Equilibrios
Lo normal, si abandonábamos con furia el sector primario, era que tarde o temprano cayéramos en las garras de la economía financiera
Este año del Señor de 2015 vamos a morir en España más personas de las que nazcan. Digo “vamos a morir” por egoísmo, como aquel ministro de Franco que, tras las primeras elecciones democráticas, preguntó muy serio “quiénes hemos ganado”. Lo dicen los expertos, que tienen que remontarse a las estadísticas de 1936, el año que vivimos peligrosamente, para hallar un fenómeno semejante. Significa que lo normal, cuando me muero yo, es que nazca uno, o medio o un cuarto de español; si no nace ninguno, malo, como cuando gastas más de lo que ingresas o piensas menos de lo que despiensas. Los demógrafos andan preocupados y un demógrafo preocupado quizá sea, reproductivamente hablando, imprevisible.
La proporción entre los vivos y los muertos es anterior a la demografía. Y a la lógica. Lo suyo, si perecen mil olivos, es que nazcan por lo menos otros mil. Es lo que sucedía antes de los acuerdos de Maastricht, donde esos equilibrios funcionaban digamos que de manera inconsciente. Cuando al ganadero se le moría una vaca lechera, ya tenía la de repuesto. Desde Maastricht, nos premian si acabamos con todas las vacas, con todos los olivos y con todas las viñas, hasta caer en la condición de un país de chiringuitos al borde de la playa. De aquellos polvos vienen estos lodos. En dichos acuerdos no se explicitó que en 2015 naciéramos menos españoles de los que se morirían (en este párrafo me apunto a nacer por las mismas razones que en el anterior me apuntaba a morir), pero estaba en la lógica de las cosas. Lo normal, si abandonábamos con furia el sector primario, era que tarde o temprano cayéramos en las garras de la economía financiera, poco partidaria de los hijos, que distraen al asalariado irresponsable de sus ocupaciones.
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