Feminicidio: una palabra nueva, una barbarie antigua
Por GRACIELA ATENCIO
Este texto es un extracto del primer capítulo del libro 'Feminicidio. De la categoría político-jurídica a la justicia universal', obra de varias autoras, que publica Catarata. La editora es la periodista Graciela Atencio (San Luis, Argentina, 1968), directora de Feminicidio.net
Hacia la segunda mitad del siglo XX se derrumbó la naturalización histórica de una antigua forma de barbarie: la violencia contra las mujeres. Como si se tratara de una cita global, movimientos feministas lo denunciaban, los discursos producidos en la academia proponían nuevos conceptos y categorías para referirse a este fenómeno y la Comunidad Internacional se vio obligada a tomar cartas en el asunto: la Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres de 1993, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra las Mujeres (CEDAW) de 1979 y su Protocolo Facultativo de 1999, dieron un paso fundamental en el reconocimiento de los derechos de las mujeres como derechos humanos.
Los términos femicide —en inglés— y feminicidio/femicidio —en español— nacían en un contexto planetario en el que se caían mitos, el de que las mujeres padecen violencia nada más que en tiempos de guerras (convencionales) y que el avance hacia la igualdad de derechos provocaría en un futuro cercano una disminución de la violencia hacia las mujeres.
Sin embargo, especialistas y activistas hoy por hoy coinciden en que atravesamos un periodo histórico de recrudecimiento de dicha violencia, tanto en el marco de las relaciones interpersonales como en nuevos escenarios de guerra, en los que el cuerpo de las mujeres es tratado con enorme saña, a manera de un territorio de conquista, colonización y destrucción. Todas estas formas de violencia extrema —con sus particularidades—, que culminan en la muerte de una mujer o de un grupo de mujeres, son tenidas en cuenta en las distintas conceptualizaciones de la palabra feminicidio, un término en construcción que ha dado lugar a numerosos debates teóricos y políticos de 30 años hasta ahora y cuya teoría se sigue desarrollando en diferentes países de América Latina. Su uso viene creciendo en España desde hace poco más de una década. Lo presentamos en este capítulo, en el marco de su inclusión en el Diccionario de la Real Academia Española y como parte del objetivo primordial de este libro: la divulgación de una categoría que supone un cambio de paradigma en el abordaje transdisciplinario de la violencia contra las mujeres.
Un término polisémico
A mediados de la década de 1980, la palabra ya se nombraba dentro del movimiento feminista y en grupos organizados de mujeres de República Dominicana. En realidad, el término fue refundado en América Latina. Su desarrollo como categoría se produjo de manera sincrónica en los años noventa, en distintos países. Por un lado, la antropóloga y teórica feminista Marcela Lagarde lo introdujo en la Academia Mexicana en 19942 como feminicidio. Y, por otro, las investigadoras costarricenses Ana Carcedo y Montserrat Sagot3 tradujeron femicidio del inglés: “A inicios de los noventa, Ana Carcedo y yo tuvimos la oportunidad de conocer el libro Femicide: The Politics of Woman Killing, que acababan de publicar Jill Radford y Diana Russell, y decidimos realizar una investigación sobre los asesinatos de mujeres en Costa Rica utilizando una versión un poco más reducida del concepto planteado en el libro de Radford y Russell”. Desde entonces, tanto Lagarde como Sagot y Carcedo han sido tres de los máximos referentes en la lucha por la erradicación del feminicidio/femicidio en México y Centroamérica.
En una etapa posterior el concepto atravesó las barreras de la cultura popular y se empezó a usar en los medios de comunicación. La palabra también fue, y es, inspiración y motor de la creación artística, entre ellas, literatura, pintura, escultura, fotografía, documentales, cine de ficción, series, cómics… ampliaron los imaginarios discursivos y reforzaron su uso (...).
Decía Michel Foucault que no hay historia sino por el lenguaje, tampoco hay humanidad sino por el lenguaje. La palabra cobró tal vigor que el androcentrismo, entendido como aquello que fija su atención desde una mirada masculina y la misoginia, esa mentalidad social que justifica el odio hacia las mujeres, tuvo que rendirse a un significante desestabilizador de disciplinas tradicionales. A lo largo de las dos últimas décadas feminicidio y femicidio sacudieron el segundo idioma más hablado del planeta y consolidaron su uso en calles, casas, bibliotecas, aulas, redacciones, parlamentos, juzgados, morgues en América Latina (donde habitan más de 300 millones de personas hispanohablantes) y la gran red, internet, antes de que lo legitimara la docta y Real Academia Española en su diccionario.
La diversidad terminológica dio lugar a distintas interpretaciones y no existe un significado unívoco de la palabra. Si bien en América Latina se acuñaron feminicidio y femicidio, en nuestra línea de documentación e investigación nos decantamos por adoptar el primero, según el criterio de Marcela Lagarde: “En castellano femicidio es una voz homóloga a homicidio y solo significa homicidio de mujeres. Por eso, para diferenciarlo, preferí la voz feminicidio y denominar así al conjunto de violaciones de los derechos humanos de las mujeres que contienen los crímenes y las desapariciones de mujeres y que, estos fuesen identificados como crímenes de lesa humanidad”.
Feminicidio es un concepto polisémico y su complejidad y pluralidad de significados lo convierten en una categoría trans: transcultural, transdisciplinaria, transpolítica y transcontextual.
