Juan Rulfo: “No puedo escribir sobre lo que veo”
Un recorrido por aquellos temas que más preocupan al silencioso escritor. De la literatura que él mismo hace apenas se habla. A Rulfo le trae sin cuidado.
Juan Rulfo, autor de El llano en llamas y Pedro Páramo, no puede escribir sobre lo que ve. La frustración la calma leyendo a los cronistas antepasados, que nunca creyeron que iban a ser leídos, y tomando fotografías documentales. Paralelamente, escribe (o ha escrito) algunos de los mejores relatos de ficción que se hayan narrado en lengua castellana en este siglo. Esta entrevista, realizada por Juan Cruz en Las Palmas, cuando Rulfo estuvo en España recientemente, pretende ser un recorrido por aquellos temas que más preocupan al silencioso escritor. De la literatura que él mismo hace apenas se habla. A Rulfo le trae sin cuidado.
Pregunta. La primera pregunta quizá sería sobre los primeros años de su vida. Jalisco, ¿cómo es Jalisco?
Respuesta. Jalisco es un Estado del occidente de México, en su mayoría árido. Fue en un tiempo una región fértil, pero debido a la atomización agraria, al reparto agrario, acabó por erosionarse la tierra; de allí ha salido mucha gente, ha abandonado los pueblos, se ha salido; la mayor parte de la gente, de los braceros mexicanos que hay en Estados Unidos, son de esa región, de Jalisco. Es un Estado montañoso, en parte montañoso; está cruzado por la sierra occidental y también es plano en algunas partes, tiene variedad de climas, en las montañas es frío, pero en las llanuras, que están casi a trescientos o cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, y muy lejos del mar, le llaman la tierra caliente, precisamente. Es una zona, una faja de tierra que abarca varios estados del occidente del país, que se llama la tierra caliente. En esa región es donde se ubican más o menos mis historias, en la zona de la tierra caliente.
P. ¿Cuánto de sus recuerdos de infancia hay en esas obras?
R. Bueno, recuerdos simplemente no los hay, sino lo único que hice fue ubicarme en esa región, porque la conozco algo, porque la conozco, y porque la infancia es lo que más influye en el hombre. O sea, es una de las cosas que menos se olvida, que más persiste en la memoria de cualquier hombre y, efectivamente, hay el ambiente, la atmósfera, la luz, la misma situación social, todo eso lo recuerdo y por eso decidí ubicar todo lo que he hecho en esa región.
P. ¿Qué leía usted después de aprender a leer?
R. Yo tuve en la casa la biblioteca del cura de mi pueblo, porque estalló la cristiada, una rebelión cristera, y entonces el cura guardó su biblioteca en mi casa, y ahí leí desde Emilio Salgari a Alejandro Dumas, todo; era un cura muy raro, porque no tenía casi libros religiosos, ni novenas, ni cosas así, sino que tenía muchos libros de historia y de novela, tenía mucho de novela y tenía todas las obras de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas. También tenía el Índice, el famoso Index Papal, las obras prohibidas.
P. ¿Y tenía obras prohibidas?
R. Sí, las tenía, porque él esa biblioteca la había hecho en un pueblo pequeño (bueno, no tan pequeño, 7.000 habitantes), pero recogía de las casas los libros con el pretexto de que era censor oficial, para decirles a las familias si podían leer los hijos esos libros, si estaban autorizados por la Iglesia para ser leídos. Entonces, con ese pretexto, se apoderaba de todos los libros que había en el pueblo y era el único que tenía biblioteca.
P. ¿Hay algo en especial que le produjo impacto a usted como lector adolescente?
R. Bueno, en realidad eran libros de aventuras, a excepción de algunas cosas de historia; por ejemplo, Bulnes, que escribió sobre Juárez. Bulnes fue un antijuarista, no influyó sobre mí, pero sí me dio a conocer un poco la historia de México, sobre todo en una época muy desastrosa para el país, como fue el siglo XIX. Pero tenía bastantes cosas este hombre, tenía muchos libros de historia, tenía crónicas de la conquista. En fin, había recogido material abundante como para pasarse bastantes años leyendo.
P. Según tengo entendido, usted ha seguido devorando libros. La lectura continuada de la novela que se hace en México, y en el resto del mundo, ¿qué impresión le causa ahora?
R. En realidad, lo que yo leí puede llamarse subliteratura, lo que uno lee de chico: Salgari, Alejandro Dumas, Dick Turpin, Sitting Bull, en fin, todas esas cosas... Búfalo Bill.
