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Cooperación y desarrollo
Tribuna
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Hay que seguir debatiendo sobre la descolonización de la cooperación

Mantener la decolonialidad en el centro de la discusión puede ser una herramienta para contrarrestar las ideologías supremacistas y racistas en repunte

Cooperacion Sahara
Reparto de la canasta básica de alimentos en el campo de refugiados de Auserd, Tinduf, Argelia por parte de la Media Luna Roja dentro del programa World Food Programme, con ayuda de Cooperación Española, el 5 de mayo de 20204.ÓSCAR CORRAL

Hace unas semanas, Gabriel Pons Cortès publicaba un interesante artículo sobre la descolonización de la cooperación al preguntarse: “¿Hasta cuándo es bueno seguir debatiendo?”. Según él mismo refiere, no se trata de no hablar de este tema, sino de ser conscientes de que está dejando relegados otros aspectos importantes que atañen directamente al presente y al futuro de la cooperación. Creo que es una tesis pertinente, pero también hay que matizar algunas de las cosas que refleja el artículo. Porque plantear si se debe seguir o no hablando de descolonización en comparación con otros temas es un dilema algo artificioso, puesto que desde mi punto de vista, su supuesta pujanza no ha hecho más que comenzar, y así debería seguir.

Cortès explica, sin embargo, que le preocupa el incremento de artículos en los últimos años en Google Scholar sobre este tema. Esto no debería ser un motivo de preocupación, sino todo lo contrario, puesto que ha sido relegado históricamente y, como digo, solo ahora empezamos a saber bien las causas, pero también las consecuencias que han hecho que el mundo de la cooperación se haya visto profundamente afectado por el racismo y el colonialismo (ambos conceptos íntimamente ligados).

En el terreno más concreto de la salud global (y al que volveré en el artículo por ser mi área de conocimiento), Tamil Nadu asegura que “sería ingenuo ignorar los efectos a largo plazo de las políticas coloniales, los estereotipos y las jerarquías de las sociedades y políticas poscoloniales actuales.” Por otro lado, Cortès parece sorprenderse de que las respuestas que se den a día de hoy sean parecidas a la de los años noventa (“escucha, participación, toma local de decisiones, etcétera”), pero eso no habla de la falta de imaginación de las nuevas generaciones que hacemos frente a este problema: traduce, sin embargo, la dificultad extrema para implantarlas y los enormes obstáculos que existen para derribar las estructuras de poder que hemos heredado del pasado en el mundo actual.

En dicho sentido, Cortès zanja de manera demasiado conclusiva uno de esos grandes obstáculos, puesto que, según dice, “no hay muchas posibilidades de cambiar la manera de actuar de los donantes, porque ellos tienen el dinero y quieren que se justifique según sus condiciones”. Entiendo esta postura que muy bien explicó en un artículo previo, pero esta afirmación requiere dos matices importantes. Primero: si los donantes del Norte Global tienen el dinero es porque tienen el poder y este asunto de la descolonización es, sobre todo, un problema de quién lo ejerce y cómo lo ejerce. Por tanto, la lucha por ese poder, pone el modus operandi de los donantes en entredicho, y así hay que seguir haciéndolo. En segundo lugar, ya hemos visto lo que supone la imposición de ciertas condiciones, cuando estas están adaptadas a los intereses de los propios donantes ya que, como apunta Paul Farmer, experto en salud global, “conduce a un despilfarro de recursos, pérdida de interés en la investigación local y falta de confianza entre los donantes y los receptores de ayudas”. Por consiguiente, el propio éxito de la cooperación en su eficiencia, también depende estrechamente de tener presente esta situación, que no debería, por tanto, ser inamovible.

Que los jóvenes de ahora tengan menos interés en la cooperación e incluso se opongan a ella, habla de la importancia de traer la decolonialidad a la primera línea del debate público

Dicho escenario, también entronca con la falta de “manos blancas” en el mundo de la cooperación al que alude Cortès, puesto que, siendo esa disminución multifactorial y compleja, la mala praxis de donantes y cooperantes también es una de las causas por las que ha habido una reducción de esas manos, pero no específicamente, ni de manera más importante, por el hecho de hablar de la descolonización. Este tema, por el contrario, es una herramienta para contrarrestar las ideologías supremacistas y racistas que vuelven a tener pujanza, y que seguramente puedan tener más impacto en la bajada del número de cooperantes que la respuesta a ella. Que el descenso ha sido más pronunciado con relación a la subida de “manos negras” para la redacción y elaboración de proyectos puede ser cierto, y sobre todo, me parece muy interesante la conclusión de que las ONG del Norte se dediquen a la incidencia en vez de a ejecutar proyectos en el Sur; pero para ser efectivos en esa incidencia creo que es crucial mantener la descolonización o decolonialidad en el centro de la discusión.

Teniendo eso en cuenta, por tanto, no me parece que hablar de este tema tenga un impacto negativo en la propia cooperación. Estoy rodeado de gente que trabaja con muchísimo esfuerzo, energía y tiempo a la que, al mismo tiempo, le interesa y le importa este asunto. Porque hablar de esto es seguir hablando de los valores que la sustentan, tales como la justicia o la equidad. Que los gobiernos de ciertos países europeos hayan hecho grandes recortes en cooperación se traduce en el debilitamiento de esos valores, y no en que se esté perdiendo el tiempo en temas que no son fundamentales. Una vez más, que los jóvenes de ahora tengan menos interés en la cooperación, e incluso se opongan a ella, habla de la importancia de traer la decolonialidad a la primera línea del debate público, no de que suponga un problema relacionado con modas ideológicas o históricas.

De hecho, estoy de acuerdo con Cortès de que “no se trata de que no haya que hablar de descolonización, ni que la participación, la inclusión, el reparto de poder y el enfoque feminista no se discutan o se ignoren”. Pero discrepo en que este tema no sea una prioridad; y también discuto el hecho de entender a las ONG como “máquinas de diseñar proyectos, invertir bien los fondos y justificarlos mejor”, puesto que si esto es esencial, también lo es que detrás de la máquina haya una ética y una moral. De nuevo, es importante que haya unos valores que no justifiquen cualquier acción, puesto que lo contrario sería una manera de obrar que remite precisamente a otros tiempos, en los que el fin parecía justificar los medios para alcanzar los supuestos beneficios de unas poblaciones sobre las que operaba, precisamente, toda la maquinaria colonial.

En conclusión, respondiendo a la pregunta del artículo de Cortès y teniendo en cuenta los oportunos argumentos que aporta, creo que hay que seguir debatiendo sobre la descolonización en la cooperación, una discusión que solo ha comenzado y que quizá no termine nunca, pero que desde luego, no será la responsable de la caída de Bizancio.

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