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MIRADOR
Columna
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Vacas

Por encima de la economía y del sagrado mercado europeo están otros valores como la redistribución social de la renta, el apoyo a las regiones y las comarcas desfavorecidas

Julio Llamazares

Me crié rodeado de vacas en una región para la que, como para otras vecinas: Galicia, Asturias, Cantabria…, la vaca es, más que un recurso económico, un signo de identidad y un símbolo de su cultura; para mí es imposible recordar León sin la presencia de esas vacas apacibles y solemnes que desde siglos pastan sus praderías como para otros lo será imaginar su tierra sin el mar o los olivares o el humo de las chimeneas. Por eso, aunque ya hace años que vivo lejos de ellas salvo en los meses de vacaciones, las vacas siguen en mi imaginario y todo lo que tiene que ver con ellas despierta mi interés.

Estos días, por ejemplo, sigo de cerca lo que sucede con las negociaciones entre los ganaderos y las industrias transformadoras, una reedición en blanco del combate entre Goliat y David que contempla impasible un Gobierno escudado en la libre competencia a que nos obliga Europa y que impide que sus países miembros actúen sobre unos precios que, hoy por hoy, están por debajo de los costes de producción en el sector lechero español. La competencia de Francia y otros países más productivos hace que nuestra leche pierda valor en Europa, con lo que ello supone para nuestros ganaderos: el cierre progresivo de sus explotaciones iniciado ya años atrás pero acentuado ahora a raíz de la supresión de los cupos de producción.

Hasta aquí todo es economía. El exceso de oferta baja los precios y las multinacionales compran a quien vende la leche más barata, da igual que sea francesa, holandesa, belga o española; al fin y al cabo, todas son blancas. ¿Y el Gobierno español qué puede hacer ante ello?, se lava las manos la ministra, que lo que tendría que hacer a continuación es dimitir, pues, si nada puede hacer, ¿para qué sirve su ministerio?

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Pero tampoco es cierto que no pueda hacer nada. Por encima de la economía, por encima de la libre competencia y del sagrado mercado europeo están otros valores como la redistribución social de la renta, el apoyo a las regiones y las comarcas desfavorecidas o la articulación demográfica de un territorio cada vez más descompensado como es el español y esos valores requieren, no discursos de buenas intenciones y promesas, sino medidas de corrección reales. Las vacas españolas quizá no sean rentables, pero gracias a ellas regiones enteras siguen con actividad y no se quedan desiertas del todo, que es algo que nadie quiere, al menos en apariencia. Y, si no, que lo digan abiertamente: todos a las ciudades y el campo para los osos.

Aunque, ahora que lo pienso: ¿los osos son rentables?

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