Los indecisos
Hay gente que tiene decidido su voto, pero no termina por decidir su victoria
Uno de los fenómenos más curiosos de las elecciones se produce alrededor de las siete de la tarde cuando, de repente, por arte de magia, unas sedes empiezan a llenarse más discretamente que otras. Esto es por culpa de los indecisos. Hay gente que tiene decidido su voto, ¡incluso tras depositarlo!, pero no termina por decidir su victoria. Para ellos lo importante no es a quién votan sino dónde se dejan ver. Por eso, en la hora crítica, se producen acumulaciones en bares de puntos intermedios entre las sedes. Puede vérseles tomando una copa de forma apurada, consultando israelitas en el móvil, tratando de fiarse de sus olfatos legendarios. Del movimiento que harán en los siguientes minutos depende buena parte de su futuro y el de su familia.
Después de la nueva y vieja política llegó el turno del nuevo y viejo votante, y con ellos los indecisos. Básicamente sus usos y costumbres son los mismos. No existe la erótica del poder: lo que se ve es el dejarse seducir del lacayo. Hasta Podemos y Ciudadanos, que no tienen experiencia de gobierno, han visto en los últimos tiempos cómo se les han adherido unos hombres que jurarán haberles votado en los ochenta, y acariciarán la coleta de Pablo Iglesias como la de una estudiante de baile de fin de curso. Siempre han estado ahí en un ejercicio de coquetería, pero al contrario que los fans acérrimos, los que están en la victoria y en la derrota, a éstos no cansa verlos. Sus movimientos son plásticos, naturales. Casi un documental del factor humano.
A esta hora en la que escribo hay cientos de personas, las mismas, que pueden moverse hacia Podemos, Ciudadanos, PP o PSOE. Los tiene el Ayuntamiento dentro de un cordón policial como si fuesen hinchas del Manchester, y en el momento en que se hagan públicas las encuestas a pie de urna empezarán a moverse a un lado y a otro, al principio un poco aturdidos, luego más seguros. Antes, con el bipartidismo, había gente que conseguía fotografiarse en las dos sedes. Eso hoy es imposible, por eso hay que afinar el tiro. En el momento en que se decidan a jugar la carta pasarán de indecisos a arrimados. Habrá quien tenga acceso a la sede y podrá saludar a los candidatos (“llevo toda la tarde ahí fuera para verte”); otros se conformarán con quedarse en la calle levantando una bandera gigante mientras agreden a un cámara para que les grabe.
Esta masa flotante de público postizo tuvo ayer uno de sus particulares días de infarto. A lo mejor la nueva pospolítica consiste en que los indecisos se tomen su tiempo. Probablemente sea hoy cuando se acerquen a las sedes a pisar los pétalos de la boda de ayer. Al fin y al cabo, nadie gana hasta que aparecen ellos.
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