinaria capacidad para presentarse como víctimas y no como autores de sus propios desmanes. Mariano Rajoy está dispuesto a pasar toda la campaña afirmando compungido que el caso Bárcenas le ha hecho mucho daño a él y a su partido, como si Bárcenas no fuera una pieza fundamental del PP y del equipo dirigente que el propio Rajoy organizó. Nada, el presidente es una víctima. De Bárcenas, de Zapatero, de la Unión Europea… No es extraño que el 54% de los españoles declare no sentir ninguna confianza en un presidente que padece tanto por causas ajenas.

La cuestión es que reprochar ahora a Rajoy ese comportamiento parece casi una insidia cuando, precisamente, acaba de encontrar un escenario en el que, por fin, puede erguir la figura y reclamar genuino protagonismo. El escenario con el que pretende salvarse de otras culpas y que le ha regalado otro gran experto en sufrir por yerros de otros: Artur Mas. El presidente de la Generalitat también ha sido arrastrado, llevado contra su deseo a tomar decisiones que no le gustan, pero a las que no puede sustraerse.

Afortunadamente, el Tribunal Constitucional decidió no suspender el pleno del Parlament en el que se votará mañana lunes la ruta de la eventual secesión de Cataluña, lo que nos dará ocasión de escuchar a Mas defender “el inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de República” (…) a través de la “desconexión democrática” (¿?) que “no se supeditará a las instituciones del Estado español, en particular del Tribunal Constitucional”.

Artur Mas repetirá seguramente el argumento de que, hechos todos los esfuerzos, el momento del compromiso ha pasado. Es una idea peligrosa porque si el momento del acuerdo pasó, ya solo cabría que cada uno mantuviera sus posiciones, y en ese caso Artur Mas y Junts pel Sí están perdidos. Como dijo Jefferson Davis, el desdichado presidente de la Confederación americana: “En la lápida de cualquier declaración unilateral de independencia debería poner: aquí murió una idea”. Ningún Estado puede existir sin el consentimiento de los otros. Y si no es posible el compromiso, a Convergència solo le quedaría una simbólica carga al estilo Brigada Ligera en Balaklava, capaz de convertir a su desastroso general inglés en heroica víctima de errores ajenos. Conste que esa carga (Crimea, 1854) pasó a la historia como un verdadero desastre, un ejemplo perfecto de lo que sucede cuando informaciones que son imprecisas y decisiones que son ajenas a la realidad lanzan a un fuerza menor contra otra extraordinariamente superior. Eso sí, Balaklava dio origen a un hermosísimo poema de Tennyson: “¡Adelante la Brigada Ligera! / ¿Había algún hombre afligido? / No, aunque el soldado sabía / que alguien había cometido un error / Ellos no replicarían / ellos no preguntarían el por qué / (…) Al interior del valle cabalgaron los seiscientos”.

Cuando la demagogia y la falsedad se convierten en la rutina, no hay nada que pueda hacer un cronista político más que informar sobre el estado de ánimo y las aficiones de los candidatos y sobre las apuestas/encuestas. La cita es de un analista norteamericano, pero podría ser perfectamente válida para las elecciones del 20-D. Cuatro años después de soportar una de las peores y más injustas crisis económicas de nuestra historia, los ciudadanos son requeridos a votar y, se supone, a pedir cuentas por lo que ha ocurrido, pero sucede que todo pasa en un escenario en el que no se habla para nada de esos problemas. Todos miramos asombrados, hipnotizados, a una pintura del siglo XIX con Lord Cardigan camino del valle.

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