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MIRADOR
Columna
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Instrumental

La memorias del pianista James Rhodes nos acercan el sentimiento de una víctima con una sangrienta sinceridad. Y la música es la tabla de salvación

David Trueba

Es hábito de los británicos unir la divulgación a un cierto sentido de la diversión, mientras que entre nosotros hay líneas de separación tan marcadas que la cultura, el arte y la ciencia han sido condenadas a un campo de prisioneros. En España, y no hay más que mirar la programación, solo se invita a salir por la tele a los que salen habitualmente por la tele. Entre los británicos, personajes como David Attenborough se unen a distintas personas relevantes que usan su fama para resaltar los talentos de otros o recuperar el interés por especies protegidas en el laberinto de los placeres rápidos. Así, desde Stephen Fry a Michael Palin pasando por Steve Coogan son capaces de transmitir gustos y pasiones, como lo ha hecho siempre Clive James, que incluso ahora, cercado por la muerte, sigue echándole esfuerzo a que la escritura poética esté presente en la vida cotidiana. A ellos hay que sumarle James Rhodes.

El caso de este pianista es particular. Acaba de aparecer en España su libro de memorias precoces, porque apenas tiene 40 años, pero ya ha dedicado programas ingeniosos al piano y la música clásica. El libro se llama Instrumental y arranca con ramalazos apasionados por algunas piezas clásicas y sus intérpretes y compositores. Son defensas del poder sanador del arte, pero también del empeño por seguir hablando de música sin etiquetas, poniendo a Bach o Ravel en nuestra oreja, contando la grandeza de la música sin esclavizarla al muermo, la petulancia y la incomprensión generalizada. En su memoria personal, la música es la tabla de salvación. Porque es en las páginas sobre su experiencia como niño violado por el instructor de boxeo, degradado y herido en el infierno de las escuelas de élite, hundido en los antidepresivos, las autolesiones y el desequilibrio mental, donde su narración suena escrita a golpes de piano.

Nos acerca el sentimiento de la víctima con una sangrienta sinceridad, hasta hacerte deglutir el infierno que aún deben de estar pasando tantos menores abusados por las figuras de autoridad y que arrastran un silencio que nos culpabiliza a todos. Es una lástima que el libro caiga en sus páginas conclusivas en la litherapy, ese híbrido facilón de literatura y terapia tan a la moda de un cierto lector de hoy, pero los méritos de sus descargas anteriores son suficientes para devorarlo con congoja. Y para situar la calidad musical, la complejidad de las composiciones y el arrebato de personajes como Glenn Gould, Chopin o Franz Liszt a la altura de los mitos del rock más divulgados.

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