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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Correr’ en la buena dirección

Les damos un premio a quienes acaban los estudios de ingeniería y creen que sus trabajos finales pueden aportar algo en la protección de los derechos humanos

Cartel informativo del concurso de ISF.
Cartel informativo del concurso de ISF.

Confieso que he tenido que explicar muchas veces esto que cuento aquí. Que he tenido que justificar innumerables veces que alguien formado en cualquiera de las ramas de la ingeniería, la ingeniería misma, puede aportar algo significativo a un proceso de desarrollo. Digo proceso, porque la mayoría de las personas imaginan que cuando una ingeniera o un ingeniero se involucra en algo relacionado con el desarrollo, lo hace para construir algo finito, concreto: un puente o una red de agua o cualquier cosa que implique poner en el lugar preciso cemento, acero y mucho dinero. Somos cuadriculados, inexorables, arrogantes, no atendemos a la lógica difusa de la sociedad y siempre estamos calzando y apoyando las estructuras establecidas, valga la redundancia. Y maldiciendo la política, algo sucio y abyecto.

Como digo, no tiene por qué ser así. De hecho, no debería ser así bajo ningún concepto, al contrario, la ingeniería debería ponerse siempre al servicio de una idea de desarrollo construida desde la sostenibilidad, a pesar del desgaste de contenido que ha sufrido ese término. Y sobre todo, debería ser ejercida desde la humildad y la integración de la pluralidad de saberes, aquellos que se generan en cada aldea y en cada barrio, hablando con todo aquel que quiera participar, a golpe de caminar barrancos para ver la mejor opción para construir un sistema de agua comunitario. "Usted no es de esos ingenieros que se quedan en su oficina, usted camina y va a ver hasta el último ojo de agua", me dijeron una vez en El Salvador. Porque a veces, es tan importante lo material como el proceso que se desencadena (volvemos a la palabra): no es tanto aquella calle urbanizada como la conciencia que adquirió aquella comunidad de vecinos para seguir organizada y pendiente de su destino.

La técnica fue durante décadas un privilegio y una herramienta de dominación

En esa lógica de desacralizar la tecnología, hacerla accesible a todo el mundo, mirar solo por el interés y los bienes comunes, y acabar siendo cómplice de transformaciones sociales, la ingeniería tiene un espacio, de hecho, es imprescindible. ¿Cuántas veces no apelaron a la inconsistencia técnica o científica los defensores del interés privado y del desarrollo, para tumbar los argumentos de tantas comunidades que tan solo defendían su territorio y su forma de vida, o la sostenibilidad, si lo entienden mejor así? La técnica fue durante décadas un privilegio y una herramienta de dominación, al servicio de quien tenía dinero para contratar a los pocos que podían acabar sus estudios en una Escuela de Ingeniería.

La ingeniería debe ser ejercida desde la humildad y la integración de la pluralidad de saberes, aquellos que se generan en cada aldea y en cada barrio

Afortunadamente eso ya no es así, hace mucho tiempo que Schumacher escribió sus ensayos bajo el título Lo pequeño es hermoso y que organizaciones como Ingeniería sin Fronteras trabajan para que la técnica y la ingeniería sean una herramienta de cambio, en casa como en el último rincón, comprometida con hacer reales y tangibles los derechos humanos, a veces enfrentada incluso a lo que se supone que tiene que ser la ingeniería. Hasta le damos un premio a quienes acaban su carrera y creen que su trabajo final puede aportar algo a esa visión de la que hablaba. Por favor, si tiene hijos y quieren ser ingenieros o ingenieras, que corran en esa dirección.

Miquel Carrillo es coordinador de la asociación catalana de Ingeniería sin Fronteras.

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