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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

También en el césped

Los clubs de fútbol tienen que impedir que sus jugadores practiquen la violencia gratuita y el desprecio a los rivales

MARCOS BALFAGÓN

No se ganan dos, tres o 15 millones al año solo por corretear en un césped, marcar goles con frecuencia o hipnotizar a los aficionados con encantos de triunfador. Tiene que haber algo más. Se llama ejemplaridad. Muchos futbolistas han perdido el respeto al juego, a su oficio y al papel pedagógico que representan y por el que cobran; y las instituciones que deberían guiar el fútbol o están mediatizadas o quienes las dirigen son meros transmisores de los clubes. Hay botones para varias muestras, pero habrá que conformarse con dos muy recientes. En el partido entre el Atlético de Madrid y el Barcelona (Copa del Rey), un jugador (Arda Turan) disparó una de sus botas contra un auxiliar del árbitro, quien, por cierto, no se enteró del incidente. En el partido Córdoba-Real Madrid, Cristiano Ronaldo, después de ser expulsado por una patada alevosa a un contrario, salió del campo puliendo chulescamente el bordado de la camiseta. Ni rubor ni contrición. Después recurrió al método Aguirre (pedir perdón para presentarse limpio y aseado ante los jueces), y el cuento se cierra con una sanción de dos partidos. No es precisamente un correctivo que incentive al jugador a pensárselo mejor la próxima vez.

Es incoherente que mientras se activan todas las alarmas para extirpar la violencia y la brutalidad en las gradas, en el terreno de juego los actores principales desprecien con contumacia las reglas deportivas. Por supuesto, no es un problema del Atlético de Madrid o del Real Madrid; abundan en todos los equipos los insultos a los contrarios, las patadas sañudas en cualquier lance de juego que bordean la agresión, el acoso tumultuario a los árbitros y la provocación al público. Son imágenes tóxicas para los espectadores, sobre todo para los más jóvenes. Si estamos preocupados por la violencia, no miremos solo a las gradas.

Como en el caso de los ultras, aquí los clubes tienen casi todo que decir. Deben sancionar las conductas antisociales de sus jugadores, sean estrellas o peones. Tienen que dar ejemplo, porque los jugadores representan a los clubes y estos, directa o indirectamente, a los aficionados. Eso, o que se admita que el fútbol sufre de una enfermedad grave en su raíz: los directivos están a las órdenes de sus estrellas.

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