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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Líneas rojas

Grecia debe comprender las razones de sus socios si quiere sortear su crisis de liquidez

Dos meses después del gran principio de acuerdo alcanzado entre la Grecia de Alexis Tsipras y el conjunto de la eurozona para transitar un puente entre el segundo rescate (casi finalizado) y el tercero (aún por diseñar) de la economía griega, las negociaciones se han empantanado. Peor aún: la tensión entre los protagonistas se ha exacerbado hasta el extremo, como demostró esta semana la reunión del Eurogrupo (los 19 ministros de Hacienda de la eurozona).

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Mientras tanto, en ausencia de acuerdo, la República Helénica registra una recurrente y exponencial crisis de liquidez, así como una continua degradación de su economía real, apenas disimulada por la apertura de la temporada turística. Esa crisis de liquidez no es aún trágica en sí misma, dada la limitada cuantía de los recursos urgentes para contenerla. Pero sí resulta peligrosa, por cuanto podría generar en cualquier momento un accidente indeseado. El agotamiento de los recursos públicos ha llevado al Gobierno de Tsipras a confiscar las reservas de los municipios, un expediente polémico y contestado que simboliza la gravedad del momento.

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Seguramente esta tensión se prolongará hasta el último momento en que pueda sostenerse. Siempre ocurre así en las negociaciones europeas, y más aún cuando más que entusiasmo por el acuerdo, alguno de los actores parece preferir el despliegue de todas las tácticas propias del jugador de naipes, al objeto de agotar la paciencia de sus socios. Además, conviene no olvidar que lo que se está ultimando es solo la culminación del segundo rescate, y resulta lógico que ni el deudor ni los acreedores se precipiten a realizar concesiones que puedan deteriorar sus respectivas posiciones para la negociación del tercero, el clave. Así que la propia secuencia de la discusión desincentiva objetivamente un acuerdo rápido: inquietante paradoja, puesto que ese resultado sería el mejor escenario para todos.

Mejor, sobre todo para Grecia, la parte más frágil y que más se juega en el envite. Convendría a los ciudadanos griegos que sus dirigentes comprendiesen el (considerable) grado de sensatez inherente a las implícitas líneas rojas de la UE: no deshacer la senda de consolidación fiscal (saneamiento presupuestario) alcanzada en Grecia, aunque pueda obtenerse con algunas medidas distintas; no encajar que con su ayuda financiera la situación del país socorrido (en generosidad de las pensiones o cuantías de los salarios mínimos) sea más favorable que la propia; rechazar que la justificación moral para recoser la fractura social griega pueda usarse como chantaje contra sus socios, no todos ellos ricos; exigir que las medidas alternativas propuestas sean proporcionadas, sin cálculos ilusorios de ingresos rampantes, ni optimismos inverosímiles en la reducción de gastos.

Si Atenas desdeña esas posiciones y solo piensa en sus —a veces justificadas— razones, todo irá a peor.

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