Con ocasión de mi boda
La monarquía, que ha sido siempre un asunto de testosterona por ley, tiene en los gestos públicos su forma antigua de reinado.
Hay una escena de Woody Allen en la que el hombre, al teléfono, escucha cómo su mujer le dice que se ha ido con otro. Allen toma la decisión más dura que se le ocurre, y responde que su relación ha terminado, que la deja. José Luis Cuerda definió la psicología masculina en una escena cumbre de la historia del cine español, cuando un padre avisa a su hijo, los dos bajo un edredón, que “un hombre en la cama es un hombre en la cama”. Allen y Cuerda hablan del orgullo; el primero de una manera universal, el segundo de una forma intrínsecamente cazurra: no se me pone por delante ni el chaval.
La monarquía, que ha sido siempre un asunto de testosterona por ley, tiene en los gestos públicos su forma antigua de reinado. Se dirige continuamente al pueblo no para entrometerse en su vida, como hace el Gobierno, sino para que sea el pueblo el que se entrometa. Hay que percibir la sensibilidad popular, la voluntad popular, el acabose popular, y actuar en consecuencia. Mariano Rajoy puede ser impopular; Felipe VI no, porque en el privilegio lleva la penitencia. A la hora de satisfacer al pueblo un rey no distingue ni a su familia, y para defenderse con orgullo a la infanta le ha faltado tiempo para decir que ella ya lo había dejado antes.
La retirada del Ducado de Palma es extraño por cuanto tiene de transparente un corrimiento de tierras antaño sólo detectable por los monárquicos de guardia: desencriptadores de sonrisas, saludos y variaciones de protocolo que presumen de conocer la vida de palacio, y por extensión la del país. Es un ejercicio casi forense pero ahí está la televisión emitiendo el CSI social de nuestra época, destripando a una mujer si está delgada y a otra si está triste. Si hay una institución capaz de convertir la información del corazón en un apasionante culebrón político, sin que cambien los protagonistas ni el guión, es la monarquía.
La gran noticia política de ayer, cuando se estaban pactando ayuntamientos, fue una carta de la infanta Cristina que empezaba así: “Con ocasión de mi boda”. En esa frase está el principio y el final de una institución que funciona como Casa Otilio: bodas y bautizos. Su impacto real en los hogares es económico, no por lo que genera sino por lo que gasta, y hasta en sus momentos de esplendor de consejo de administración, cuando hay que entregar cabezas para remontar la confianza del cliente, aparece como un animalito la expresión con la que aún se incrustan los Borbones en el siglo XXI: “Sí, quiero”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.