P. ¿Vuelve a leerlas ahora?
Escribir "Pedro Páramo"
Juan Rulfo: "No podía encontrar en la biblioteca el libro que estaba buscando y que necesitaba leer. Tenía una vaga idea de lo que debía ser, pero no lo hallaba entre los libros. Entonces decidí escribir Pedro Páramo.
Fue una historia paralela. No pude escribir directamente ese libro, sino que, mientras lo pensaba, iba escribiendo los relatos de El llano en llamas, para habituarme. Luego, años después, ya apareció Pedro Páramo."
R. No, no las hay, es imposible encontrarlas. Pero los libros que yo considero serios, entre los que leí entonces, fueron los nórdicos, de autores nórdicos. Knut Hamaun, por ejemplo, ya me abrió las puertas hacia otro mundo, hacia otro tipo de literatura, ya más seria, más literatura. Aquello era más bien obras de aventuras, yo las leía como novelas de aventuras. La literatura la empecé a descubrir con los autores nórdicos, con Hamaun. Lo que más me gustó en esa época y lo que más leí durante ese tiempo fueron las obras que se publicaban aquí, en España, que era lo que nos llegaba a nosotros: los autores rusos. Había una biblioteca que se llamaba Biblioteca Universal. Allí casi se publicaba un sesenta o 70% de autores rusos. Esteban Andrejiev, Dostoiewsky, todos ellos.
P. ¿Usted se siente más de una tradición literaria mexicana que de una tradición a la que se le ha adscrito y que le pone al lado de Faulkner y de los escritores nórdicos de los que acaba de hablar?
R. Bueno, no, yo leí a los autores de la revolución mexicana, que considero son los mejores escritores que ha tenido México, pero no los leí con afán de lector, sino como tarea en la facultad de Filosofía y Letras. Esos autores fueron más bien Mariano Azuela, Mauricio Magdaleno, Rafael Muñoz, Martín Vilma. Todos los escritores de la revolución los leímos en clase, pero no tuve ninguna influencia de ellos. Azuela mismo no influyó mucho. Para mí tiene una novela muy débil y muy floja en muchos aspectos; claro que tienen bastante fama porque era la primera novela que se escribió sobre la revolución, pero yo prefiero, por ejemplo, a Rafael Muñoz, era muy superior a todos los demás.
P. Se ha hablado de la influencia que usted ha ejercido sobre un novelista como García Márquez. ¿Usted siente que eso puede ser verdad, o cree que la literatura va por senderos totalmente azarosos y que no tiene nada que ver la lectura anterior?
R. No creo que García Márquez esté influido por mí. García Márquez es otra cosa: es García Márquez, un gran novelista, un gran escritor, que también fue trabajando su obra escalón por escalón. Dos obras que se publicaron posteriormente a Cien años de soledad son en realidad anteriores, son una especie de ejercicios que hizo para llegar a Cien años de soledad. Pero no creo que yo tenga ninguna influencia sobre él. Al contrario, yo le respeto mucho y considero que su obra es auténticamente original. Ahora, no sé, solamente algunos críticos tal vez habrán encontrado influencias en algunos otros autores, pero no conozco ningún autor en quien yo haya influido.
Los azares de la literatura
P. ¿Cree que su obra parte de lo mexicano para llegar a tener una simbología más universal?
R. Bueno, así sucedió, son los azares de la literatura. Yo no escribí con la finalidad de llegar a trascender el ámbito en que estaba hecha, sino que ésta tuvo la suerte de correr, de correr mucho, y de llegar a traducirse a varios idiomas, de ser conocida en todas partes, pero no fue esa mi idea. Tampoco fue mía la idea de imponer ningún tipo de aspecto de lo mexicano, porque no representa ninguna característica lo mexicano, en absoluto. Lo mexicano son muchos Méxicos. No hay una cosa determinada que pueda permitirnos decir: Así es México. No, no es México. Ninguna de las cosas es México. Es una parte de México. Es uno de los tantos méxicos.
P. ¿Usted de qué México se siente más?
R. Bueno, yo soy del occidente del país, de una región criolla, como usted ha dicho antes, de una región que tuvo poco mestizaje, debido a que la conquista en esta zona, la Nueva Galicia, que es hoy Jalisco, fue el exterminio, exterminaron a todos los indígenas, no quedaron indígenas, y fue repoblada por andaluces, extremeños...
