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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Grecia no es país para niños

Gonzalo Fanjul

El sistema de protección social de Grecia, tras el paso de la Troika.

Tras el penúltimo tropiezo en las negociaciones con el gobierno de Tsipras, el presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker dejó a un lado por unos instantes su luxemburguidad y puso los sentimientos sobre la mesa: “Es un problema ‘ultradíficil’ del que me ocupo día y noche porque amo a Grecia y sobre todo a la parte débil de la sociedad griega, que sufre enormemente los programas de ajuste que han debido adoptarse”. La declaración hubiese resultado más convincente si la Comisión Europea y sus colegas de la exTroika no estuviesen aplicando en Grecia una política de tierra quemada que ha convertido las estructuras sociales del país en una ruina visitable más.

No es un secreto que el sistema de protección social, educación y empleo en Grecia arrastraba problemas graves desde mucho antes de la crisis. Y eso explica en parte la ineficacia de la que ha hecho gala durante estos años a la hora de proteger a sus hijos. Pero la imposición de un programa de ajuste basado en la devaluación salarial y el incremento desproporcionado de los impuestos indirectos (una carga fiscal extra del 30%) ha dado el último empujón a unas familias que estaban al borde del precipicio. La promesa de un crecimiento basado en las exportaciones no se ha cumplido y la carga del ajuste se ha trasladado sobre la parte más débil de la sociedad.

Un par de estudios publicados en febrero (Matsaganis) y mayo (Kaplanoglou y Rapanos) de este año ofrecen algunas luces sobre las verdaderas implicaciones de esta situación. Aunque la tragedia de los niños y jóvenes griegos es real y perfectamente contemporánea, las consecuencias más graves están aún por venir. La recesión social atrapa a los individuos desde su infancia en un círculo de pobreza en el que los bajos ingresos derivan en una educación deficiente y ésta en empleos precarios. El resultado es la misma ausencia de productividad que hoy contemplamos, pero en un contexto estructural de profunda inequidad y desafección social. Considerando la magnitud de la crisis de la pobreza infantil, proponer más de lo mismo en vez de poner en marcha cuanto antes el famoso Plan Marshallsocial es lo mismo que enterrar al país en vida.

Cuando Juncker haya terminado de lamentarse por los griegos, tal vez decida hacer algo real por ayudarles. Las instituciones europeas tienen una responsabilidad con los niños y jóvenes de este país que está por encima de cualquier otra consideración, ciertamente por encima de los prejuicios de una y otra parte negociadora. Ese debería ser el punto de partida y no una mera consecuencia deseable. Europa entera les observa.

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