Benicio del Toro: "Me dieron muchas galletadas: hay sangre mía por todos lados"
Llegó a Hollywood sin nada y ahora es uno de los actores latinos más relevates. Le entrevistamos en Los Ángeles. Protagoniza ‘Un día perfecto’, de Fernando León
Explica el cineasta Fernando León de Aranoa que si hay una cosa que abomina en el cine es eso que llaman el “momento confesión”. En un receso de la acción, el personaje principal le suelta a otro una parrafada sobre su vida que casualmente sirve para explicarle al espectador la clave de algo que ha hecho o que va a hacer. Para evitarlo, León necesita actores que lo digan todo con la mirada y el gesto. Caras que no necesitan explicar mucho para convencerte de que no lo van a hacer todo bien, ni todo mal, ya veremos. Ojos complicados, como la vida. En esa categoría de miradas está la de Benicio del Toro (San Juan, Puerto Rico, 48 años) y por eso es el protagonista de Un día perfecto, la última película del director madrileño, que se estrena el 28 de agosto.
La cita para esta sesión de fotos para ICON es en uno de los puntos más altos del parque Griffith, al este de Hollywood (Los Ángeles), una tarde de mayo bajo una luz que hace recordar por qué una industria basada en la fotografía se instaló en este lugar y rodó en este parque algunos de sus primeros clásicos. La idea es montar, a propósito, un estudio de rodaje. El atrezo está tan bien trabajado que se podría aprovechar para rodar un anuncio. “No, para eso harían falta otros 30 tíos dando vueltas por aquí y quejándose de lo poco que cobran”, bromea alguien del equipo de la sesión fotográfica. Todo el mundo parece saber, en este ambiente de braceros del oeste sin mucho que hacer, exactamente a qué se refiere.
Así es la vida en el cine, la cara toca a la gente o no la toca. La mía parace que sí"
Del Toro se presenta con el caminar de cowboy y la sonrisa grande. Llega acompañado de su hija, Delilah (fruto de su relación con la hija del rockero Rod Stewart, Kimberly Stewart). Tiene cuatro años, melena rubia y lleva una camiseta de los Beatles. Su beatle favorito es George Harrison y su padre se parte cada vez que lo dice. Hay un contraste entre el personaje de esta sesión, casaca al viento desafiante sobre la ciudad de los sueños, y las bromas de padrazo con su hija. Se comporta muy amablemente con todo el mundo. Tardará unas tres horas en confesar que no le gustan ni las sesiones de fotos ni las entrevistas.
Benicio habla un español suave, pausado, ese español americano que califica una película como “linda”. Se anima a hacer la entrevista en español, a pesar de que lo tiene frío, dice. Es más fácil para él hablar de cine en inglés, pero durante las fotos ha demostrado que puede alternar los dos idiomas según el interlocutor, como hace el 40% de la gente que vive en Los Ángeles. Una vez que se ha calentado apenas necesita apoyarse en el inglés.
De cerca, su cara tiene la misma dureza de sus películas. Un rostro que ha contribuido a hacerle un hueco en la cumbre. “Me ha ayudado y me ha desayudado. Puede ser bueno y malo. Estás hablando de Hollywood. La cara no tiene nada que ver con la actuación. Así es la vida en el cine, la cara toca a la gente o no la toca. La mía parece que sí. Hay que dar gracias al viejo y a la vieja, sobre todo a ella, porque me parezco más a mi madre”. Pero es algo más que su cara. Todo el aspecto de Benicio del Toro pide papeles tormentosos. ¿Recuerda alguna película en la que saliera peinado? Se queda pensando tanto tiempo que se acaba riendo. “Es que… yo traigo mucho viento”.
Pistolas de nuestros padres — En Un día perfecto, interpreta al líder de un grupo de trabajadores humanitarios en el final de la guerra de Bosnia. Asegura que le parecía interesante hacer “un personaje relajado”. Mambrú, como se llama el portorriqueño en la película, es “un poco nonchalant [despreocupado], pero le importan las cosas. Está cansado del trabajo, pero le motiva ayudar a la gente. No es un típico personaje que haría el actor Benicio del Toro como se le conoce”, dice de sí mismo, consciente de que es un intérprete al que le va bien una tormenta alrededor. “No anda con una pistola”, recalca. Curioso detalle para definir la carrera de uno: llevar un revólver. “Si te fijas en mi carrera, en muchos de los personajes hay una pistola en algún lado”. Esta vez no. En esta película, la única violencia la ponen las contradicciones de los personajes. Y para eso hacía falta un tipo complicado.
