¡Todos a la selva!
Autor invitado: Gaetan Kabasha (*)
Capítulos anteriores: Llegada a RCA y Noche en Bangui
¡Todos a la selva! Esta fue la frase que la gente me repetía, con mucho dolor, en Bakouma (Bangassou) contando sus días de ocupación de los Seleka. Todos desde los más pequeños hasta los mayores hablan de este episodio de huida con detalles como si fuera una película dramática vista por televisión y sin embargo fue una realidad vivida en sus propias carnes.
Bakouma se encuentra a 900 kilómetros de Bangui, la capital de la República Centroafricana, hacia el este. Es una pequeña ciudad que hace pocos años albergaba la empresa francesa más grande de la energía nuclear, AREVA. Durante cinco años, de 2007 a 20012, la empresa se instaló a 7 kilómetros de la localidad para hacer prospecciones de uranio. Empleó a mucha gente de todo el país pero particularmente de esta zona. Hasta junio de 2012, la gente miraba su futuro con optimismo, esperando la verdadera explotación del uranio, más empleo y más beneficios para el pueblo local. Repentinamente, sin que nadie supiera lo que estaba pasando, AREVA cerró sus instalaciones y se fue. Todos los que tenían esperanza en la única gran empresa de la zona quedaron decepcionados. Ahora, no queda nada, absolutamente nada en el lugar.
Seis meses más tarde, una rebelión llevada a cabo por la alianza Seleka estalló en el noreste. En muy pocos días, los combatientes Seleka tomaron sucesivamente ciudades y llegaron a Bakouma. Otros se dirigieron hacia la capital y tomaron el poder. A partir de entonces, el desorden se instaló en todo el país. Las violaciones de los derechos humanos fueron su sistema de gobierno: se violaron mujeres, se saquearon casas, se arrebataron bienes a los particulares, se mataron a personas impunemente. Todo el país fue sumido a una barbarie sin nombre. Seleka pasó de ser un grupo de libertadores a ser la encarnación del mismísimo demonio.
Cuando llegaron a Bakouma, entraron a la Misión Católica. Allí cogieron dinero del párroco y algunos ordenadores. Luego fueron a la casa de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción de origen latinoamericano. Les amenazaron apuntando sus armas sobre su frente y les arrebataron algunas pertenencias. Se fueron a la alcaldía y quemaron todos los registros, cogieron los muebles y cualquier cosa que pudiera serles útil. Después, se dirigieron a las instalaciones de AREVA y saquearon todo lo que podía tener valor. Los delincuentes que les seguían detrás “remataron la faena” quitando todo hasta los cables y tuberías.
La alcaldesa, que huyó a la selva para esconderse, me contó su peripecia. La persiguieron hasta su huerto pensando encontrarla, pero ella ya se había ido más lejos. Amenazaron a los suyos pidiendo mucho dinero que ni tenían y sabrían ni siquiera contar. “Pedían cien millones de francos” me decía, es decir ciento sesenta mil euros. Aquí es una fortuna que nunca un ayuntamiento rural puede tener ni ahorrando durante cien años.
Todo el pueblo dejó la ciudad y se adentró en la selva para esconderse. La gente me contaba con cierta exageración que hasta los pájaros dejaron de cantar y los perros de ladrar. Bakouma se quedó completamente vacío de todo signo de vida humana. Los ancianos y las personas con discapacidad encontraron fuerza de la desesperación y consiguieron salir. “¿Cuántas personas murieron en la selva a causa de las malas condiciones? Nadie sabe”, me decía una señora.
Después de muchas semanas solos en la ciudad, consiguieron convencer a la alcaldesa para que saliese de la selva. La obligaron a hacer un llamamiento al pueblo para volver a la ciudad durante 24 horas. Ella les pidió un mes. Al final llegaron a un acuerdo para que el pueblo volviera en dos semanas. Era una trampa bien hecha. El pueblo volvió progresivamente y cuando casi todos estaban en sus casas, los Seleka hicieron una operación especial. En un solo día atracaron a todos los que tenían una casa moderna exigiendo dinero: los comerciantes, los ex trabajadores de AREVA, los funcionarios, etc. Todos entregaron dinero. Cuando no encontraban al interesado, secuestraban a su hijo o su mujer hasta que llegara el rescate.
La revuelta popular.
Las violaciones siguieron hasta que el pueblo se hartó y los jóvenes se levantaron con armas tradicionales y rifles de caza. Empezaron a reagruparse y acercarse al campamento de los Seleka para enfrentarse con ellos. El miedo se apoderó de la población entera. Todo el mundo pensaba que la matanza iba a ser inevitable. En una pequeña localidad cerca de Bakouma, los dos grupos enfrentados quedaron separados por un pequeño rio, los Seleka por un lado y los jóvenes locales por otro. Todos armados y dispuestos al enfrentamiento. Durante todo el día, se les paró la respiración esperando el deslace fatal. El diputado adjunto se aventuró a emprender negociaciones con los Seleka y estos le abatieron de un disparo, en plena calle. Se llamaba Basso. La alcaldesa de su parte, se dedicó a convencer a los jóvenes de no hacer el primer disparo para no ver toda la ciudad incendiada. Al final, los Seleka, hostigados en todas partes por un número cada vez creciente de jóvenes enfurecidos, decidieron dejar la ciudad y recluirse más al norte, en la ciudad de Nzacko. Bakouma recuperó su tranquilidad pero seguía con el miedo de la venganza de los Seleka que se encontraban solamente a 60km de distancia, y con un sentimiento de haber sido humillados.
Pocas semanas después, el ejército ugandés que lucha contra la LRA de Joseph Kony pasó por Nzacko. Durante su estancia, una altercación les enfrentó a los Seleka que se sentían invadidos. Durante dos días, la tensión no dejó de crecer. Al final, lo inevitable ocurrió. La batalla estalló y los ugandeses mataron a 16 seleka en un solo día y obligaron a los demás a deponer las armas y entregarse. Tanto Nzacko como Bakouma celebraron el evento como una verdadera liberación.
Desde entonces, las dos ciudades viven sin fuerza del orden. Los Seleka se alejaron de la zona y los ugandeses también. Las autoridades civiles funcionan sin fuerza capaz de disuadir a los delincuentes. Yo mismo vi como unos jóvenes humillaron a la alcaldesa poniendo una barrera en medio de la carretera donde pasaba nuestro coche dentro de su propio territorio. Los cascos azules de la ONU que se encuentran a Bangassou (130km) nunca llegan a la zona.
La guerra parece haberse acabado en todo el país pero la seguridad todavía no ha llegado. Muchos sitios siguen bajo amenazas de grupos auto-constituidos, armados con armas tradicionales. Otros siguen bajo el mando de los Seleka que, a su vez, están divididos en diversas ramas enfrentadas entre sí. La población dice esperar la solución antes de la anunciada visita del Papa y la celebración de las elecciones generales en noviembre. Dicen los sabios que la esperanza es lo último que se pierde.
Foto del autor
(*) Gaetan Kabasha, africano de nacimiento y de cultura, vive actualmente en España. Está preparando una tesis doctoral en filosofía sobre temas de las violencias y conflictos. Se interesa mucho de la actualidad política y económica del África subsahariana. Tiene un blog sobre esos temas titulado Afroanalisis:
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