Otro fracaso de Europa
La inmigración se ha convertido en el ámbito más divisivo de la política comunitaria y ha puesto al descubierto sus enormes fallas
Por segunda vez en un mes han fracasado los intentos de la UE para manejar la crisis de la emigración. En junio, los líderes comunitarios rechazaban hacer obligatorio el reparto de los solicitantes de asilo expulsados por la guerra y la opresión en el norte de África y Oriente Próximo. Ahora, los ministros del Interior han sido incapaces de repartirse la cuota voluntaria de 40.000 refugiados que esperan en Italia y Grecia (una fracción de los 600.000 que piden asilo cada año) procedentes de Siria, Eritrea e Irak. Solo 35.000 serán reasentados a partir de octubre, y España acogerá a 1.300, en lugar de los más de 4.000 inicialmente asignados por Bruselas.
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La presión de Alemania y Francia no ha vencido la resistencia de numerosos socios renuentes a este esfuerzo de solidaridad. La inmigración se ha convertido en el ámbito más divisivo de la política comunitaria y ha puesto al descubierto las enormes fallas y la incoherencia del sistema europeo para lidiar con el fenómeno. Que los Gobiernos nacionales hayan vuelto a echar por tierra los planes de la Comisión para aliviar la situación de Italia y Grecia muestra hasta qué punto son inexistentes las perspectivas de europeizar la política migratoria. Desde el extremo no a la acogida formulado por Austria y Hungría, hasta las reticencias de los países bálticos y del Este, todos han encontrado argumentos, económicos en su mayoría, para eludir el compromiso. También España, donde, a diferencia de otros miembros de la UE, ni la cuestión migratoria ni la crisis de los refugiados forman parte de la batalla electoral.
La cicatería europea lanza un mensaje demoledor al resto del mundo. Es cierto que la escala de la inmigración a que hace frente la UE tiene enormes proporciones, a tono con las causas que la impulsan en los países vecinos. Pero más allá de los quebrantos impuestos a la cultura del bienestar por la crisis económica, más allá del giro en la política de acogida impulsado por partidos populistas o xenófobos presentes en algunos de sus Gobiernos, Europa había hecho de su solidaridad y tolerancia en el asilo de perseguidos uno de sus estandartes.
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