Conversar con Rulfo
Juan Rulfo comienza diciéndote: "Yo soy un poco de chispa retardada. Así que a lo mejor usted me hace una pregunta y yo se la contesto en seguida, o se la contesto dentro de unos días. ¿Le vale?" Si no vale tampoco importa demasiado, porque Rulfo dice esto desganadamente, como si no lo estuviera diciendo. Habla luego despacio, subrayando sus palabras con la s peculiar de los hombres de Jalisco. Le perturban los ruidos, que a sus oídos suenan como agresiones insolentes. Es un celoso guardián de su propio silencio. Durante la conversación se acercaron a saludarle los escritores Severo Sarduy y Alfonso Grosso. "¿Qué tal, Rulfo?", le preguntó el novelista de Cobra. "Regular", respondió el autor dePedro Páramo, como si estuviera resumiendo un capítulo enorme de una vida. Paralelamente, Juan Rulfo se acercó al magnetófono y lo paró de un leve manotazo. "Ya no hablo más." Cuando se marcharon los escritores, ya solitario ante el micrófono, siguió su leve discurso.
P. ¿Cuál es, por así decirlo, su propio árbol genealógico?
R. Yo parece que soy de origen godo.
R. ¿Sabe que esa palabra en Canarias tiene connotaciones peyorativas?
R. Sí, parece que quiere decir bárbaro.
P. Bueno, se llama godo al peninsular que viene muy prepotente.
R. Sí, pero también en España se le dice godo al bárbaro, efectivamente, porque eran legiones romanas; los godos en España que quedaron eran parte de las legiones romanas, eran godos traídos por Ataúlfo, eran legiones de Ataúlfo que se quedaron en España cuando terminó el Imperio romano. Mis antepasados son del norte de España; mi segundo apellido es Vizcaíno, así es que es de esa región, de la región vasca.
P. El sociologismo está muy metido en la novela que se hace en Latinoamérica. En su caso, ¿usted lo ve implícito? ¿Ha sido su propósito incorporarlo o simplemente es que no se puede escribir en ese territorio de otra manera?
R. El nivel social, efectivamente, en América Latina no es una cosa que solamente se hace, sino que es necesario que se haga, porque los problemas sociales en toda América Latina siguen siendo fundamentales. Mientras no se resuelva el problema social o económico, no se resolverá nunca el problema político. Somos países con problemas sociales terribles, de contrastes tremendos entre la gran riqueza y la gran pobreza. Entonces, escribir una novela que no tenga aspecto social es salirse un poco de la realidad, ya sea literaria o de la realidad o de la creación literaria. Ahora, en ciertos países escribes una novela autobiográfica realista y resulta que refleja los problemas de ese país. Yo no creo pertenecer a esa corriente. Yo no reflejo los problemas de mi país, aunque sí toco los temas sociales, el tema del campesino, del fanatismo, de la superstición, un poco de la magia y de la mitología y del sincretismo religioso.
El sincretismo religioso es muy poderoso en México, porque el mestizaje se logró étnicamente, quizá, pero mentalmente no. Entonces, por ejemplo, cuando la expulsión de los jesuitas en 1777, aún empezaban las misiones tratando de cristianizar a estos pueblos, al país en realidad, y no solamente los jesuitas, sino los franciscanos, todos los frailes. La conquista espiritual de México es una gran hazaña, una de las más grandes hazañas en la historia del país, pero se quedó a medias. Parte del pueblo quedó mitad cristiano, mitad pagano. Entonces se creó el sincretismo religioso; por eso existe esa mitología, mitología que es muy común, sobre todo, en los países indoamericanos. Por indoamérica me refiero, no a los países como Argentina, Uruguay, Chile, que son trasplantes europeos, sino a los demás países de América Latina; nosotros le llamamos Mesoamérica, pero ese es un término que no entenderían en muchas partes. A nosotros nos dicen suramericanos a veces, nosotros no somos suramericanos; los mexicanos no somos suramericanos: sin embargo nos dicen suramericanos. Nosotros somos norteamericanos, pero no somos de Estados Unidos, pero también somos estadounidenses, porque somos los Estados Unidos de México, Estados Unidos mexicanos. Pero pertenecemos al norte, a la miseria del norte de América, estamos en la parte norte de América. Esa mezcla que hubo entre el catolicismo y el paganismo fue lo que creó esa característica muy especial, casi mítica, en donde hay una revoltura religiosa y mental del pueblo, hay una mitología pagana y hay un ritual cristiano, esas dos cosas se han mezclado y se ha creado lo que llamamos nosotros sincretismo.
