No es un problema alemán
La crisis de los refugiados es el problema más grande no de un solo país, sino de toda Europa
Pasada la oleada de solidaridad generada por las imágenes de miles de personas huyendo de la guerra —y las de quienes desgraciadamente han muerto por el camino—, la gestión de la crisis de los refugiados está generando algunas señales alarmantes.
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La decisión de Austria de utilizar al Ejército para tratar de gestionar la avalancha tras la suspensión temporal de las comunicaciones ferroviarias con Alemania, unido a la negativa de cinco países a admitir cupos de refugiados o a la alambrada fronteriza levantada por Hungría muestran que las cifras de los que están llegando —y los que están por venir— son de tal magnitud que desbordan todas las previsiones. Ante una situación tan complicada no surgen pequeñas fisuras entre los responsables políticos de la gestión, sino amplias grietas. Las dificultades que está afrontando Angela Merkel son el mejor ejemplo. La canciller alemana tomó la iniciativa en una generosa apertura de fronteras, pero se encuentra ahora con que hay que plasmar las promesas en la práctica y aparecen las voces discordantes dentro y fuera de su país.
Es cierto que esta crisis es compleja y tiene causas diversas, pero a Europa le toca jugar un papel decisivo en su resolución, sabiendo además que está en juego su presente y su futuro. Por eso la crisis —y sus componentes políticos, económicos y humanos— no es un problema alemán, sino un gran problema europeo: el más importante de los que tiene ahora mismo.
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