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LA CUARTA PÁGINA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los caballos de Dios

Nadie tiene la receta para acabar con el terrorismo yihadista, pero reforzar fronteras no parece una solución. Hay que invertir tiempo y dinero en los barrios marginales donde crece el radicalismo islámico

Jordi Soler
EVA VÁZQUEZ

El escritor marroquí Mahi Binebine tiene una novela que resulta imprescindible en estos tiempos en que el yihadismo monopoliza el terror del mundo occidental y orilla a los Gobiernos europeos, como antes lo hizo el de Estados Unidos, a improvisar medidas de seguridad, no siempre muy eficientes, que terminan afectando a la libertad de los ciudadanos.

La novela de Binebine es de un realismo escalofriante, está escrita originalmente en francés, no existe todavía en español, y tiene una reciente traducción al inglés titulada Horses of God, Caballos de Dios, que es el nombre que la imaginería yihadista da a los fieles que hacen de bombas humanas, esos hombres cargados de explosivos que estallan en el vestíbulo de un hotel, o a bordo de un tren, a cambio de un paraíso lleno de vírgenes al que ascenderán de forma inmediata y a todo galope, como los caballos.

Pero el título original de esta novela es Les étoiles de Sidi Moumen, Las estrellas de Sidi Moumen, que es el nombre de un barrio marginal de Casablanca donde los jóvenes sin futuro juegan al fútbol en un terregal, sin más recompensa que el sueño de convertirse en estrellas de ese deporte. Los personajes de Mahi Binebine tienen la misma historia que los jóvenes que viven, de verdad, en Sidi Moumen, y la de los que viven en Ceuta y Melilla, en la periferia de Madrid o Barcelona, o en la banlieue de París. Todos son pobres de solemnidad, viven dentro de familias desestructuradas, con el padre desaparecido o muerto y la madre que no puede hacerse cargo de tanta realidad. Ninguno de esos jóvenes vislumbra alguna mejoría social en el futuro y su historia personal les ha enseñado que tampoco su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo, tuvieron futuro: habían nacido en la miseria y el futuro que les esperaba, como los espera a ellos, era la misma miseria.

Los personajes de Mahi Binebine que, como digo, son idénticos a las personas que representan en las páginas de esta novela, se van dando cuenta, conforme se van haciendo mayores, de que nunca serán ni Messi, ni Andrés Iniesta, pero también se dan cuenta de que, si no hacen algo para impedirlo, morirán ahí mismo, en Sidi Moumen, asfixiados por la misma miseria que ha asfixiado a todo su árbol genealógico. En este punto, la novela de Binebine ya no es propiamente una novela, la historia que nos va contando se ha emparejado con la realidad más escalofriante que tiene hoy el siglo XXI. De hecho, los terroristas que perpetraron los atentados que sacudieron Casablanca en mayo del año 2003 salieron precisamente de las chabolas de Sidi Moumen.

A todos estos jóvenes sin futuro, que nunca serán Andrés Iniesta, pero que tampoco tienen una especial querencia religiosa, se les aparece un día un imán que, poco a poco y de manera amable y hasta discreta, les pone frente a los ojos la oportunidad de darle un sentido a su vida, de salir de esa miseria absurda y de ganarse, si es que están dispuestos a convertirse en caballos de Dios, no solo un futuro brillante sino el mismo paraíso. El imán es la única oportunidad que tienen estos jóvenes de escapar de la miseria, lo cual encierra una desgraciada y oscura paradoja: la única forma de darle sentido a su vida es acabando con ella.

Para poder movernos con libertad en Europa no podemos encerrarnos en el continente

¿Salir de la miseria por la vía yihadista es una locura?, sin duda, pero ¿qué hacían los Gobiernos europeos mientras ese monstruo engordaba en la periferia de sus ciudades? Lo que hacían era mirar para otro lado, como han hecho, durante décadas, con las oleadas de inmigrantes que van poblando Europa, ese fenómeno que está directamente conectado con el repunte yihadista. Mirar para otro lado y dar un par de palos muy mediáticos cuando la ciudadanía se inquieta.

