Un jardín vivo del XVIII
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Del castillo de Schwetzingen, al Noroeste de Alemania, parte una memorable avenida arbolada (allée) flanqueada por tilos y moreras que conduce hasta la cercana ciudad de Heidelberg. Ese paseo de 10 kilómetros es posible también darlo recorriendo un jardín. El que rodea este castillo, levantado en el siglo XVIII como residencia de verano de los príncipes electores del Palatinado (el condado del Rin) es, sobre todo, un libro abierto de la historia de los jardines es decir: un vergel vivo en el que diversos estilos conviven en lugar de haberse ido sustituyendo. Así, aquí los miradores cohabitan con los parterres, las falsas ruinas -como un acueducto con cascada incluida- remiten al pasado romano del lugar y un templo de Apolo representa el triunfo de la cultura sobre la ignorancia. Eso demuestra también esta sucesión de jardines históricos en un único lugar. La convivencia frente a la sustitución, la historia a capas frente a la tabula rasa.
Por eso este ingente vergel de 72 hectáreas, restaurado en 1990, es varios jardines a la vez. De entrada es el jardín formal, barroco, recogido por un gran parterre circular de inspiración francesa, que fue en su origen. Sigue siendo el jardín que nació para competir con Versalles ideado por el arquitecto Nicolas de Pigage y el jardinero Johan Ludwig Petri-. Pero es también su reconversión en jardín inglés, menos formal y más falsamente natural, firmada por Freidrich Ludwig von Sckell, varios lustros después. De la misma manera que Versalles fue construido en un antiguo coto de caza de los monarcas franceses, Schwetzingen era el refugio de pesca aristocrático de los príncipes germanos.
El claroscuro de las sombras y las luces entre las explanadas, junto a los tilos y bajo las pérgolas curvas de entramados -que ideó el jardinero Petri para acompañar a los pabellones que Pigage sembraba por el jardín- recuerda al visitante la necesidad de buscar la luz, el conocimiento, frente a las tinieblas, la ignorancia y la confusión. En esa búsqueda encuentran lugar un gran número de follies levantadas por el jardín. La famosa mezquita (falsa, erigida únicamente como objeto ornamental) se refleja en un gran lago por capricho del príncipe. Pero también hay un teatro rococó (recientemente restaurado) donde se dice que tocó Mozart con solo siete años. Una casa de baños, una orangerie o un arboretum salpican el recorrido por este jardín conciliador capaz de hablar de varias épocas a la vez y de tú a tú al presente.
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