Rudolf Nureyev, la danza como destino
Nacido hace 46 años en las cercanías de Ufa, una pequeña ciudad agrícola de Siberia, Rudi —así le llamaban sus compañeros— no podía imaginar que aquel paso decisivo al abandonar al Ballet Kirov de Leningrado durante una temporada en la Ópera de París le iba a convertir en la única figura masculina, desde Nijinski, capaz de llenar por sí mismo los grandes teatros. Comenzaba para él una variada y gloriosa carrera. Los próximos días 27, 28, 29 y 30 de noviembre actuará en Valencia con el Ballet de la Ópera de Nancy.
En su mirada pervive un color de trigo maduro, el niño travieso que corría por los campos de Ufa se adivina en su inquietud. Va y viene, se mira en el espejo rococó del despacho principal de la Ópera Cómica, escoge un sillón de terciopelo gris y se sienta. Su aire es lento, calculado, pero al mismo tiempo fuerte. El pasado está muy lejos en el tiempo y en su memoria: "No siento nostalgia, esta es la verdad, aunque parezca difícil de creer. Pero es que mi vida aquí ha sido muy agradable, y mi carrera de bailarín ha funcionado bien. Todo ha sido tan bueno que no ha habido lugar para la añoranza. Todos mis éxitos están en Occidente. En mi vida presente no echo nada en falta".
Las facciones de su cara son de un dibujo marcadamente geométrico. El origen mongol de sus ancestros brota en los fuertes pómulos, el labio abultado sobre un mentón prognático, la cabeza de una acentuada redondez, que hace pensar en Vaslav Nijinski, pues el parecido entre estos dos nombres trasciende el origen y la formación ballctística, pero Rudolf Nureyev no lo cree así, casi se incorpora y, apoyando sólidamente su ancha mano en el brazo dorado del sillón, lanza un "no, no es verdad". Aparece de nuevo su sonrisa, que no es abierta, sino una especie de rictus, que poco a poco se suaviza: "Eso es sólo una frase, una extraña concepción, una idea que se ha vertido, con la que yo no estoy ni estaré de acuerdo nunca. Rechazo que me comparen. Nijinski y yo no tenemos nada que ver. La imaginación de la gente de 1900 forjó un ideal". Lo cierto es que con Nureyev volvió el mito del bailarín dentro y fuera del escenario, algo que no sucedía en el ámbito de la danza internacional desde Nijinski, alternando la adoración incondicional con el rechazo. "Nijinski fue el primer montaje publicitario en el mundo de la danza. Realmente bailó muy poco, pero captó la imaginación de la gente de 1900, mientras que yo tengo que captar la imaginación de la gente de los años sesenta a los ochenta". Y es con este criterio con el que Nureyev ha estructurado de una manera tan poco convencional su vida artística, acercando la figura del bailarín a la modernidad.
Desde los primeros días de su exilio comenzó una vida itinerante y variada. Su fotografía no ha faltado nunca de las páginas de las revistas sensacionalistas, las de moda o las de danza. Su vida social subió a la par de su estrcllato, alternando los aplausos con aristócratas y millonarios que se lo disputaban. "Adquirí tenacidad y voluntad, entendiendo muy pronto que debía cuidar de mí mismo. Desde entonces sólo confío en mí mismo y me fio solamente de mi intuición y la experiencia personal". Pero Rudi ya había entrado con pie derecho en Francia. En mayo de 1961 se presenta por primera vez en París con el Kirov de Lcningrado, pide asilo, y en junio obtiene un contrato con el Grand Ballet del Marqués de Cuevas, una mítica compañía que tendría entonces su último gran momento. "Cuando yo llegué a París, procedente del Kirov, no había hecho tantas representaciones como parece. Yo conocía muy bien el estilo de los clásicos y era capaz, pero no había bailado tanto. Cuevas me ayudó haciéndome bailar en la temporada aquella con su compañía, pero sólo lo hice por tres meses para poder ir a Dinamarca y trabajar con Erik Brunhn. Mi meta era llegar de allí a Estados Unidos. Mi curiosidad entonces no conocía límites". El diálogo se interrumpe unos momentos, pues Nureyev quiere atender la pose para el retrato. "Cuando yo decidí pasar al mundo occidental ya mi estilo y mi profesionalidad estaban hechos, terminados. Todo en mí estaba dibujado y listo para bailar y triunfar, y tenía mucha confianza en el estilo de baile que había aprendido". Era el comienzo de una ascensión vertiginosa. Casi al mismo tiempo, la Universidad de la Danza le otorga el Premio Nijinski, y años más tarde, la misma institución, el Grand Prix Marius Petipa, los dos galardones más importantes que se pueden obtener en el ámbito de la danza mundial. En septiembre del mismo año 1961 conoce a M argot Fonteyn en Copenhague, un encuentro histórico que cambiaría en parte el ritmo de su vida profesional. "Ella es una gran actriz, y tengo muchos recuerdos. Estuvimos muy conectados mientras bailábamos juntos. El corsario no fue nada, pero se hizo muy famoso, eso es todo. Con Fonteyn sucedieron cosas mucho más importantes, como Raymonda, que fue un ballet bellísimo".
