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EL PULSO
Columna
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Indios en la casa de aduanas

El fotógrafo Horace Poolaw registró la gradual asimilación de la comunidad kiowa por parte de la sociedad norteamericana

Mireia Sentís
Imágenes tomadas por Horace Poolaw, un indígena norteamericano que retrató a la comunidad kiowa durante 50 años.
Imágenes tomadas por Horace Poolaw, un indígena norteamericano que retrató a la comunidad kiowa durante 50 años.Horace Poolaw

Es norma que en las ciudades portuarias los edificios de aduanas estén orientados hacia el mar. No es el caso de la que fue la cuarta Custom House de Nueva York, construida de espaldas al Atlántico en 1907. “Es una posición de autoridad”, comenta mi acompañante, Robin Cembalest, directora durante 16 años de la revista Art News. “Equivale a decir: lo que de verdad cuenta es nuestro país, no el lugar de procedencia de las mercancías”. Lo cierto es que desde mediados del siglo XVIII hasta la implantación de los impuestos en 1916, los derechos de aduana constituyeron la mayor fuente de ingresos del Estado, y el puerto de Nueva York era el más próspero del país. La Custom House lo refleja claramente.

Cass Gilbert, arquitecto que más tarde dotaría a la ciudad de uno de sus rascacielos emblemáticos, el Woolworth, no reparó en gastos: ebanistería, mármoles, esculturas, murales y un impresionante hall, a modo de rotonda, coronado por una claraboya de grandes proporciones y un arco elíptico sin puntos visibles de apoyo. El arco fue diseñado con arreglo a los cánones de la catalan vault, la bóveda catalana, exitosamente introducida en Norteamérica por el arquitecto e ingeniero valenciano Rafael Guastavino, cuyo Oyster Bar (1913), ubicado en la estación Grand Central, lleva acogiendo, bajo su bóveda de terracota, a varias generaciones de comensales.

En 1973 las oficinas de aduanas se trasladaron al World Trade Center, las entonces flamantes Torres Gemelas, destruidas en 2001, y el edificio de Gilbert pasó en 1994 a hospedar uno de los museos del Instituto Smithsonian, el National Museum of the American Indian. “Es extraño que aún no hayan revisado este nombre. Sabemos de sobra que a los nativoamericanos les disgusta que sus diferentes pueblos sean uniformados con esa etiqueta”, reflexiona Robin. Hemos venido a ver una exposición que ha pasado casi desapercibida para la crítica –el New York Times se ocupó de ella seis meses después de su inauguración y uno antes de su cierre– pese a representar un documento histórico de primer orden. Se trata del legado fotográfico de Horace Poolaw (1906-1984), indígena kiowa que a lo largo de 50 años, “los que median entre su generación y la de sus abuelos”, registró la gradual asimilación de la comunidad kiowa por parte de la sociedad norteamericana.

La mayoría de las 1.400 imágenes recopiladas habían permanecido inéditas, pues los escasos recursos de Poolaw solo le permitían positivar las destinadas a convertirse en postales. El archivo fue rescatado por su hija, quien durante tres décadas investigó la identidad de los retratados y puso de manifiesto su valor estético y político. Asambleas, ferias, peinados, vestimentas, hábitats, toda la vida de unos colectivos confinados en reservas delimitadas en función de arbitrarios criterios administrativos. Pero nada impidió la eclosión creativa de la familia Poolaw, a la que pertenecen una mezzosoprano, una estrella del rodeo, el soldado nativo más condecorado del país y un excelente fotógrafo. Su obra testimonia, desde el interior mismo del holocausto amerindio, la extraordinaria supervivencia de unas gentes que hace más de diez mil años ya firmaban con sus petroglifos las rocas del continente.

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