Negra
Los españoles somos hermanos gemelos de los griegos y necesitaremos una enorme inyección de individualismo osado
Desde hace casi 100 años es dogma de fe que las novelas de policías, ladrones, asesinos y detectives, género que suele calificarse de “negro” en honor a las tapas negras de la Serie Noir de Gallimard, son indiscretas ventanas a la realidad social de un país. ¿Quiere usted saber cómo son las tripas de San Francisco o de Los Ángeles? Pues lea a Dashiell Hammett y a Raymond Chandler.
Llevado por esa antigua fe me dispuse a comparar dos novelas negras actuales, una griega y la otra española. Y me encontré con que eran francamente permutables. Uno, Petros Márkaris (Con el agua al cuello) retrata una sociedad de derrotados, cenizos, vencidos y perdidos. Su comisario, Kostas Jaritos, a duras penas sabe usar un móvil. Los crímenes se resuelven casi sin intervención del protagonista, de un modo que recuerda inevitablemente la Moira de la tragedia griega.
El español, el excelente Francisco González Ledesma (Una novela de barrio), es más amargo y tiene una calidad literaria de la que Márkaris carece, pero por lo demás su sociedad es también una corrala de quejicas, perdedores, borrachos, jubilados y bobitos. El comisario, Ricardo Méndez, es un funcionario acabado, descreído, malogrado. Los crímenes casi se resuelven solos, aunque Méndez dispara. Ambos comisarios mantienen con terquedad sus actividades contra la injusticia y son limpiamente anulados por sus superiores. Ambos tienen un gran corazón escondido bajo toneladas de resignación. Ambos son lo más opuesto que quepa imaginar a los épicos héroes de la negra americana.
Aunque ha sido una microinvestigación ridícula, mis conclusiones son sombrías. Los españoles somos hermanos gemelos de los griegos y necesitaremos una enorme inyección de individualismo osado, de iniciativa personal, de amor propio, si queremos dejar de ser una masa gregaria de lloronas subvencionadas y enanos gruñones. Y eso te incluye, Pablo.
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