Un paso decisivo
El tercer rescate griego afianza el euro y da paso a un ajuste con ayuda de la UE
Durante las últimas semanas, la crisis financiera griega, que ha puesto en jaque la propia estabilidad del euro, se está encarrilando poco a poco de forma satisfactoria. Nada será igual en la moneda única después de que se haya admitido, aunque solo sea como hipótesis, la salida de uno de los miembros de la eurozona. Ahora, el primer paso, y fundamental, fue que Grecia aceptara las condiciones para seguir en la divisa; el segundo paso, de gran importancia, es el acuerdo con los acreedores, anunciado ayer en virtud del cual el país recibirá un tercer rescate, estimado en 86.000 millones, sin la estricta necesidad de recurrir a un crédito puente. Grecia podrá pagar los 3.200 millones que le vencen el 20 de agosto e iniciar, con tranquilidad, aunque con escaso margen de error, el programa de ajustes que tiene por delante.
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Bruselas precisa que se trata de un acuerdo técnico y no político (el Eurogrupo tiene que aprobarlo). La precisión no está de más, pero es poco probable que tras el shock negociador reciente aparezcan obstáculos políticos a un acuerdo económico. Grecia se ha comprometido a mucho: eliminar la jubilación anticipada, suprimir las exenciones fiscales a las islas, desregular el mercado de la energía, crear un fondo de activos estatales (50.000 millones en 30 años) y cambiar el impuesto sobre la renta. Está por ver si puede —y a qué ritmo— cumplir todos estos compromisos. Pero lo decisivo es que el acuerdo de ayer rompe el bloqueo de liquidez y concede un amplio respiro a la economía griega.
Los mercados han reaccionado con optimismo al anuncio del acuerdo porque entienden en primer lugar que es un paso casi definitivo para alejar el fantasma de la ruptura del euro. Además, el pacto con los acreedores garantiza que el Gobierno griego se sujeta a la norma de que la deuda debe ser respetada —se esté en disposición de pago o no— y permite dedicar todos los esfuerzos de política económica a lo que realmente importa, que es procurar que la economía griega crezca para reducir el endeudamiento.
Y, por último, presupone que en el margen del acuerdo aparecerán las ayudas europeas a programas complementarios de crecimiento y empleo. La inferencia, en la que coinciden además casi todos los Gobiernos europeos, es lógica: una vez que Grecia ha aceptado las condiciones para seguir en el euro, la contrapartida política es un apoyo económico para que el acuerdo funcione.
En cualquier caso, la idea de fondo es que el tercer rescate puede no ser el definitivo. Es evidente que sus condiciones dejan poco margen para aplicar políticas presupuestarias contracíclicas. Pero en todo caso, el tercer plan no cancelará la quiebra del país si, al tiempo que se imponen condiciones de ajuste como las citadas —y otras reglas de conducta que, de forma poco pragmática, pretenden dirigir la economía griega desde Bruselas o desde Fráncfort—, el Gobierno político del euro no adopta planes de estímulo para la economía griega. Significa, principalmente, más inversión pública con dinero europeo. La clave, en esta ocasión, es que esto es también lo que esperan los mercados.
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