Su inclusión en el Diccionario
En el año 2007, el lingüista y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua Carlos Montemayor solicitó la incorporación del término feminicidio en el diccionario. El pleno de la institución celebrado en México reconoció “la impecable composición de la voz”. Montemayor lo argumenta de la siguiente manera:
Homicidio proviene del latín homicidium, cuya radical inicial proviene del nominativo de homo, hombre, cuyo genitivo es hominis, que presenta un alargamiento silábico. Homicidio se forma, pues, con el radical abreviado hom(-o). Feminicidio, por su parte, tiene como radical inicial el nominativo fémina, mujer, cuyo genitivo es feminae, que no presenta alargamiento silábico. Por tanto, se forma a partir del radical fémin(-a). Sería incorrecto querer componer la voz a partir del acortamiento fém(-ina), para decir femicidio, puesto que no deriva de la palabra francesa femme (cuyo acortamiento sería fem[-me]), sino del latín femĭna, voz que sigue teniendo el mismo valor en la lengua española. De femĭna y del genitivo feminae se deriva correctamente, pues, feminicidio.
Montemayor pidió que se considerara el término “tanto desde el punto de vista de su importancia social como de su idoneidad léxica”7, antes del proceso particular que aprobaría su ingreso en el Diccionario de la Real Academia Española (por sus siglas, DRAE).
Homicidio proviene del latín homicidium, cuya radical inicial proviene del nominativo de homo, hombre, cuyo genitivo es hominis, que presenta un alargamiento silábico. Homicidio se forma, pues, con el radical abreviado hom(-o). Feminicidio, por su parte, tiene como radical inicial el nominativo fémina, mujer, cuyo genitivo es feminae, que no presenta alargamiento silábico. Por tanto, se forma a partir del radical fémin(-a). Sería incorrecto querer componer la voz a partir del acortamiento fém(-ina), para decir femicidio, puesto que no deriva de la palabra francesa femme (cuyo acortamiento sería fem[-me]), sino del latín femĭna, voz que sigue teniendo el mismo valor en la lengua española. De femĭna y del genitivo feminae se deriva correctamente, pues, feminicidio.
Apreciaciones erróneas sobre el feminicidio
En España no se manifestaron tensiones en torno a las definiciones y posibles aplicaciones del término. De este lado del charco, la teoría del feminicidio apenas se ha desarrollado en el ámbito académico. Sin embargo, los movimientos sociales del Estado español, en especial el de los feminismos, se vienen solidarizando en la denuncia del feminicidio en América Latina desde principios de este siglo, cuando la matanza de mujeres de Ciudad Juárez dio la vuelta al mundo.
En este punto, me detengo en algunas de las ideas erróneas o simplistas que han circulado desde entonces en la cultura popular, en especial transmitidas a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Como bien sostiene Marcela Lagarde, la gran divulgadora del tema en España hasta ahora, a veces se utiliza un “estereotipo” del concepto (el más generalizado se asoció a los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez). Entre ellos, los más frecuentes son los siguientes:
1. “El feminicidio solo es un fenómeno de los países del Sur”. Por oposición y aunque no se manifieste a viva voz, el prejuicio más común se resume en una premisa equivocada desde la mirada de la colonialidad: “En Europa no hay feminicidios”, como si el asesinato de mujeres por razones de género se produjera únicamente en países más pobres, de otras etnias y culturas, lejanas al occidente blanco, desarrollado y del Estado de bienestar. En esta idea errónea también influye el componente de masividad o que el término se trate asimilado inequívocamente al feminicidio como genocidio cuando este último es uno de varios tipos de feminicidio.
2. “Existe feminicidio cuando hay impunidad y no son comparables los niveles de impunidad de España con los de países de América Latina”. Esta afirmación viene prefigurada, primero, por la falsa idea de que en España no existe impunidad en estos crímenes pero es cierto que algunos países de América Latina, aunque cuenten con marcos legales innovadores en la tipificación del feminicidio/femicidio, por ejemplo México, Guatemala y Honduras, padecen altísimos niveles de impunidad, cuestión que denuncian las organizaciones de derechos humanos. Desde un enfoque global, decolonialista y crítico del neoliberalismo, las comparaciones entre países del norte y países del sur resultan útiles para particularizar y establecer indicadores de semejanzas y diferencias en cómo se expresa la violencia extrema contra las mujeres y cuánto afectan los enormes niveles de desigualdad a las sociedades del sur.
3. “Todos los asesinatos de mujeres son feminicidios”. En ese error también incurren con frecuencia los medios de comunicación que utilizan la palabra feminicidio como sinónimo de asesinato de una mujer. El asesinato de una mujer puede no estar motivado por razones de género.
4. “Todas las formas de violencia extrema son feminicidios”. También de manera equivocada se utilizan como sinónimo de feminicidio la violación y el maltrato físico. El feminicidio implica siempre la pérdida de la vida de una mujer.
5. “El feminicidio no es violencia de género”. En España el concepto que más se ha generalizado para referirnos al fenómeno de la violencia contra las mujeres es el de violencia de género. Feminicidio y violencia de género no son categorías enfrentadas ni antagónicas en la teoría feminista. Sin embargo, en el contexto español, la aplicación de la Ley Integral de Violencia de Género, cuyo alcance se limita a las relaciones de pareja o expareja, ha generado en la opinión pública una idea limitada y acotada del concepto al que alude el título de la ley. Desde el sentido figurado del lenguaje ha provocado una sinécdoque (una parte de algo es usada para representar el todo) en la comprensión del fenómeno, cuando la violencia de género es estructural y abarca a todas las relaciones sociales entre hombres y mujeres, no solo las de pareja. El feminicidio explora los límites de la violencia extrema de género y problematiza sus alcances. El planteamiento político-jurídico amplio del feminicidio apela a que el Estado tenga que garantizar la prevención, el tratamiento y la erradicación de todas las formas de violencia contra las mujeres.
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