Mar de Tono
Tengo entendido que uno será siempre joven mientras nunca deje de sorprenderse ante la nueva luz del sol
En Denia al clarear el día salgo a veces de pesca en el barco de mi amigo Tono, poeta y biólogo. En realidad, más que a pescar el hipotético atún o el esquivo pez limón, salgo cada mañana a capturar el milagro del amanecer. Tengo entendido que uno será siempre joven mientras nunca deje de sorprenderse ante la nueva luz del sol, como si fuera la primera y última vez. A este gran acontecimiento se añade luego la sensación del baño en alta mar, el aroma del café a bordo, el sabor de unas salazones. Mi reino por una anchoa. “En el Mediterráneo todo es local, dice Josep Pla, la meteorología, la cocina, los dialectos, la gente. Unas millas más al norte o más al sur y todo cambia: la dirección de los vientos, la dosificación del ajo en la cazuela, el habla, el gusto, los sentimientos”. Desde los presocráticos lo particular de cada lugar del Mediterráneo ha sido un paradigma universal. Por eso este mar doméstico de Denia puede ser cualquier otro mar, el de Java, el Egeo, el de los piratas del Caribe. La isla del Tesoro está detrás de la escollera, si así los deseas. Para mí todo el mar será siempre el mar de Tono, que limita por tierra con la marineta Casiana y las Rotes, con la visión de los montes de Segaria y la del Montgó. Al salir por la bocana del puerto de Denia con rumbo de gregal, a 52 grados a Noreste, después de tres millas náuticas mar afuera se avista por estribor la silueta del cap Martí de Xàbia por el filo del acantilado del cap de Sant Antoni y poco después las sombras de la Nao. Navegando estas aguas paso el verano y aunque al final la travesía no va más allá de la cala del Pope, del francés o del Portixol, dentro de los límites del mar de Tono, siempre es posible imaginar que has arribado a la isla de Sumatra. Placeres sencillos, valores universales, un verano más que se irá hacia el fondo de la memoria.
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