Viajes al Paleolítico y al futuro
La controvertida vida salvaje en torno a Chernóbil o el Laboratorio Europeo de Física de Partículas son algunas visitas interesantes para mezclar turismo y ciencia
Hay gente que recorre el mundo buscando lugares en los que han sucedido catástrofes, otros, acercándose a los estadios donde sus ídolos lograron todo tipo de gestas deportivas. Los interesados en la ciencia, la tecnología y el medioambiente también cuentan con un buen número de destinos en los que disfrutar de experiencias espectaculares. Estos son solo cinco ejemplos.
1. Un parque natural involuntario
Durante diez días entre abril y mayo de 1986, una nevada radiactiva de estroncio, cesio, plutonio y uranio cubrió El Bosque Rojo. El accidente de la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, arrasó aquel pinar cercano de más de 1.500 hectáreas y obligó a evacuar 250 pueblos y asentamientos de la zona. Casi treinta años después, la región se encuentra entre las más contaminadas de la Tierra, pero la catástrofe nuclear parece haber tenido algunos efectos inesperados. La desaparición de los humanos, y con ellos de su agricultura, su industria o sus cazadores, han convertido aquel bosque en una peculiar reserva salvaje. Lobos, algunas especies de búhos e incluso una manada de caballos de Przewalski, en peligro de extinción, parecen haber reconquistado la región. Desde hace varios años, se ha sugerido incluso la posibilidad de crear un parque natural, que complementaría la visita de los turistas que buscan revivir el mayor desastre nuclear de la historia. No obstante, también existen científicos que han puesto en duda la recuperación de la vida salvaje en torno a Chernóbil y han refutado esa percepción con sus trabajos de investigación. La controversia, lejos de restarle interés a la visita, se lo añade como destino para los interesados en la ciencia, siempre inmersa en un continuo intercambio de ideas.
2. Extraterrestres en el Caribe
Otro campo controvertido en la ciencia ha sido la búsqueda de vida inteligente fuera de la Tierra. Como en el caso de Chernóbil, el siguiente destino para exploradores tampoco se ajusta a los tópicos del lugar que lo acoge. En Puerto Rico, una isla tropical que muchos pueden identificar con el reguetón, la salsa o la bachata, se encuentra el Observatorio de Arecibo, una gigantesca infraestructura que, entre otras cosas, se ha empleado durante años para tratar de contactar con “hombrecillos verdes”. Con un diámetro de 300 metros, el gigantesco plato que le sirve de antena a este radiotelescopio es el mayor del mundo en su categoría. En 1974, lanzó un mensaje hacia el Cúmulo de Hércules con información sobre el Sistema Solar, algunos logros científicos de la época o una imagen del mismo telescopio, y ha trillado el cielo en busca de señales que los extraterrestres hayan enviado para nosotros. El lugar también ha protagonizado escenas de Golden Eye, la película de James Bond, de Expediente X o del segundo libro de la saga Odisea Espacial, de Arthur C. Clarke. De momento, el telescopio de Arecibo no ha logrado contactar con extraterrestres, pero gracias a él fue posible descubrir la estrella de neutrones alrededor de la que giran los primeros planetas extrasolares que se conocieron.
3. Una puerta a la prehistoria
Si viajar a los bosques de Chernóbil es hacerlo a un lugar distópico y en Arecibo nos internamos en el espacio profundo, el proyecto Paleolítico Vivo pretende abrir una puerta hacia el pasado. La iniciativa, que cuenta con el apoyo, entre otros, del paleontólogo Juan Luis Arsuaga, plantea recrear la fauna que vivió en la zona de Atapuerca (Burgos) en el Pleistoceno y que aparece pintada en cuevas como las de Altamira. En Salgüero de Juarros se pueden encontrar uros, unos animales recreados a base de cruces para imitar los rasgos de esta especie ya extinguida, bisontes o caballos salvajes de Przewalski como los del Bosque Rojo; parientes cercanos de los tarpanes que pastaron por Europa. Junto a la fauna, se quiere recuperar también la flora y los paisajes que debieron habitar los humanos en la sierra burgalesa hace decenas de miles de años. Para ello se recrea un poblado paleolítico en el que se muestra cómo eran las actividades cotidianas y se comercializará carne de uro, una especie de la que proceden los bóvidos domesticados que conocemos hoy. Paleolítico Vivo comparte la filosofía del movimiento europeo Rewilding Europe, que pretende recuperar entornos y animales salvajes en 10 áreas de todo el continente.
4. La casa de los humanos voladores
El cuarto destino se encuentra en el otro extremo de la prehistoria. El Museo Nacional del Aire y el Espacio de EEUU, en Washington, es un homenaje al futurismo de todas las épocas. Allí se puede encontrar el Flyer, el artefacto con el que los hermanos Wright iniciaron la era de la aviación, o el Spirit of San Louis con el que Charles Lindbergh cruzó por primera vez en solitario el Océano Atlántico. También hay recuerdos atroces del poder tremendo de la ciencia. Delante del Enola Gay, los visitantes pueden sentir un escalofrío al tratar de imaginar cómo desde las entrañas del avión cayó el 6 de agosto de 1945 la bomba atómica que arrasó Hiroshima, la culminación del Proyecto Manhattan, el mayor plan de ciencia aplicada de la historia. Hay otros objetos que permiten asombrarse del intelecto humano sin sentir la parte de vergüenza. La cápsula del Apolo 11, que llevó a los primeros humanos a la Luna, o una de los cinco pedazos del satélite expuestos por todo el mundo que se pueden tocar para sentir de cerca aquella gesta. Como muestra del futurismo actual se encuentra la SpaceShipOne, la primera nave privada pilotado en alcanzar el espacio.
5. La gran catedral del conocimiento
Para finalizar, no se puede desdeñar el interés de una visita al CERN, el mayor laboratorio de física de partículas del mundo. Allí, cerca de Ginebra (Suiza) se encuentra el Gran Colisionador de hadrones (LHC), la mayor máquina creada con el interés exclusivo de satisfacer la curiosidad humana. Los 7.500 millones de euros que costó el mayor acelerador de partículas del mundo han dado ya un premio Nobel por el descubrimiento del bosón de Higgs, pero, aunque luego los consiga, no busca réditos económicos sino averiguar por qué el mundo es como es. La visita, que como parte de la labor educativa del CERN es gratuita, es un paseo por una inmensa historia de colaboración entre países y científicos de toda Europa. Desde los años 50, miles de físicos de todo el mundo se han reunido en aquel lugar en el que se han descubierto objetos tan esotéricos como los bosones W y Z, que les valió el premio Nobel a Carlo Rubbia y Simon van der Meer. No obstante, no todo en ese laboratorio han sido partículas difíciles de entender para alguien que no sea físico. Allí, Tim Berners-Lee y Robert Cailliau inventaron la World Wide Web, que lo cambió todo.
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