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Tribuna
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El momento de los pequeños

La desidia de los partidos grandes ha llevado esta situación hasta un punto que parece sin retorno

Félix de Azúa

Por lo general, el ciudadano no se acerca a una ventanilla de la administración a menos que sea cuestión de vida o muerte. Jamás se le ocurriría acudir en busca de ayuda. Todos sabemos que en cuanto caes en manos del Estado vas a tener que sufrir indeciblemente para no salir arruinado. Nunca es suficiente con una visita a la ventanilla, siempre hay que volver una o dos veces. Nunca están todos los papeles, siempre hay algo mal inscrito, desordenado, equivocado. Es inútil acudir a la web oficial: es arcaica, nebulosa, liante, confusa. Por no hablar de los teléfonos, verdaderos infiernos de la repetición. Hubo un tiempo en que soñamos que era posible una administración más eficaz que la de Larra. Todo ha regresado a la vieja incuria.

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Esta colosal ineficacia produce una irritación creciente. Los últimos recortes han devuelto la sanidad a los tiempos de Fraga y la piratería es la mayor de Europa porque este es un país sin principios. El votante tiene la convicción de que los grandes partidos sólo estudian o resuelven los problemas de sus amigos y parientes. Y lo que es más doloroso, les importa poco el votante al que apelan como plañideras. En realidad, sólo trabajan para un grupo muy reducido de ciudadanos. No sólo los poderosos, los ricos, o los bien conectados son la invisible red feudal que sostiene al partido, ésta, a su vez, produce otra gigantesca red clientelar expansiva. En algunos lugares, como Andalucía o Cataluña, un pequeño grupo caciquil domina la totalidad del territorio mediante el reparto de un dinero que desde luego no es suyo.

La desidia y la avaricia de los partidos han llevado esta situación hasta un punto que parece sin retorno. El votante se pregunta, ¿pero cómo se va a desmontar esta máquina de sumisión si todos los engranajes pertenecen a los partidos que nos someten? ¿Cómo puede destruirse la Jauja de los aforados cuando hay tantos al borde de la cárcel? ¿Cómo vas a suprimir Diputaciones cuando son asilos para políticos acabados? Hay casos extremos, como la carísima red de Consejos Comarcales de Cataluña que en 2012 costó más de seiscientos millones de euros y cuya única función es mantener los elevados sueldos de políticos cesantes o nulos.

Me inclino por la sensatez económica de Ciudadanos y la calidad de su líder

La sensación de que la corrupción de los políticos, tan típica del periodo franquista, es endémica y forma parte de una moral aceptada por la clase dirigente conduce a la desesperación de los ciudadanos. Son corruptas la casi totalidad de las instituciones en mayor o menor grado. Puede ser, por ejemplo, un rector de la Complutense que para hacerse reelegir no aplica el reglamento a quienes le van a dar de comer. Algo mínimo, pero tan frecuente que lleva a creer que no queda un solo cargo público que no abuse de su poder. Aunque también es evidente la persuasión de que las grandes compañías de la energía o las petroleras o las farmacéuticas mueven a los responsables políticos como monigotes. Quizás no sea cierto, pero ya es muy difícil convencer a los electores de que todo esto, de lo muy pequeño a lo muy grande, son calumnias.

El Gobierno ha dedicado un gran esfuerzo para cumplir con las exigencias europeas y es muy probable que en verdad nos haya sacado del pozo en donde nos metió el presidente más insensato que hemos soportado desde Fernando VII. No obedecer a Bruselas ya estamos viendo, gracias a las barbas griegas, a dónde conduce. El esfuerzo de Rajoy es notable y hay que reconocerlo, aunque todo el mérito es nuestro. Sin embargo, no ha dado un solo paso más y es imposible seguir encerrados con un solo juguete. No ha tocado ni un privilegio, ha consentido toda suerte de corruptelas, es incapaz de dar explicaciones de asuntos tan monstruosos como el de Bárcenas y elige a sus portavoces entre cómicos de zarzuela.

Con este panorama, al que podríamos añadir bastantes más desgracias, las cuales, como las anteriores, nadie sabría decir si son ciertas o falsas pero cuyo peso en el alma del votante es innegable, ¿cómo no van a aparecer partidos que propongan el arrasamiento de todo cuanto hay? De la misma manera que las masas supersticiosas de la revolución francesa (o de la bolchevique) creyeron que bastaba con borrar del mapa a la clase enemiga para alcanzar de inmediato la felicidad y la riqueza, así también muchos crédulos españoles creen que eliminando a “la casta” se volverán ricos al instante, o que suprimiendo a “los españoles” los catalanes se convertirán en suizos. Lo cierto es que después de cada revolución comienza un periodo de espantosas hambrunas y matanzas, de las que acaba emergiendo una nueva clase que se ha apropiado de la riqueza y ha colocado en su sitio a los mismos pobres de siempre.

No estropeemos la Constitución,
una de las cosas sensatas en este país de histéricos

¿Quiere esto decir que es mejor el inmovilismo y la resignación? En absoluto. Quiere decir que no hay avance verdadero que no tenga un pie firmemente asentado en lo anterior. Y que todo intento de saltar con ambas piernas, a la manera de la rana, conduce a la rotura y el descalabro. El cambio es imprescindible y mucho más en la España arriba descrita. Un cambio que debe recomponer la máquina misma del Estado. Pero ese cambio hay que hacerlo sin tirar toda la máquina al desguace mientras llega una nueva que hemos encargado a Venezuela.

Tanto Podemos como los partidos separatistas catalanes, muy similares entre sí, confían en que la población, harta, aburrida, resentida, rompa la baraja y decida que a partir de ahora ya no se juega al mus sino a la ruleta rusa. La baraja, en nuestro caso, es la Constitución. Mucha gente cree que la Constitución es como una muñeca Barbie perfectamente sustituible por una Barriguitas. Olvidan que este bendito país no ha tenido apenas Constituciones y las que ha tenido han durado tres días. Si se produjo el milagro de que varios cientos de españoles decisivos se pusieran de acuerdo sobre un texto que fue luego asumido con gran alborozo por el país en pleno, vayan ustedes con cuidado y no estropeen una de las pocas cosas que hemos sabido hacer con sensatez en este país de histéricos. Todas las Constituciones pueden y deben mejorarse, pero para mejorarlas deben primero existir de modo indudable. Siempre que exista, la Barbie puede luego llevar un faldón o un tanga.

Así pues, ante la cascada de elecciones en la que estamos inmersos, tengo para mí que es imprescindible, en primer lugar y como ha puesto de manifiesto la convocatoria andaluza, negarles a los grandes partidos tanto poder como el que hasta ahora les ha beneficiado. Y en segundo lugar, elegir con todo cuidado cuáles son aquellas formaciones más adecuadas para pactar gobiernos de coalición. Quiero decir que sólo me parece interesante el voto a los partidos pequeños para que alguno de ellos alcance un tamaño que le permita, a la hora de negociar, exigir algunas de las reivindicaciones que he expuesto al principio.

¿Podemos, UPyD, Ciudadanos? Cualquiera de los tres. Yo me inclino por la sensatez del equipo económico de Ciudadanos y la indudable calidad de su líder, así como me parecen nefastos los engaños y la arrogancia de Podemos, pero no quiero dudar de la cordura de los votantes españoles. No pido que gane el mejor, sólo que no gane el peor.

Félix de Azúa es escritor

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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