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Columna
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Barbarie

Se han desempolvado las condenas eclesiales de la fiesta taurina desde hace siglos

Fernando Savater

El pasado agosto volvieron los toros a la plaza de Illumbe, en Donostia, y los taurinos, como estábamos contentos, decidimos tomarnos los consabidos exabruptos animalistas con cierto buen humor. Además, repetir una vez más los argumentos ya sobados y desatendidos es cosa que aburre a las ovejas… y seguro que aburrirlas es maltrato animal y se enfadarán aún más con nosotros. La única novedad ha sido que a la luz de la encíclica del papa franciscano —“hermano Francisco, no te acerques mucho…”— se han desempolvado las condenas eclesiales de la fiesta taurina desde hace siglos. Lo cual me parece un argumento a favor, no contra: algo prohibido juntamente por los papas y por Bildu no puede ser malo del todo…

De lo que no me bajo es de que bárbaros fueron y son quienes tratan a los hombres como animales o viceversa: el cíclope Polifemo, el tirano Falaris… y Calígula, que nombró senador a su caballo. Otros casos: esa portavoz bildutarra que ha advertido a la mayoría municipal: “Si recuperan las corridas, que no nos vengan luego hablando de las víctimas de ETA”. O ese bienintencionado animalista que, al leer tuits obscenos alegrándose de la cogida de Fran Rivera, protestó que él está contra el sufrimiento de todos los animales, toreros incluidos.

El peor y más famoso de esta estirpe fue Adolf Hitler, cuyas dos primeras leyes fueron para proteger a la Madre Tierra y los animales. Luego condenó a judíos, homosexuales, gitanos, etcétera… Por cierto, como era tan antitabaquista como antisemita, inventó lo de advertir “Fumar mata” en las cajetillas, después asumido por nuestras democracias intimidatorias. Claro que en su caso hubiera debido poner para ser más exacto: “Fumar también mata”…

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