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Columna
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Pablo Iglesias regala Podemos

El nuevo partido renuncia a sus siglas y se decanta en Cataluña por el soberanismo

Joaquim Coll

Desconcierta la estrategia de Iglesias en Cataluña, donde su formación se ha sumado a una candidatura con otros partidos para el próximo 27-S. La aparición de Podemos causó pánico en el nacionalismo. Por fin un líder que podía apelar a las clases humildes, mayoritariamente castellanohablantes, que no se sentían concernidas por el proceso soberanista. Pero Iglesias, finalmente inseguro, ha renunciado a presentarse con sus propias siglas, fagocitadas ahora por una marca en decadencia como ICV-EUiA, que hizo seguidismo de Artur Mas hasta el 9-N. La lista liderada por el líder vecinal Lluís Rabell se presenta con un manifiesto inequívocamente soberanista (Declaració per al canvi social i polític a Catalunya),que no solo hace bandera del derecho a decidir, sino que plantea el escenario de un proceso constituyente propio, a partir de la “plena soberanía del pueblo catalán”. Se trata de poner en marcha un proceso que “no esté subordinado ni sea subalterno de ningún otro”, se insiste.

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Este planteamiento se justifica como “la contribución que desde Cataluña se puede hacer a la ruptura del Régimen del 78 en todo el Estado”. Supuestamente, un proceso de esta naturaleza no prefiguraría el resultado final, pues una república catalana sería “tan compatible con un horizonte independentista como con uno federalista o confederalista”, se afirma. Si creemos lo que dice ese texto, que lleva semanas difundiéndose en las redes sociales, la candidatura Catalunya Sí que es Pot, donde se integra Podemos, propondría celebrar tras las elecciones del 27-S un referéndum que diera paso a una nueva definición del marco jurídico e institucional catalán.

Se trata de un planteamiento que choca con la posición que ha defendido Iglesias cuando reiteradamente le han preguntado sobre la autodeterminación. Su respuesta siempre ha sido que, en tanto no se abra un proceso constituyente a nivel de toda España, no será posible conocer la opinión de los catalanes sobre cómo quieren relacionarse con el resto del Estado. Aunque Podemos quiere otra Constitución, su líder siempre se ha mostrado respetuoso con las reglas que se establecieron en 1978. Por tanto, el escenario constituyente exclusivamente catalán hacia no se sabe dónde que propugna la candidatura de Podemos junto a ICV y EUiA chirría con la posición de Iglesias. Puede que solo sea una concesión retórica a los sectores independentistas y una forma de competir electoralmente con la CUP, con la que se disputan parte del voto de izquierdas anticapitalista.

Ahora bien, en la endiablada dinámica política catalana parece cada vez más claro que el recurso al llamado proceso constituyente va a convertirse en la vía de escape para que el envite separatista siga vivo tras el 27-S si los resultados no son claros.

La fuerza emergente ha quedado fagocitada por una marca en decadencia como ICV-EUiA, que hizo seguidismo de Artur Mas hasta el 9-N

La candidatura Junts pel Sí, auspiciada por CDC y ERC, pretende con solo 68 diputados de 135 materializar una secesión unilateral. La CUP, en cambio, considera que hace falta también una mayoría absoluta de votos. Si los resultados desde la lógica independentista no son concluyentes, es fácil adivinar que el siguiente paso será ofrecer la apertura de un proceso constituyente a los partidos de izquierdas (excepto al PSC, que ya ha desandado el error del derecho a decidir) para que se sumen a una nueva fase: la elaboración de una constitución catalana para “decidirlo todo”, que se someta a votación en los plazos anunciados de 18 meses y que sirva para ratificar o no la voluntad secesionista. Bastante similar, pues, a lo que propone sobre el papel Cataluña Sí que es Pot, y que dirigentes de Junts pel Sí como Josep Rull (CDC) ya están adelantando como escenario en sus declaraciones.

Como las elecciones generales serán a finales de año, el nuevo Parlamento catalán va a constituirse prácticamente en medio de la campaña electoral. Si Podemos se acabara sumando a una dinámica insurreccional mediante el inicio de un proceso constituyente propio, que solo redundaría en beneficio del separatismo, la reacción en el resto de España, sobre todo en el centro-derecha, sería previsiblemente de cierre de cualquier posibilidad de reforma constitucional, pues aparecería como un lío incontrolable. Durante la Transición, Cataluña fue un vector que impulsó el cambio democrático sin hacerlo descarrilar. En esta nueva etapa, sin embargo, va camino de convertirse en un factor de inestabilidad. Si eso ocurriera, las responsabilidades políticas, como casi siempre, podrían repartirse sobre muchas cabezas. También sobre la de Iglesias por haber regalado Podemos al soberanismo catalán.

Joaquim Coll es historiador y vicepresidente primero de Societat Civil Catalana.

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