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Seguro que hay más pasión en esa nave industrial que en los bloques de vecinos que se ven al fondo
Cada noche, al volver conduciendo como una autómata los 30 kilómetros del trabajo a casa, paso delante del paraíso. Un paralelepípedo —siempre quise colocar esa polisílaba esdrújula y no hallaba el momento— plantado en la vía de servicio de la autopista Madrid-Barcelona. Un mamotreto blanco, bajo, feo en grado sumo, que de día parece un almacén, perdón, centro logístico, y de noche, con los muros convertidos en lienzos de luz a base de ledes de colorines, un híbrido entre hipermercado pijo, casino de Las Vegas y puticlub con ínfulas. Algo de todo eso tiene Loob, que así se llama el establecimiento, en un juego de palabras entre love, lobby y lobos/as, genialidad de algún publicista, los poetas de nuestro tiempo. Intimidad de lujo, aclara un cartel, por si cupiera duda. Camas de alquiler para el fornicio. Un picadero de diseño. Nada nuevo bajo la solanera.
Me dicen que la hora punta es la de mediodía. Esas dos horas muertas de la jornada partida que impiden a tantos conciliar trabajo y familia. Pues bien, me juego el tipo a que el grueso de los clientes son parejas de infieles. O él, o ella, o ambos. Hay que tener muchas ganas del otro para apagar el ordenador, encerrarse a la hora de la chicharrera en un cajón con vistas a una gasolinera, y volver luego a currar como si nada. Seguro que hay más pasión en esa nave industrial que en los bloques de vecinos que se ven al fondo.
Unos hackers han robado los datos de millones de usuarios de la web de contactos adúlteros Ashley Madison y amenazan con publicarlos. “La vida es corta, ten una aventura”, reza su eslogan, póstrome de nuevo ante los mercadotécnicos. Personalmente, estoy tranquila: no figuro en la lista Madison, por el resto no pongo el anular en el fuego. Lo que sé seguro es que esta noche, al volver a casa del curro conduciendo como una autómata, se me irán los ojos al Loob y sentiré un pinchazo de algo muy parecido a la envidia.
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