Amor cautivo
Rajoy nunca se casará con Carla Bruni. Ni con Sarkozy, visto el paño
Hace años, en una entrevista a Mariano Rajoy se le preguntó si podría ocurrirle lo que a Sarkozy, o sea, enamorarse de Carla Bruni. Rajoy respondió de una manera antológica: “Tenga en cuenta que soy de Pontevedra”, como si hubiese un veto histórico de Carla Bruni a los pontevedreses, una ley entre artistas que les exigiese desde tiempos inmemoriales acercarse a uno. La declaración no sentó bien en la ciudad. Era sabido que había gente cultivando su amor por Carla Bruni. Muchos no entendieron por qué Rajoy, de repente, en un golpe de mano extraordinario, les negaba cualquier posibilidad, como el típico amigo sobrio.
La frase sin embargo tenía ese sentido marianista de las cosas. Rajoy interpretaba que ser de Pontevedra no era lo mismo que ser de París. Esos escándalos de dejar a una mujer, o de liarse con una señora que es cantante. Sólo de pensar en decirlo en casa ya levanta dolor de cabeza. La frase en realidad hacía referencia a la “gente normal”. Hay dos clases de “gente normal” en España: la que va en metro a trabajar y la que no se mete en cama con Carla Bruni. La mayoría social es la segunda, por eso Rajoy esta semana llevó a Sarkozy a comer a La Tasca Suprema, los dos sentados en un rincón dando la comanda. Parecía una de esas fotos de los 90 en las que Casillas, Guti y Raúl prometían a los periodistas que no iban a cambiar nunca.
Rajoy nunca se casará con Carla Bruni. Ni con Sarkozy, visto el paño. Pero el presidente tiene una seducción que abordar: la de Aznar, que ha pedido en público que el PP ligue con él. Su voto no es cautivo: hay que conquistarlo. Aznar sin saber a quién va a votar es como cuando informan de que se ha escapado un tigre. Su mujer votó en las municipales dentro de una cabina, y él acaba de decir que Carmena, exterminadora de democracias, ha dicho más cosas buenas de Botella que el PP en tres años. La centralidad se va de madre.
Las dos almas de la derecha llevan mal el amor. Rajoy lo considera un escándalo de burgueses y Aznar le reprocha que conteste a sus asuntos con el “que si quiero o que si tengo”. En París triunfó la Bella Otero, la cortesana más cara del XIX, y por su amor se suicidaron varios. Tan bonita que decía ser andaluza y gitana, no le fuera nadie a señalar y decir: “Tenga en cuenta que es de Pontevedra”.
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