P. ¿Es usted un hombre religioso?
R. Bueno, soy un católico, sí.
P. ¿Qué supone, en un país cuya historia espiritual usted nos acaba de resumir, ser católico?
R. Nosotros somos bautizados, hemos ido a la Iglesia, hemos hecho la primera comunión, hemos practicado la religión hasta cierta edad, y en determinados momentos nos hemos dado cuenta de que estas cosas, pues no, no nos llevan a ninguna parte y, entonces, hemos abandonado bastante la cosa del catolicismo. Eso pasa en la clase media baja y en la clase media alta, no en la clase baja ni en la clase alta.
El siniestro ambiente de la ciudad
P. ¿Cómo es el ambiente para un escritor para un intelectual en México?, ¿es aturdidor, es un ambiente creativo?
R. Es un ambiente siniestro. La ciudad de México es una de las ciudades más sórdidas del mundo y donde toda la gente está histérica, es una ciudad de una explosión demográfica terrible. En la actualidad tiene más o menos catorce millones de habitantes, es una ciudad chata, no es vertical como las ciudades europeas; se extiende por todo el valle de México. Se ha creado una explosión demográfica en donde constantemente todos los días entra gente de la provincia, 30.000 aproximadamente por año, y, aparte de eso, es una ciudad que no se presta a la tranquilidad, es una ciudad sólida hasta cierto punto, porque tanto el tránsito automovilístico como el tránsito de gente es tremendo. En ella no hay lugar apacible, un lugar tranquilo. Muchos, por ejemplo -ahí tiene usted a García Márquez- se fueron de México y se trasladaron a Cuernavaca, que es una zona tranquila. Pero en la ciudad de México, aunque sea el centro político y cultural del país, a muchos escritores mexicanos no se les puede ver. Si no se les va a buscar a sus casas, uno no les encuentra nunca.
P. ¿Usted se relaciona mucho con los intelectuales?
R. No, en realidad no estoy muy relacionado. Los conozco a todos. Por regla general a todos los conozco. Tengo relación con todos. No hay un ambiente propicio en la ciudad de México para escribir. Entonces se lucha mucho. En México, fuera de dos o tres escritores, como Luis Spota o algún otro, que viven de la literatura, nosotros tenemos que vivir de algún trabajo; yo trabajo en el Instituto Nacional Indigenista, editando libros de antropología social, y eso me ocupa casi la mayor parte del tiempo. Esa es la razón por la que yo casi no tengo tiempo de escribir, de dedicarme exclusivamente a escribir.
La frescura del cronista
P. El trabajo del Instituto Indigenista que usted hace, relacionado con la antropología, de alguna manera le ayuda a cultivar su pasión por la historia. ¿Podría decirnos por qué existe en usted, que es un creador, de ficción, esa pasión por la historia?
R. Me gustan mucho los cronistas del siglo XVI, XVII y XVIII, y me gustan por su forma de escribir, por la frescura del lenguaje. Estos hombres escribieron en la lengua del siglo XVI. Es un lenguaje muy fresco, que actualmente en España mismo es arcaizante, pero para nosotros no lo es. En la región de donde yo soy aún se habla ese lenguaje. Entonces, el hecho de que yo lea crónicas tanto de la conquista como crónicas religiosas o de la historia de México se debe a que además de que me enseñan historia es un gran placer leer a estos hombres; ellos escribieron de una forma muy espontánea, sin saber que los iban a leer nunca. Simplemente hacían la crónica de su obra.
P. Quizá como todo el mundo, ¿no? ¿No cree usted que todo el mundo escribe pensando que quizá jamás van a ser leídos?
R. Yo creo que no hay personas que escriben pensando en sus lectores. El mérito de estos hombres es que ellos nunca pensaban escribir para nada. Sólo iban al registro de sucesos, de lo que estaba sucediendo, y lo hacían con un idioma, con un lenguaje que se ha perdido en América.
P. Yo le quiero preguntar sobre las vidas paralelas Rulfo-Arriola. ¿Cómo fue que en la misma época, habiendo nacido el mismo año y habiendo sido amigos relativos, resultaron tan divergentes dentro de la literatura?
R. En realidad, Arriola es un cultista. Es una autoridad, hasta cierto punto, como somos todos, pero él tuvo desde muy joven la afición a las letras francesas. Tiene una memoria de elefante. A Claudel y a todos los autores franceses de esa época los leyó y se los aprendió de memoria. No sólo después de eso aprendió francés, sino que su cultural es afrancesada, su escritura es estilística. A él no le interesa decir nada, sino que le interesa el estilo que se escribe, cómo escribir una cosa. No cómo contarla. No le interesa contar una historia, sino cómo contarla. En general, se puede resumir en esto: Arriola es un estilista nato influenciado mucho por Borges. El tiene la ventaja de la memoria. Es un estilista en realidad, cosa que muchos de nosotros no. No nos fijamos bastante en el estilo.
