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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bronca, cainismo y desorden

Hace falta autoridad y criterio para cerrar el lamentable espectáculo que ofrecen las instituciones del fútbol

SOLEDAD CALÉS

Bronca, cainismo y desbarajuste. Esos son los ingredientes del indigesto menú que han preparado el trío de chefs Ángel María Villar (presidente de la Federación Española de Fútbol), Miguel Cardenal (presidente del Consejo Superior de Deportes) y Javier Tebas (presidente de la Liga de Fútbol Profesional). De por sí, la descripción del intercambio de golpes y patadas provoca alarma: la Federación acusa al Consejo de “intervencionismo” porque la institución reclama nuevas auditorías que aclaren dónde han invertido Villar y su equipo algunos millones que reciben en subvenciones finalistas. El abyecto espectáculo, con insultos, recriminaciones públicas y desplantes chulescos (Villar, por ejemplo, desaparecióde las reuniones convocadas para combatir la violencia en el fútbol), cruzó las fronteras cuando el presidente de la Federación reclamó a la UEFA y la FIFA (otras que tal bailan) que expulsen a Cardenal de sus comisiones. El fondo de la cuestión, por lo evidente, es lo de menos. Si Villar y sus directivos no han justificado el dinero recibido, están obligados a hacerlo, mediante auditorías o por el procedimiento que establezca la ley. El debate real es así de limitado y el plantearlo suena a regresión.

Lo de más es la caótica gestión y la turbiedad que se adivinan en la trastienda de este choque frontal. Muy mala debe ser la coordinación entre las instituciones deportivas cuando aflora una trifulca barriobajera que resolvería hasta un presidente aplicado de comunidad de vecinos. El escándalo podría haberse cortado de raíz si el ministro de turno (José Ignacio Wert) entendiese correctamente su papel y, en la intimidad de un despacho, hubiera conminado a las partes a guardar silencio y a ponerse de acuerdo. Criterio y autoridad.

Pero en lugar de la discreción, Wert, enfrascado en un nuevo pulso a cuenta de la duración de las carreras universitarias, prefirió destrozar los estantes de la cacharrería. Defendió en público la posición de Cardenal y se permitió descalificar ad hominem a una de las partes (“a Villar le molesta la transparencia”). Pues sí, probablemente; pero lo que los ciudadanos esperan del ministro no son certificados baratos de moralidad, sino una solución razonable y duradera. Por ejemplo, que desaparezcan de las instituciones los culpables. Por notoria incompetencia.

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