Casi todas las estrellas de la danza clásica de los últimos años han pasado por sus manos de experto partenaire: la Fonteyn, Natalia Makarova (exiliada de la Unión Soviética como él), Carla Fracci y Noclle Pontois, entre otras: "Deseaba con todas mis fuerzas bailar en todos los teatros, en el mundo entero. Era como un reto para mí mismo".
Desde el principio de su paso a Occidente, este hombre despliega una actividad incansable, donde no sólo baila, sino que se revela como un importante coreógrafo, con una labor creativa tanto en piezas propias como en la reconstrucción y el rescate de los clásicos: "Cuando he trabajado sobre Raymonda o El lago de los cisnes es para preservar todo lo que puede guardarse. Mucha gente piensa que ya no es necesario y que es una labor baldía. “Yo opino todo lo contrario, y más que necesaria es indispensable. Debemos guardar la herencia del pasado". Sobre este mismo tema, Nureyev le comentó a Gerard Mannoni: "En lo que nos ha llegado del pasado está la base de todo trabajo futuro. Petipa, creador de El lago de los cisnes, ha dejado escrito en sus memorias que no esperaba que sus bailes sobrevivieran intactos, que él sabía que sólo se mencionaría su nombre. Y esto creo que era una manera de conceder libertad a sus sucesores. Todos estos bailes clásicos deben ser considerados como piedras preciosas que es necesario montar de nuevo para que su brillo llegue hasta nuestros contemporáneos".
"Creo haber roto las barreras entre la danza clásica y la danza moderna". En esto no le falta razón a este artista. Su trabajo ha sido interdisciplinario, abierto como el de nadie, hasta tocar, con desigual fortuna, el cine. "No estoy satisfecho con mi trabajo cinematográfico. Valentino es una bella película, pero yo no estoy contento con lo que hice". Y este espíritu de inconformidad con el propio trabajo hizo que nadie, antes de él, se atreviera a violentar las posturas heredadas del siglo XIX para asumir, con el riesgo natural en estos casos, las técnicas y proposiciones contemporáneas: "En 1980 bailé por primera vez el personaje Acgistus en el ballet Clitemnesta de Martha Graham. Ella opina que nadie ha bailado como yo ese papel. No es tanto una cuestión de método cuanto que creo que un bailarín contemporáneo debe tener un extenso repertorio, con diferentes coreografías; no es mejor o peor hacerlo con diferentes métodos y técnicas. Es necesario hoy día asumir la danza de esa manera abierta. En cualquier caso es necesario tener el conocimiento de todos los métodos, eso forma definitivamente al bailarín de hoy en día".
Sobre una mesa hay varios libros y revistas que hacen mención de su carrera y de su vida, pero Rudolf apenas vuelve la vista hasta ellos: "Yo no leo las críticas de ballet sobre mis actuaciones, sólo miro la sección de ballet del Sunday Times y The Observer. En realidad, lo que pasa es que leo muchos libros y no tengo tiempo para dedicar a los periódicos". El tiempo es una de las obsesiones en todos los artistas del espectáculo, y en el caso de Nureyev, el tiempo de bailar: "Pero quiero hablar de mi baile, de la manera que lo hago. He meditado mucho sobre esto, y mi impulso me lleva a movimientos generosos y largos, es una manera de bailar que te exige grandes trayectorias a través del espacio escénico. En ello me doy por entero, tratando de dar una vida propia e interior al ballet, llenar de sentimientos los aspectos formales de la danza".
