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Columna
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Año del delfín

Los científicos consideran a estos cetáceos "personas no humanas" y destacan por sus acciones altruistas

Manuel Rivas

Son cada vez más los científicos que están de acuerdo en considerar a los delfines “personas no humanas”. Quienes llevan años estudiando sus sonidos y gestos están convencidos no sólo de su evidente capacidad para transmitir buenas y malas noticias sino que va tomando cuerpo la tesis de que utilizan nombres para llamarse unos a otros. Yo prefiero pensar que los delfines, como gente del mar que son, prefieren los apodos. A Ulises, el héroe de la Odisea, sus compañeros le trataban en confianza con el alias de Pulpo e incluso Pulpiño. Los delfines me alegraron el fin de año. En un programa de radio sobre la inmigración, enlutado por la estela trágica de los naufragios, de repente saltó un relato que puso en vilo las ondas. Una historia real. Los supervivientes de una patera con rumbo perdido contaron que una bandada de delfines rodeó la embarcación y los condujo salvos hasta el barco de Cruz Roja. Humanos rescatados por personas no humanas. En una expedición al Gran Sol irlandés, a mediados de los 90, fui testigo de la pesca involuntaria y la muerte en la malla de un delfín. Una maldición para el barco. Una comitiva de delfines fue tras el pesquero y la persecución sólo se detuvo cuando el cuerpo fue devuelto al mar. Nadie jamás había oído aquel canto fúnebre y no abrimos la boca hasta arribar a puerto. Hace poco, me contaron que había habido una huelga de delfines en un parque acuático, hartos de sobreexplotación. Supongo que entre ellos hablarán del absurdo de las prospecciones petrolíferas en el santuario marino de Canarias. Una tarea humana es luchar por la vida y la libertad de las personas humanas y no humanas. Que el 2015 sea un año memorable para ustedes y para los delfines.

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