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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tras el referéndum

Tsipras debe presentar un plan para resolver el grave problema creado

El fuerte desgaste que el proyecto europeo está sufriendo con la crisis griega puede empezar a enderezarse solamente si el Gobierno de Alexis Tsipras presenta a los líderes de la UE un plan que incluya propuestas aceptables en la línea de lo que se le ha exigido hasta ahora para llegar a un acuerdo con sus acreedores. Del resultado del referéndum hay que tomar nota, respetarlo y esperar a saber lo que Tsipras —que, en contra de la opinión unánime de sus socios europeos, cree que está ahora en mejor posición negociadora— tiene que decir.

No hay muchos motivos para el optimismo, excepto que el deterioro de la situación perjudica a todos. Alemania mantiene una actitud de diálogo —a pesar de la primera reacción del vicepresidente del Gobierno, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, que consideró “rotos los últimos puentes”— pero hay pocos indicios de que se vayan a aceptar en la eurozona posiciones de fondo muy distintas de las que ya había sobre la mesa antes del órdago.

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Tanto las instituciones europeas como los Gobiernos de la eurozona no han logrado hacer visible a los griegos del no que si algo ha caracterizado la política hacia Grecia es la solidaridad, lo contrario de lo que ellos se quejan. Ahora, y para el caso de que las negociaciones se rompan definitivamente, la UE debería preparar medidas que alivien el impacto que tenga en las capas más vulnerables de la sociedad griega la ausencia de acuerdo entre las partes, como ha sugerido el presidente del Europarlamento, Martin Schulz, que tampoco cree que Atenas esté en una posición negociadora mejor que la de hace 10 días.

El referéndum no debe ser visto como borrón y cuenta nueva. Así debe entenderlo Grecia: sería un pésimo precedente en caso contrario. Tsipras ha sabido construir un relato épico en el que un pueblo heroico se ha opuesto a unos malvados acreedores capitaneados por el FMI, el BCE y Alemania. Es indudable que ha triunfado en casa con el órdago. Otra cosa, sin embargo, es para qué sirve esa victoria y cuál va a ser su verdadero alcance.

Las tensiones con los socios tras la convocatoria de la consulta y el caos bancario generado sobre el terreno no tienen fácil vuelta atrás ni encauzamiento a la hora de negociar un tercer paquete de rescate que inevitablemente requerirá, como los anteriores, un gran desembolso de ayuda financiera a cambio de una gran dosis de reformas estructurales; y, sobre todo, un proceso de ratificación parlamentaria por parte de los demás socios de la eurozona, en su mayoría reacios a conceder más ayudas a un país que muchos a estas alturas consideran irreformable.

Ahí es donde podría producirse entre los miembros de la eurozona un choque de legitimidades que desemboque en un bloqueo de imposible solución democrática. Porque si todos los países imitan a Grecia y reclaman gobernarse a sí mismos sin ataduras ni compromisos, entonces el proyecto europeo, que representa exactamente lo contrario, será inviable. El proceso de integración de la UE es un método para conciliar intereses distintos en busca de un futuro común, no un método para la imposición de las voluntades de unos pueblos sobre otros.

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