"Nosotras tenemos la culpa"
!['Mujer pira de rodillas' (2002), obra de Kiki Smith. Foto: Luis Alberto García](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/OA26XGKSGXOBCQDEMCRX2PCTLA.jpg?auth=70e3136fd2cc2570618d193d1aad25194c937b1abe1151d242325ad4424fa323&width=414)
Por LAURA FREIXAS
Llevo una docena de presentaciones de mi libro El silencio de las madres (y otras reflexiones sobre las mujeres en la cultura) en distintas ciudades, y en casi todas ellas ha pasado lo mismo. Ahora ya no me sorprende. Sé que cuando se abra el coloquio y se empiece a hablar de la desigualdad, tarde o temprano una levantará la mano y dirá: “Nosotras mismas tenemos mucha parte de culpa”…
No es que el argumento sea nuevo. De hecho, nos lo dan constantemente. “Son las madres las que educan a los niños, si salen machistas, algo habrán tenido que ver ellas”. “¿Que el lenguaje es sexista? ¡Pues son las madres las que enseñan a hablar!”. O cuando la asociación por la igualdad de género en la cultura a la que pertenezco, Clásicas y Modernas, se dirige a alguna entidad cultural para señalar el escaso porcentaje de mujeres en su programación (en torno a un 15 % es lo habitual), sabemos que en algún momento nos van a decir: “Pues este ciclo de conferencias lo ha organizado una mujer”, “en este periódico trabajan muchas mujeres”, “las agentes literarias son todas mujeres”…
En realidad, no sé muy bien qué nos quieren decir quienes usan ese argumento. ¿Nos están dando a entender que no hay injusticia; que el hecho de que el 85 % (es el porcentaje habitual) de los puestos de más poder, de más prestigio y mejor pagados los ocupen hombres no es fruto de injusticia alguna, sino de una imparcial apreciación del “mérito y la capacidad” como dicen los neoliberales? ¿O piensan que el patriarcado, sea justo o injusto, es el sistema preferido, libre y conscientemente, por la mayoría de las mujeres? ¿O que lo produce la naturaleza; que el hecho de elegir a hombres y no a mujer como conferenciantes es algo que dictan las hormonas? ¿O se trata de un ejemplo más de esa mentalidad según la cual los temas se dividen en dos: los generales, que afectan a todo el mundo (aunque casualmente sean casi siempre hombres quienes los debaten, analizan y deciden), y los “de mujeres”, que aunque impliquen a ambos sexos, como la (des)igualdad, son responsabilidad exclusiva de ellas?
La presentación de un libro no es la mejor ocasión para debatir nada en profundidad; por eso, cuando alguna asistente hace esa observación, aunque siempre hay respuesta (mía o de otra mujer del público), se quedan muchos cosas en el tintero. Ahora, en el silencio de mi estudio, quiero apuntar algunas.
Las mujeres tienen, desde luego, un cierto poder en muchos ámbitos, del mundo editorial a la educación de la prole. Pero es un poder muy limitado: no basta para ir a contracorriente de todo el entorno. Si hablamos de la infancia, déjenme que les recuerde lo que le oí contar a Nuria Varela. Entró un día en una tienda de muebles y pidió una de esas mesas con cajones que sirven para cambiarle el pañal a los bebés. “¿Niño o niña?”, le preguntaron. Y ella, estupefacta: “¡Si es un bebé de meses!... ¿Qué diferencia hay?”. La había: los muebles para cambiar bebés se dividían en dos tipos, los de niña, en los que los tiradores de los cajones tenían forma de corazón, y los de niño, con tiradores en forma de barco.
Supongamos a una directora literaria que debe elegir qué libros publica. Como todo el mundo, esta mujer ha estudiado una historia de la literatura en que solo aparecen escritores hombres (porque a las autoras se las borra, no porque no las haya) y vive en una sociedad en la que los académicos, los premios Nacionales de Narrativa, los premios Cervantes y los premios Nobel son también varones en un 90%, esta mujer sabe, conscientemente o no, que es mucho más rentable invertir en un autor varón que en una autora: aunque no venda, tiene futuro. En el futuro de las escritoras se confía mucho menos.
Dado que la cultura masculina y/o machista es dominante, y la femenina y/o feminista es marginal, ¿qué alternativas tiene, en la práctica, quien se resiste a someterse al patriarcado? Pocas. Me pondré como ejemplo yo misma. Voy de vez en cuando al cine con mi hijo adolescente, y vemos espantosas películas de guerra. ¿Por qué? Porque es lo que él quiere ver: cómo no, si le presenta a hombres invencibles, como a él le gustaría ser. Y porque no tengo alternativa. No existen (o casi) películas equivalentes: producidas con todos los recursos de Hollywood, estrenadas en todo el planeta, reforzadas por una megacampaña publicitaria, compartidas por millones de adolescentes…, pero que den protagonismo a hombres y mujeres por igual. Que no presenten a un grupo de hombres, de distintas profesiones y edades, compitiendo o aliándose entre sí, y algunas mujeres, pocas, todas jóvenes y sexys y que no se relacionan entre sí sino únicamente con los hombres.
Y ya puesta, voy a dar otro ejemplo de mi familia, que me sirve para explicar algo importante. Cuando mi madre me educó, insistió en que me mantuviera virgen hasta el matrimonio, mientras que no le exigía lo mismo a mi hermano. ¿Por qué? ¿Es que a ella le parecía natural y justa la desigualdad sexual entre hombres y mujeres? En absoluto; la odiaba. Pero me estaba educando para una sociedad desigual; y cuando jugamos, tenemos que conocer las reglas del juego, aunque no sean las que quisiéramos, por la cuenta que nos trae. También la madre de Sylvia Plath le regalaba a su hija para su cumpleaños un curso de mecanografía; sabía que Sylvia quería ser una gran poeta, no una secretaria, pero también conocía la sociedad en la que ambas vivían y sabía que una mujer ambiciosa tiene pocas probabilidades de triunfar (y suscitará mucha hostilidad).
Como bien explicaba ese teórico hoy olvidado que fue Wilhelm Reich en La revolución sexual, el oprimido oprime a su vez: ¿por qué? Por miedo. Le han instilado un verdadero pánico a la rebelión. Sométete, nos decían nuestras madres; es injusto, pero es más prudente…
Hoy, mi madre sabe que su nieta, mi hija, disfruta de libertad sexual, y le parece estupendo. ¿Es mi madre la que ha cambiado; es que a medida que envejecía, se ha hecho más progresista?... No; es que sabe que la sociedad ha cambiado. Ese comportamiento que hoy le parece bien ya le parecía bien hace cuarenta años, pero entonces temía que a la mujer que lo practicase le condujera al desastre, y hoy, por suerte (en este terreno sí hemos avanzado, afortunadamente) ya no.
¿Culpa nuestra? ¿O más bien resignación? ¿O realismo? ¿O estrategia para sacar el mejor partido de las malas cartas que nos han repartido?... Hacemos, en fin, lo que podemos.
El silencio de las madres y otras reflexiones sobre las mujeres. Laura Freixas. Editorial Aresta, 2015. 320 páginas.Precio: 19€
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