Sonidos para el cambio
Playing For Change ofrece música a los niños de Khlong Toei, el mayor slum de Bangkok Es la alternativa a la exclusión y a la delincuencia
El runrún de los motores sofoca el ambiente en el mercado de alimentos. La miríada de coches, autobuses, motos, tuk-tuk y songthaew —camionetas de transporte tailandesas— bloquean el tráfico a la entrada del barrio. También el chirrido de las vías del tren ensordece al paso de las locomotoras. Los habitantes del slum de Khlong Toei, en Bangkok (Tailandia), se han acostumbrado al ruido. Del griterío de las apuestas en cualquier esquina. Del quejido de drogadictos y familiares. Del silbido de las balas de las bandas criminales.
"He visto varios asesinatos en este barrio y no quiero que eso nos ocurra a nosotros", cuenta Sahaphap Morawun (apodado Tar), percusionista de 15 años. El mayor de los pequeños músicos se refiere al resto de sus compañeros, a los que cuida como hermanos. "Somos una familia creada en torno a la música. Porque es la música lo que ha cambiado nuestros hábitos y puede acabar con la violencia de este barrio", resume tamborileando el cajón flamenco mientras vela por que el despistado Montian Nuanjan (Art) entienda las lecciones de solfeo.
Contrastan los acordes del concierto que ensayan los niños con el ruido del slum. Como desconcierta la barriada de Khlong Toei en el centro de la capital; alumbrado por los carteles luminiscentes que adornan plazas de laberínticos pasos a nivel en las cercanías al metro. Más de 100.000 familias del sudeste asiático viven en este barrio marginal; entre el olor de los refritos callejeros, el zumbido atronador de los vehículos y los gruñidos de cerdos rebuscando entre la basura que rodea los cinco kilómetros cuadrados de la barriada.
Desde hace décadas sólo han sonado notas discordantes en Khlong Toei, gueto conocido por la delincuencia y el crimen. La última redada policial acabó con más de medio centenar de arrestos, unidos a los de numerosas bandas callejeras que salieron del barrio para entrar en la cárcel por posesión de drogas y blanqueo de cientos de millones de bahts.
"Khlong Toei no es un buen sitio para nadie, porque hay muchos drogadictos como mi madre y ladrones como mi hermana", describe Luksiga Awamaroon (Mint), teclista de 11 años. Con una madurez y un aplomo que desentonan con su edad, Mint describe a los alumnos de la escuela como su única familia —su padre murió hace años—. "Soy feliz tocando canciones porque eso hace feliz a la gente", contesta cuando se le pregunta acerca de los beneficios de la música.
Ni Tar, ni Art, ni Mint se conocían antes, a pesar de haber compartido marginación y convivido en la miseria de la barriada. Tampoco sabían tocar un instrumento. Pero desde hace dos años comparten partituras, ukeleles, teclados y flautas tres tardes por semana. La veintena de niños del proyecto convive con la familia de voluntarios y profesores de la Escuela Internacional de Música de Bangkok, que colabora con la Fundación Playing for Change de Khlong Toei.
"Este proyecto es bueno para los niños aunque pueda no significar nada para adultos. Les da inspiración y les reta a que realicen cambios positivos para convivir", explica la coordinadora de la escuela de música, Siriporn Pomwong. De 32 años, ha trabajado con muchas comunidades pobres de Tailandia y subraya el especial abandono familiar de los jóvenes de Khlong Toei. Por eso, la escuela de la Fundación Playing for Change es un lugar de encuentro y convivencia para los menores más desfavorecidos; además de un espacio para aprender, como lo son el resto de proyectos que la fundación ha creado en otros países.
La música da inspiración a los niños y les reta a que realicen cambios positivos para convivir
Convencidos de que la música es el mejor lenguaje para el desarrollo de las personas, Playing for Change estableció su primer programa de formación musical hace seis años en una pequeña población de Sudáfrica. A la Escuela de Música Ntonga, como se llamó aquella iniciativa, le siguieron otras tantas en Nepal, Gana, Mali o Ruanda, hasta llegar a nueve centros en otros tantos países. Actualmente, la fundación ofrece educación musical y refugio a más de 700 niños en riesgo de exclusión, además de actividades para 15.000 personas del entorno.
"Trabajamos al unísono y respetamos las diferentes tradiciones culturales mientras ofrecemos a los niños los medios necesarios para crecer. Porque los programas de música les pertenecen a ellos más que a nosotros", explica Thea Nash Karki desde Estados Unidos. La directora de programas y financiación ha trabajado en la fundación desde los compases que originaron el proyecto, pero se ilusiona como la primera vez anunciando apertura en 2015 de otros tres programas en Dhaka (Bangladesh), Curitiba (Brasil) y una red de escuelas en Estados Unidos.
El preludio de la fundación fue un grupo de músicos callejeros cuyos vídeos se convirtieron en un éxito viral en Internet. Para la maqueta inicial se grabó a desconocidos virtuosos de la guitarra española, la cítara india o el kora senegalés tocando simultáneamente himnos como Imagine; desde Méjico a Japón y desde Sudáfrica a Rusia. Playing for Change es ahora un movimiento internacional de artistas de diferentes razas, culturas, religiones, castas y sexos que promueve la paz mediante un lenguaje común: la música. El grupo multimedia, del que la fundación recibe el 10% de sus fondos, cuenta con una banda de intérpretes de todo el mundo y un día de acción global para la concienciación sobre la justicia y la libertad a través de la música.
"La música es terapéutica. Algunos niños quieren ser disc-jokey mientras otros están interesados en el sarangui –instrumento del subcontinente indio–. A unos les gusta el pop, y otros prefieren aprender inglés. Pero todos tienen las puertas de nuestra Fundación abiertas", explica William Aura. El director de programas en Asia cuenta que en la inauguración de la primera escuela en Nepal, un niño le explicó cómo el sonido de una flauta había hecho parar la guerra con los maoístas en su región. “Puede ser que estos programas musicales no cambien el mundo, pero estas escuelas realmente cambian la vida de los niños”, asegura William.
Los centros de la fundación Playing for Change ofrecen una idea de interacción global entre niños de diferentes procedencias que se une al sentimiento de pertenencia a una familia en barrios como el de Khlong Toei. "Quiero visitar a los niños de Nepal y aprender sobre su música" asevera, excitada, Katemanee Khengoon (Liu), vocalista y guitarrista de 14 años, que a finales del año pasado habló por vídeo conferencia con el grupo de una de las escuelas nepalíes. Mientras afina su ukelele para uno de los conciertos que la suya organiza mensualmente en Bangkok, Liu explica lo que significa para ella Playing for Change: "El nombre quiere decir que la música cambia el mundo a muchos niveles: hace feliz a la gente. Y a nosotros ofrece una familia. Por ejemplo, Art no tiene a nadie que cuide de él y ahora nos tiene a nosotros".
El pequeño Art se comunica poco y siempre está desorientado. Asiste a clases especiales en un colegio público de Bangkok. Ni compañeros ni voluntarios saben el problema de adaptación que tiene. Pero todos destacan la transformación que experimenta cuando coge las baquetas para ponerse a la batería, o con cualquier instrumento de percusión. Art y el resto de músicos imberbes de Khlong Thoei se han acostumbrado al sonido. Del canturreo en cualquier recodo. Del júbilo de instrumentos propios y ajenos. Del silbido de las notas de las bandas musicales.
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