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Columna
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Fruto Ruz

El terror más allá del terror. Son, de alguna forma, nuestros “frutos extraños”

Manuel Rivas

Hay opiniones ingeniosas que adquieren más chispa cuando alguien tiene el coraje de contrariarlas. Mark Twain apuntó sobre el trabajo de los jueces: “Para triunfar en otras profesiones, hay que demostrar capacidad; en el ejercicio de la justicia es más recomendable ocultarla”. Leo el auto del juez Ruz por la agresión genocida contra el pueblo saharaui y tengo la sensación de que el texto es en sí mismo un acto de justicia. Es un auto de redención. Podemos escuchar las voces de las víctimas enterradas en vida, torturadas, calcinadas por napalm y fósforo. Podemos oír el grito de la mujer, que ha dado a luz en la cárcel, y a la que llevan de comida los dedos del recién nacido. El terror más allá del terror. Son, de alguna forma, nuestros “frutos extraños”. Cuando te adentras en el atlas dramático de la humanidad, tanta tierra que se esconde, brota y rebrota esa canción, Strange Fruit(extraño fruto), fermentada con la voz de Billie Holiday, porque pone en vilo todo lo que roza. Nació de un poema escrito por un profesor blanco, Abel Meeropol, espantado después de ver la foto de dos personas negras colgadas de un árbol por linchamiento: “Árboles sureños cargan extraños frutos”. Hoy suena como una oración universal, la boca de la humanidad perseguida. Hay muchas clases de mapas, pero el más visible en las escuelas del mundo debería ser el mapa de los extraños frutos. Los lugares de holocaustos y masacres. “Extraños frutos” de hoy: los normalistas de México, los universitarios de Kenia... Y “extraños frutos” colgados del olvido, como las víctimas del genocidio franquista, esa “amarga cosecha” abandonada por un Estado de la desmemoria que, al modo de un establecimiento en crisis moral, parece haber colocado el cartel: “Liquidación de existencias”.

 

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