Es ahora cuando el tono de su voz se hace más grave, y su mirada vuelve a la alfombra de dibujos turquesa, como si lo que fuera a decir le costara el esfuerzo de una verdadera confesión: "Considerando mi edad, prefiero los roles clásicos, es mejor. Aún puedo depurarlos, con la madurez se gana también en esencia. Cuando uno tiene, como yo en este caso, la responsabilidad de una compañía tan importante que dirigir y orientar, que debe además asegurar un nivel elevado en sus representaciones, ya sea en su sede o en cualquier otra ciudad, yo debo concentrarme en la representación de los roles clásicos". Ya nada queda del tono elevado de la estrella, el legendario bailarín está siendo sincero, y su voz es mucho más baja, cercana; también su sonrisa, cuando aparece, es mucho más franca y natural. "Yo he conseguido mis sueños en el escenario, he tenido en mis manos los grandes papeles, los he hecho y los he amado. Aún disfruto mucho con los clásicos; con el estilo Bournonville o con Petipa, y también con los modernos que me permitan una intensa interpretación. Cuando usted ve a un bailarín en el escenario se da cuenta de que hay cosas que no se pueden bailar siempre; cada pieza tiene su tiempo. Uno debe saber lo que debe bailar en cada etapa. Sin embargo, es verdad que a través de trabajo y de técnica es posible superar ciertas cosas. No hay un momento exacto para la cumbre de una carrera, es como el vino cuando está en su justa sazón para beberlo. Un bailarín en el escenario siempre debe proporcionar placer con su técnica y con su cuerpo, puede ser joven o viejo, eso no importa".
Cuando decidí pasar al mundo occidental, mi estilo y mi profesionalidad ya estaban hechos, terminados. Todo en mí estaba dibujado y listo para bailar
A finales de noviembre, Rudolf Nureyev hará una fugaz aparición de cuatro funciones en Valencia, y estas representaciones prenden en él una chispa de entusiasmo: "Bailaré en Valencia el Apolo Musageta. de Balanchine, con música de Stravinski. Ésta es una pieza muy importante en mi repertorio. Balanchinc es una danza muy seria. A Balanchine lo encontré por primera vez en el Reino Unido, y luego en Amstcrdam hablamos mucho de sus piezas para ballets. Entonces le convencí para que yo bailara el Apolo. Le dije: 'Bien, entonces déjame hacerlo'. Él sonrió, y yo acepté el reto, comencé entonces a trabajar el personaje y el estilo de Balanchine".
Por primera vez se escucha en el silencioso boudoir de la Rué Favari una risa sonora: "Yo he hecho dos o tres visitas a España, una vez hice muchas funciones de Giselle aunque no lo hacíamos en óptimas condiciones, los escenarios no eran muy buenos, casi siempre eran improvisados al aire libre. En un sitio estábamos cerca del aeropuerto y se oía aterrizar y despegar a los aviones, hasta el punto de que tapaban la música. Eso no he podido olvidarlo. En Barcelona el sitio era muy bello, pero pequeño. En el Generalife de Granada fue maravilloso, excepto que la función comenzó después de una larga cena y aquello terminó a las cuatro de la madrugada".
Entonces Rudi se echa sobre el hombro izquierdo un grueso abrigo de lana parda y se levanta dando por terminada la conversación, vuelve al espejo, abandona el cúbala sobre una graciosa mesilla de riñón y, dando un rápido giro bajo las cornucopias, se cala aún más la gorra de piel negra: "He llegado donde he querido, pero eso no quiere decir que deba abandonar lo que me da tanto placer, a mí y a los demás".
Baila con el peligro
Le he visto bailar miles de veces. Es aleonado, un animal en escena. Encuentra cara a cara dificultades con un papel y cara a cara con el público las resuelve en una actitud de desafío. Desafío que va tan lejos que se pone en peligro continuamente. Es a la vez el torero y el toro, entra en escena como se entra en la arena, para vencer o morir. Su actitud es provocativa, no por arrogancia, sino por gusto del juego y las exigencias, por eso es único. Tiene una fiereza oriental. Le considero el bailarín del siglo XX, pues lo ha abordado todo con una curiosidad rara. Los grandes intérpretes acaban en grandes maestros. Nureyev es al ballet lo que la Callas es al canto. ¿Cómo no crear discípulos en esas condiciones?
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