¿Recuerda alguna película en la que saliera peinado?". Benicio del Toro se queda pensando tanto tiempo que se acaba riendo. “Es que… yo traigo mucho viento”, contesta
El fotógrafo Kurt Iswarienko ve esa complicación en el rostro de su modelo. “Tiene una cara increíble”, explica. Una que transmite “una mezcla de supermalo, con algo de intelectual, de psicológico. Da miedo, pero en el buen sentido”. Es la segunda vez que retrata al actor y corrobora que es de los que no se limitan a quedarse quieto donde le dices, sino que toma una dirección e improvisa para buscar la variedad. Resulta interesante verle posar. “En realidad, estoy pensando en la gente a la que no he llamado, hasta qué hora estamos aquí, quién es quién, esto y aquello…”, confesará luego.
Eso es precisamente lo que hace Del Toro: presenta una tesis y defiende la antítesis a la vez. “Sus personajes tienen una contradicción y una lucha interna”, asegura León de Aranoa. Es el viento que trae consigo Del Toro lo que le hizo interesante para el director madrileño en esta nueva película llena de personajes que se quieren ir, pero quieren hacer el bien, que están para ayudar, pero también de vuelta de todo. “Para un actor es más fácil mostrar una determinación clara. Pero no hay cosa que me aburra más que la gente que lo tiene muy claro. Ese es el modelo de héroe, no es real. Y cuando es real, es muy aburrido. La contradicción es interesante, porque somos así, y eso Benicio lo expresa muy bien”.
Sangre por todos lados — Benicio del Toro llegó a Hollywood desde Puerto Rico, camino de la universidad a finales de los ochenta. Iba a San Diego a continuar estudios de económicas cuando vino a visitar a su hermano. No era casualidad, le gustaba eso del cine. Alguien le dijo que se acercara a un estudio de interpretación en la esquina de las calles Hollywood y Argyle. Hizo una prueba y le dieron una beca. Adiós universidad. Acababa de entrar en la escuela de interpretación de Stella Adler, alumna de Stanislavsky. “Tuve la oportunidad de trabajar con esa señora que por entonces tenía ya más de 80 años. Yo no sabía quién carajo era. Mira lo grande que es la ciudad”, señala a lo lejos desde la montaña, “y yo caí en sus manos. Es una de esas suertes en las que intervino alguien…”, dice señalando al cielo.
Latinos de ayer y de hoy — Buscar trabajo en aquel Hollywood de finales de los ochenta no fue fácil. “No conocía a nadie que trabajara en el cine. Hacía audiciones aquí y allá. Recorrí toda esta ciudad y me dieron muchas galletadas, hay sangre mía por todos lados”, recuerda. Es tentador decir que era más cuestión de circunstancia que de falta de talento, porque la trayectoria que tuvo este portorriqueño sigue la espectacular evolución de las minorías en el cine estadounidense. En los ochenta se encontró con una industria en la que, históricamente, “el hispano no tenía tantos papeles”, recuerda. “Siempre hubo hispanos en Hollywood. Estaban Anthony Quinn o José Ferrer. Pero no interpretaban a latinos”.
En los ochenta hubo cierta mejora: los guionistas empezaron a tontear con la idea de los latinos como villanos. Y así, Del Toro encontró un primer trabajo como secundario en la serie Corrupción en Miami. “Hacía del hermano del malo”, se ríe. Era el estilo de papeles que años atrás habían interpretado los italoamericanos, antes de que disfrutaran su gran boom en la pantalla. “Empezaron en los setenta, con Coppola, Scorsese, Pacino, Stallone, De Niro, Travolta. Una ola monumental”, describe el actor. A partir de ahí, las cosas fueron cambiando. El mundo se hizo más complejo y Hollywood, menos blanco.
Si te fijas en mi carrera, en muchos de los personajes hay una pistola en algún lado”
A finales de los ochenta, los afroamericanos tuvieron a Spike Lee, Denzel Washington y “un grupo de actorazos”. Y en los noventa, Del Toro notó que ya no era tan difícil encontrar papeles. En 1995 él dio el gran bombazo con Sospechosos habituales. Al poco, Antonio Banderas desembarcaría (“aunque él llegó ya como estrella”, matiza). Estaba empezando la ola. Su momento. El latino se convirtió en una imagen habitual de las grandes producciones. Desde entonces, Del Toro ha interpretado a personajes mexicanos (Traffic), argentinos (Che) o colombianos (Escobar).
Con mayor o menor complejidad moral. No estuvo solo –“en la ola en la que yo entro estaban al frente Edward James Olmos, Raúl Julia y Andy García”–, pero quizá él sea quien más y mejor haya sabido aprovechar este giro. Una mirada hispana particularmente bien asimilada por el cine estadounidense.
Esto no quiere decir que esté todo hecho. Aún tienen que llegar los papeles protagonistas, los de galanes. Pero aquí Del Toro recuerda el caso primigenio: los italoamericanos. “Creo que dijeron ‘si lo hacemos bien, ganamos de todas maneras’. Da igual que no interpretemos a galanes”. Luego les llegaron los papeles de todas formas. Como una recompensa. Benicio del Toro pertenece a la generación de latinos que ha demostrado que son buenos. Ya vendrán los papeles de galanes. “Hay una base ahora. Lo que falta es que venga la próxima generación y siga”.
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