Imaginar
P. Usted es un creador de ficción. Por otra parte, sus aficiones paralelas son la historia o, por lo que me han dicho, la fotografía en algún tiempo, y expresamente la fotografía documental. ¿Por qué usted ese otro aspecto crítico, analítico, realista de su personalidad no lo ha evidenciado tanto en escritos críticos o en crónicas de lo que está sucediendo?
R. Porque soy malo para el reportaje, soy mal reportero, sería mal reportero, no puedo escribir sobre lo que veo, puedo haber visto muchas cosas, puedo haber observado u oído muchas cosas, pero no podría desarrollarlas, ni cosas autodidácticas tampoco. Así no desarrollo autobiografías ni ninguna de las cosas que hago. Tampoco puedo describir una cosa que veo. Tengo que imaginarla.
P. Hay tres pintores que podrían relacionarse de algún modo con su literatura, que son Rivera, Siquieros y Orozco. Hay otro, Cuevas, que se le opone. ¿Son justas ambas comparaciones?
R. En realidad más bien es Orozco al que yo admiro. Ni Rivera ni Siquieros me dicen nada. Orozco, sí; Orozco lo siento. Además Orozco es también de la zona, de la región de donde soy, y le admiro mucho, sobre todo sus frescos de Guadalajara, su «Capilla», del hospital del Hospicio Cabañas, y su «Hidalgo», del Palacio Nacional, del Palacio de Gobierno de Guadalajara. Lo que ha hecho Orozco. Orozco tiene una fuerza que no tienen los demás pintores, ni Rivera, ni Siquieros. Tiene fuerza dinámica, intuitiva, en muchos aspectos intuitiva, auténtica.
P. ¿Cree que es acertado identificar su obra con la de un pintor como Orozco, por ejemplo?
R. Algunos críticos han dicho que sí, que más o menos. Creo que somos dos cosas diferentes. La literatura y la pintura no tienen mucha semejanza. La pintura es otro arte distinto.
P. Hay un penúltimo tema que es aquel de la mitología llevada a su obra, la mitología o las costumbres ancestrales mexicanas. Le hablo, por ejemplo, de ese episodio de uno de sus libros en el que los padres deciden dar nombre a un niño de acuerdo con el primer pájaro que se pose, y ese pájaro resulta ser una bicicleta, y termina el niño llamándose Juan Bicicleta.
R. Bueno, eso fue en la época de Garrido Carnaval. Se dio en el estado de Tabasco, cuando él prohibió que el santoral católico se aplicara para bautizar a los niños; entonces, por ejemplo, yo conocí a un señor que se llama Scott, un mulato, era en Costa Rica. Yo le pregunté si era inglés, dijo no, mi padre era tabasqueño y se llamaba de nombre Scott, y así sucesivamente, ellos tomaban los nombres que vienen en las marcas de las medicinas, a veces, y se llamaban Guillette o Alka-Seltzer.
P. Ahora se llamaría Grundig, Honda.
R. O Volskwagen.
P. Me gustaría preguntarle sobre Octavio Paz.
R. Octavio Paz es un gran poeta, un gran ensayista y un gran hombre, que trabaja mucho, ha escrito bastante y ahora se puede considerar que, con Pedro Salinas, es uno de los mejores poetas. Para mí Octavio Paz es uno de los mejores poetas.
P. ¿Qué es lo que distingue a Octavio Paz como creador mexicano?
R. Octavio Paz nunca se ha desligado de México, de la cultura mexicana. Ha estado muchos años en París, ha estado de embajador y ha estado bastantes años fuera del país, pero siempre ha tenido sus raíces netamente mexicanas; tal vez será porque su padre era de Jalisco también. Somos los jalicenses muy arraigados a la tierra.
P. ¿Lee usted su obra de nuevo?, ¿después de escribirla, forma parte de su lectura?
R. No, ya hace mucho que no la leo, bastante tiempo que no la leo.
P. ¿Cuál es su reacción ante la obra ya comunicada, ante un libro?
R. Pues que está muerto, que ya es una cosa muerta.
P. ¿Mientras lo escribe?
R. Mientras lo escribo sí hay un interés válido.
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