La vuelta del ruiseñor
Harper Lee no es una escritora corriente. Vuelve después de 50 años de silencio con una secuela de su único y gran éxito que, en realidad, estaba escrita antes
Harper Lee no es una escritora corriente. Escribió Matar un ruiseñor con 34 años, consiguió el Pulitzer con esa novela en 1961 y, abrumada por la fama, se escondió del mundo. No concede entrevistas desde 1964. Matar un ruiseñor se convirtió en un texto de gran eficacia ideológica en favor de los derechos de los negros en Estados Unidos. Narra ensoñadoramente la historia de un abogado de una pequeña ciudad de Alabama (una idealización de Monroeville, donde nació Harper), Atticus Finch, que defiende a un joven negro acusado de violar a una mujer blanca. El prestigio liberal del libro se expandió urbi et orbi cuando en 1962 Robert Mulligan rodó Matar un ruiseñor con un magnífico guion de otro novelista empeñado en denunciar la violencia racial del Sur (Horton Foote) y un espléndido Gregory Peck metido en la piel de Atticus (bueno, Gregory Peck es Atticus). Pues bien, Harper Lee, hasta ahora una escritora de una sola novela, vuelve con la continuación de Matar un ruiseñor. Desde una residencia de ancianos, resistente al ácido del olvido, Lee publicará el 14 de julio Go, Set a Watchman: la hija de Atticus vuelve, 20 años después, a la ciudad de Matar un ruiseñor.
Queda demostrado que Lee no es una escritora corriente. Vuelve después de 50 años de silencio con una secuela de su único y gran éxito que, en realidad, estaba escrita antes. Los editores, libreros y críticos tienen tarea para los próximos seis meses. Se trata prácticamente de una operación de arqueología literaria; poco deben de ofrecer las letras estadounidenses hoy cuando sufren esta agitación por un texto escrito a comienzos de los sesenta.
Habrá resistido bien la mística de Harper Lee el paso del tiempo? Matar un ruiseñor es una novela seráfica, evocadora, construida sobre el artificio de una niña (Jean Louise, Scout, la hija de Atticus) que recuerda, idealizándola, la figura de su padre, acompañada por su hermano Jem y un amiguito que parece una fotocopia de Truman Capote. Atticus está miniado como una idea platónica, encarnada a contrapelo en un entorno hostil. Respira optimismo antropológico. Esta es su última frase: “La mayoria de las personas lo son [buenas], Scout, cuando por fin las ves”. No es claro que esta sea la percepción dominante hoy en EE UU.
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