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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Apuesta muy exigente

El plan europeo para Grecia es más duro en lo político que en lo económico

El programa para Grecia acordado por el Eurogrupo de primeros ministros (ya al borde del abismo) es muy exigente. Solo gracias a ello se logró el consenso entre todos los socios de la moneda única para dispensar en el futuro un tercer rescate financiero capaz de contribuir a que se reúnan los más de 80.000 millones de euros de financiación externa que necesita la economía griega.

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El acuerdo unánime era indispensable para evitar la salida de Grecia de la eurozona, algo contrario a la voluntad de los griegos y que les habría condenado a afrontar costes mucho más duros. Y que, al mismo tiempo, hubiera erosionado gravemente la credibilidad del euro y de la propia UE, de la que la moneda única es ariete económico y símbolo político.

Por eso —porque los objetivos principales se han logrado— el acuerdo es fundamentalmente positivo. Y debería dar paso a una mayor profundización de la unión económica y monetaria, ya no en clave defensiva, sino más proactiva y propositiva.

Pero no cabe ocultar las pérdidas generadas en casi un semestre de tensión extrema: económicamente, para los griegos, cuyo Gobierno ha dejado evaporar los tímidos apuntes de recuperación heredados. Y para la política europea, absorbida monotemáticamente en este asunto, lo que ha impedido desplegar un mejor ritmo en los nuevos proyectos de inversión y de culminación del mercado interior, que afortunadamente ya están en marcha.

También deberá diluirse el coste psicológico del duro enfrentamiento registrado: entre los actores políticos, pero también, aunque más soterradamente, entre las distintas opiniones públicas. Si el acuerdo debe ser un trampolín válido de futuro y no un símbolo de todas las desgracias, insuficiencias y animosidades registradas estos meses, conviene que esa mayor integración europea se acelere, sobre todo en lo que genera más adhesión e ilusiones: recuperación económica, lucha por el empleo, mejora tecnológica de la competitividad, cohesión social...

Grecia tiene en ello un papel específico y esencial. Pero nada fácil. Y no porque los detalles del acuerdo final deban incrementar la austeridad de las capas sociales más débiles que ya la han experimentado: las medidas de recorte en el gasto e incremento en el ingreso a adoptar por Atenas son esencialmente equivalentes a las que obtuvieron (casi) el consenso a final de junio, y que finalmente Atenas rompió unilateralmente con el referéndum. Aunque a ellas se le añada un elemento nuevo, el fondo de privatizaciones, que actuará como garantía de todo el proceso.

Lo más arduo no radica en el ámbito económico-social, sino en el político. En el aumento del control de los socios sobre las acciones de un Gobierno del que siguen desconfiando; en la revalidación de la troika, bajo otro nombre; en la continuidad de la presencia del FMI; en el retroceso de las medidas tomadas por el nuevo Gobierno contra la voluntad de las instituciones; en la estricta condicionalidad que supone aplazar cualquier desembolso al cumplimiento —por el Gobierno y el Parlamento griegos— de lo acordado. El presunto mayor logro, el alivio de la deuda, se fía al futuro, y en los términos ya acordados en noviembre de 2012, excluyendo quitas. Ya estaba, pues, encima de la mesa.

Alexis Tsipras convocó el referéndum pretendiendo reforzar su posición. El resultado ha sido el inverso. Ha encajado que su programa inicial haya sido vapuleado y borrado. Al final ha tenido la lucidez de no condenar a su pueblo a la condición de paria mundial (como le aconsejaban algunos gurús oportunistas); deberá emplear esa lucidez en este momento para convencer a sus conciudadanos de que, ahora, puede ser responsable.

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