España sube en el barómetro de Louis Vuitton
La firma francesa abre una nueva 'boutique' de 400 metros cuadrados en Madrid donde puede adquirirse por primera vez su colección 'ready to wear'
Si Louis Vuitton fuese el termómetro del lujo, ayer habría comenzado el deshielo de España. Para los fans más acérrimos de la marca francesa, la apertura de su nueva e inmensa tienda en Madrid equivale a un certificado de ingreso en la primera división internacional. Para los optimistas rubrica un buen augurio. Y para los escépticos se trata simplemente de una metáfora inmobiliaria del crecimiento del sector que en nuestro país llega al 5,5%, según datos de la asociación Luxury Spain.
Así, de una pequeña boutique de la calle Ortega y Gasset, abierta en 1988 y donde la marca vendía poco más que sus bolsos estrella, Louis Vuitton pasa a un edificio de tres plantas y 400 metros cuadrados en la aledaña calle Serrano.
El aumento de la superficie de la firma francesa parece no encajar con una sociedad donde la mitad de la población vive con menos de 1.000 euros al mes (según datos de Eurostat). Pero sí con otra en la que el número de ricos creció el 11% durante el último año (informe de Capgemini) y donde el número de turistas con alto poder adquisitivo se dispara. Ambas son la misma: España.
Además de productos de marroquinería, el nuevo espacio madrileño ofrece la posibilidad de adquirir, por primera vez en la capital, su línea de ready to wear, una división con peso específico dentro de la nueva etapa que afronta la firma coincidiendo con su 160º aniversario, tal y como reconoció su nuevo consejero delegado, Michael Burke, a El País Semanal. De las perchas de la boutique cuelga ya parte de la primera colección crucero que Nicolas Ghesquière, director creativo desde noviembre de 2013, ha facturado para la casa.
Apenas una docena de piezas que, sin embargo, son suficientes para hacer suspirar a los invitados al cóctel. Como si el agua corriente por fin hubiese llegado al desierto. En la soire, periodistas, clientes y alguna cara conocida, como la de Naty Abascal, Jaime de Marichalar –corporativo y puntual-, Adriana Abascal, la actriz Bárbara Lenie o la modelo Alba Galocha. Figuras que no pertenecen al primer grupo, pero que se desconoce si forman parten del segundo. Eso es algo que queda entre ellos y su tarjeta de crédito (o los discretos dependientes).
Hace ya tiempo que las aperturas de las boutiques de lujo se convirtieron en alimento imprescindible para nutrir a las insaciables redes sociales y medios online entre desfile y desfile. Solomillo u hoja de apio, según el evento. El de ayer, sin embargo, resultó un producto de consumo interno. El protagonismo se lo llevó la tienda y el podio de Instagram se lo disputaron los bolsos personalizados por Frank Ghery y las sudaderas agujereadas.
El presidente de Louis Vuitton para Europa, Oriente Medio y África, Roberto Eggs, contó que tardaron cinco años en dar con el local adecuado para crear lo que ahora se llama una experiencia de marca. Es decir, no solo un lugar donde comprar bolsos sino donde vender imagen, valores, donde mimar al cliente y epatar al respetable. Una campaña de comunicación en tres dimensiones, de cuyo envoltorio se ha encargado, en este caso, el interiorista Peter Marino. Dorado, mármol y alegría contenida definen el espacio. Entre el titileo de las copas de champán, las consiguientes risas en gravedad ascendente y las mejillas ardientes resultaba fácil olvidar el frío que hacía fuera. Pero, por mucho que optimistas y fans lo deseen, el metro cuadrado de Louis Vuitton aún no computa como indicador socioeconómico de un país.
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