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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El poder de nuestro carro de la compra: el consumo como acto político

Este es un texto de Laura Villadiego y Nazaret Castro, fundadoras del proyecto Carro de Combate.

Un simple repaso a nuestro carro de la compra habitual lo deja claro: casi todo lo que adquirimos tiene materias primas que fueron extraídas en África o América Latina, dejando en el proceso profundos impactos ambientales; estas materias primas viajaron después en barco, probablemente hacia algún país del Sudeste asiático, donde fueron procesadas en condiciones de virtual esclavitud; y volvieron a embarcar después, con un enorme gasto de combustible, hacia el país de consumo final. Este es el esquema perverso de la deslocalización de la producción, que deja en unos lugares contaminación y explotación laboral para que otros puedan mantener sus hábitos de sobreconsumo creciente. Eso es lo que pretendemos desvelar en el libro Carro de Combate. Consumir es un acto político, recién publicado por Clave Intelectual. En él, proponemos un recorrido por veinte productos para entender su huella socioambiental, pero también sus efectos sobre nuestra salud.

A cada paso del ciclo de vida de los productos se profundiza en lo que Karl Marx llamó la fetichización de la mercancía: la ocultación del trabajo humano y de las relaciones personales que están detrás de la mercancía que encontramos, envuelta en plásticos brillantes y coloridos, en las estanterías del Carrefour o de Zara. Hemos olvidado que somos al mismo tiempo consumidores y productores; somos “prosumidores”, como han dado en llamar algunos, o “consumadores”, como proponen otros, recalcando así la aparición de nuevas formas de consumo y producción -no lo olvidemos: son las dos caras de la misma moneda- que fomentan la cooperación y la solidaridad y no la competencia, y que, en definitiva, colocan como objetivo de la economía la reproducción de la vida y no del capital.

Si de lo que se trata es de un cambio cultural profundo en nuestro consumo, entonces la primera batalla es la de la información. Debemos saber lo que consumimos, y el reguero de impactos socioambientales que deja la cadena de producción, para entender la necesidad del cambio. En definitiva, la concienciación acerca del origen de los productos que consumimos puede ser un arma política de primer orden para que los ciudadanos se cuestionen el modo de producción, circulación y distribución de mercancías que se ha instalado en nuestras sociedades.

Y sin embargo, informarse no es tarea sencilla: las empresas son opacas y los etiquetados no ayudan todo lo que deberían. Los intentos de mejorar esta información en los envases suelen enfrentarse a la oposición de la industria, como se ha visto con la legislación sobre etiquetado de alimentos en Europa, obligatoria desde el pasado 13 de diciembre, cuya redacción sufrió importantes modificaciones debido a la campaña de presión de los lobbies de la industria alimentaria.

Pero el consumidor no debería ser el único responsable; sus opciones son a menudo limitadas y algunas de ellas, aptas sólo para bolsillos privilegiados. Así el consumo responsable no debería ser una finalidad en sí misma, sino un puntapié para que, como miembros de una comunidad, adquiramos la conciencia de las iniquidades que estamos ayudando a sostener con nuestras compras, y reivindiquemos ante quienes nos gobiernan cambios legislativos que avancen hacia un mundo más justo, como intentan las decenas de organizaciones sociales de todo el mundo congregadas en la Campaña Desmantelar el Poder Corporativo, que presionan para la elaboración de un tratado internacional que ponga freno a la impunidad de las multinacionales.

Mientras llegan esos cambios, son muchas las personas que ensayan experiencias en las que está la semilla de esos otros mundos posibles: huertos urbanos, cooperativas de productos ecológicos, grupos de consumo y reciclaje... Eso sí: sin dejarse frustrar por el afán de la absoluta coherencia. En la sociedad que vivimos, no es posible evitar cada impacto del consumo, pero no por ello deja de contar cada paso que damos; porque cada uno de esos pasos nos acerca hacia esa otra economía posible donde el respeto a la vida y la dignidad humana estén por encima del dinero.

Comentarios

esta mañana he visto por primera vez la gran mancha de mierda que hay en el Pacífico y animales destrozados por su causa, mierda, mierda y mierda, el gran basurero de mierda en que se va a convertir todo.
Boicot al petroleo de los países que no respetan los derechos humanos: Irán, Arabia Saudí, Emiratos árabes. Obligación a las distribuidoras para que indiquen su procedencia.
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