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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Izquierda y bandera

Una democracia progresista no es incompatible con los símbolos de España

Aunque solo sea por la reacción del presidente del Gobierno y otros muchos dirigentes políticos, es evidente que Pedro Sánchez y sus asesores han conseguido el golpe de efecto que buscaban. Los liderazgos personales vuelven a cotizar al alza en plena renovación del mapa político y esto favorece tanto a los partidos emergentes como al propio PSOE, que con actos como el del domingo pretende resaltar la renovación de su dirigencia. Discutir sobre el acierto o el error de organizar un acto presidido por la imagen de la bandera constitucional desenfoca las cuestiones de fondo que deben debatirse de verdad.

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No hay incompatibilidad entre los emblemas de España y un proyecto progresista de democracia, como pretenden algunos sectores izquierdistas. Lo mismo que carece de justificación buscar contradicciones entre sostener los valores de la Constitución y considerar esta última poco menos que inamovible, como muchas veces se defiende desde ámbitos de la derecha. La izquierda no tiene por qué renunciar al legítimo sentimiento patriótico, tan pisoteado por muchos de los que alardean de él mientras se muestran incapaces de abrirse a interpretaciones del ser español que no sean estrictamente las suyas. Defender la Constitución tampoco justifica llamar a la traición por realizar pactos que permitan gobiernos municipales y autonómicos allí donde ningún partido ha conseguido mayoría suficiente por sí mismo.

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Las polémicas sobre el acto del domingo pasado son electoralistas, y no esencialistas ni identitarias. Cierto que los independentistas aspiran a separarse de la casa común; y que otras personas, sin serlo, reivindican el símbolo de la Segunda República, es decir, lo que fue la bandera nacional desde abril de 1931 hasta una fecha que algunos sitúan en julio de 1936 y otros en abril de 1939.

Más extraño resulta que un partido constitucional como el PSOE, que ha gobernado España durante gran parte del periodo transcurrido desde la Transición, vea discutido su derecho a usar la bandera constitucional en pleno siglo XXI. Es un modo de suscitar conflictos emocionales sobre los símbolos para ocultar la competencia electoralista, en la que Sánchez busca a los partidarios de un centroizquierda moderado.

En realidad, lo que faltó en el acto protagonizado por el líder socialista es un asunto importante: precisar la propuesta que quiere presentar a la sociedad y dar pistas sobre el equipo con el que aspira a dirigir el país en caso de que los votos le sitúen en condiciones de hacerlo —ayer se supo de la incorporación del exministro Jordi Sevilla al grupo encargado del programa económico del PSOE—. En general les falta a todos los aspirantes a La Moncloa, salvo la meritoria anticipación de algún partido (como Ciudadanos), el esbozo de un programa económico. Todos los candidatos a la presidencia del Gobierno tienen que concretar y explicar sus planes, en lugar de ponerse a discutir sobre quién tiene derecho a usar la bandera constitucional en los actos públicos.

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