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Cooperación y desarrollo
Tribuna
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La descolonización de la cooperación: ¿Hasta cuándo es bueno seguir debatiendo?

Es el tema de moda en el tercer sector, pero la descolonización ha opacado otros temas que necesitan ser centro de debate entre los cooperantes

PIB Ley de Cooperación
Niños palestinos reciben comida distribuida por el personal de la ONG Media Luna Roja Turca en Gaza, el 6 de abril de 2024.Anadolu (ayuda humanitaria gaza)

Aprovechando el tiempo mientras trabajo en el huerto, me he dedicado a escuchar el podcast Living Decoloniality (Viviendo la decolonialidad) para mejorar mi formación en el que parece ser el tema de moda. Es un podcast muy bien hecho e interesante; sin embargo, no he encontrado nada que no se hablase ya en los años 90: escucha (salvo que ahora es activa), participación (aunque entonces no se decía stakeholders), toma local de decisiones, etc.

Llevado por la curiosidad, he buscado en Google Scholar cuántos artículos se han escrito sobre decoloniality desde 2019. Empezaron siendo algo más de dos mil, se han añadido alrededor de 1.500 artículos anuales hasta llegar a siete mil publicaciones sólo en 2023. Me preocupa esta tendencia.

Creo que hay tres razones importantes por las que como sector de cooperación estamos dedicando más tiempo del necesario a discutir sobre descolonización, aunque esto no significa que haya que silenciar el tema.

En la primera no me voy a extender, porque ya hablé de ello en otro artículo, donde decía que no hay muchas posibilidades de cambiar la manera de actuar de los donantes, porque ellos tienen el dinero y quieren que se justifique según sus condiciones.

La segunda razón es que hay un déficit de hacer cosas. Soy un boomer de la cooperación, que en los años 90 trabajaba escuchando a los Quilapayún y a Mercedes Sosa: para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos: los negros, sus manos negras, los blancos, sus blancas manos.

Hoy las cosas han cambiado y debido al clima reinante los blancos no saben bien qué hacer con sus blancas manos. En los últimos años, he sido testigo de la reducción de personal en las ONG del Norte a un ritmo más rápido del que las ONG del Sur han sido capaces de asumir para seguir realizando los trabajos que antes se trabajaban entre ambos. Entre los temas más afectados por este déficit están escribir nuevos proyectos y mejorar el control contable. Como consecuencia, colegas del sector me han confirmado que la financiación de proyectos ha disminuido. Esto último en parte porque no se escriben suficientes proyectos, y en parte porque el control de calidad de los que se ejecutan ha bajado, con el consiguiente disgusto de los donantes. Se han retirado las blancas manos demasiado rápido.

Una solución a este problema sería que las ONG del Norte se dediquen a la incidencia en vez de ejecutar proyectos en el Sur, pero su legitimidad viene dada también por las cosas que hacen además de las cosas que dicen. Si hacen cada vez menos, habrá cada vez menos personal, y se harán cada vez menos cosas, hasta no hacer nada y desaparecer por irrelevantes. Este no sería un mal resultado si ocurriera porque todo el trabajo se ha asumido desde los países del Sur. Pero no es el caso.

El tercer tema es que dedicar mucho tiempo a hablar de un tema le quita tiempo a hablar de otros. Son los que menciono en los párrafos anteriores, para empezar, pero también la erosión de los fondos para las ONG del Norte, por dos razones.

La primera, porque los gobiernos de los países se han derechizado (ver este artículo del Centro Global para el Desarrollo). Reino Unido, Alemania, Suecia y Noruega han hecho grandes recortes en sus presupuestos de cooperación.

La segunda razón, porque la base de donantes de las ONG ha disminuido: en España muestra un envejecimiento constante, con una edad media actual de 59 años y el 61% de los socios mayores de 55 años. Los jóvenes ya no están motivados para financiar las ONG porque su manera de informarse ha cambiado. Ahora es a través de redes sociales, donde criptobros de gimnasio mandan mensajes insolidarios. Jóvenes más de derechas tienen menos interés en la cooperación (cuando no se oponen radicalmente).

Para las ONG, obtener fondos propios y discrecionales —que puedan usar con libertad—, es cada vez más difícil. Esta financiación es la que permite mejorar la participación previa al comienzo de los proyectos, porque esto cuesta dinero: hay que planificar el desarrollo del proyecto con tiempo, hacer reuniones con las comunidades, escribir los proyectos despacio. Los donantes no suelen pagar estos gastos.

No se trata de que no haya que hablar de descolonización, ni que la participación, la inclusión, el reparto de poder y el enfoque feminista no se discutan o se ignoren. Pero hay problemas existenciales que deberían también tener prioridad. Las ONG, tanto del Norte como del Sur, deberían ser máquinas de diseñar proyectos, invertir bien los fondos y justificarlos mejor, mientras los gobiernos no se hagan cargo de la pobreza.

Las conversaciones sobre descolonización en el sector de la cooperación, tanto en el Norte como en el Sur, me recuerdan a la caída de Bizancio, donde el tema candente era el sexo de los ángeles. Esta desconexión con la realidad les llevó a descuidar un tema más importante, la defensa de su territorio contra la invasión otomana. El imperio bizantino se extinguió sin que les diera tiempo a terminar la discusión.

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