Resulta sintomático que las medidas europeas para defenderse del yihadismo pasen por redoblar la vigilancia en fronteras y aeropuertos, por cercar el continente para que no entre el enemigo, como si estuviéramos en la época de las invasiones bárbaras, cuando se esperaba al enemigo con un ejército apostado en el muro del castillo, listo para tirar pedruscos y marmitas de agua hirviendo. Si en Europa, para poder movernos con libertad, tenemos que encerrarnos en el continente, quiere decir que la defensa no está muy bien planteada. La respuesta medieval de los Gobiernos europeos no está a la altura de la amenaza yihadista, como tampoco han estado a la altura las medidas medievales para contener a los inmigrantes africanos. Si se observa lo que ha sucedido con la inmigración latinoamericana en Estados Unidos, se aprende inmediatamente que por más que se refuercen las fronteras, por más muros que se levanten, nunca se podrá impedir que esas personas, que en sus países se mueren de hambre, entren a los países ricos a buscarse una vida mejor. Por una razón elemental: el burócrata que custodia la frontera nunca tendrá la energía, ni la determinación, del inmigrante que necesita colarse porque la vida, y la de su familia, le va en ello.

De momento nadie tiene la receta para acabar con el terrorismo yihadista, pero no parece que reforzar fronteras y aeropuertos sea solución suficiente; la solución, si es que la hay, no será tan fácil como levantar muros y desplegar a la policía; habrá que invertir mucho tiempo y mucho dinero en los barrios marginales para poder competir, dentro de Europa, contra la seducción de los imanes.

El imán es la única oportunidad que tienen muchos jóvenes

Basta una mirada a la biografía de Sayyid Qutb, el ideólogo del islamismo radical, para darse cuenta de que la escalada yihadista lleva más de medio siglo creciendo y diseminándose. Qutb era un poeta egipcio que se ganaba la vida como maestro de escuela y al que el Ministerio de Educación de su país le pagó un viaje por algunas ciudades de Estados Unidos para que viera, de primera mano, el american way of life, que se parece cada vez más a la forma en que vivimos en Europa. Qutb se quedó asombrado con esa forma de vida, con la manera en que se conducían las mujeres y la laxitud moral que imperaba entre los hombres; también le escandalizó el tamaño que tenían las casas y los jardines, la dimensión y el calado de la propiedad privada lo pusieron enfermo y tuvo que ir a recuperarse, en ese año de 1948, al punto geográfico específico que le recomendó el médico: Palo Alto, California, un apacible pueblecito de la costa Oeste que hoy es el corazón del Silicon Valley.

No está de más observar que de aquel valle californiano no solo ha salido la tecnología punta que hoy gobierna nuestras vidas, sino también las reflexiones que durante su convalecencia hizo Qutb y que se convertirían más tarde en los fundamentos del islamismo radical. Más tarde, ya que a fuerza de libelos, ensayos y discursos se había consolidado como un importante ideólogo del islam, Qutb pasó a ser el gurú de Los Hermanos Musulmanes. Como consecuencia de las acciones políticas de esta organización, en 1965 fue detenido y al año siguiente fusilado. ¿Qué hacía Europa durante todas esas décadas en las que la ideología de Sayyid Qutb, el islamismo radical, se espumaba y se preparaba para la conquista de los infieles del mundo occidental? No hacía prácticamente nada, no miraba, o no quería mirar, el lío que se le venía encima.

Las medidas de protección, de control y de espionaje que implementa ahora la Unión Europea, tendrían que ir acompañadas de una inversión y de una presencia en esos barrios donde la pobreza y la falta de oportunidades funcionan como abono para el yihadismo; más que reprimir y aislar hay que convencer e integrar, darle a esos jóvenes otra opción, evitar que se conviertan en caballos de Dios.

Jordi Soler es escritor.

 

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