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Columna
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La ignorancia

El sentido de la ironía hace la vida más llevadera

Manuel Rivas

Es una lástima que el auto del juez Ruz sobre el caso Gürtel no se haya detenido más en desarrollar el concepto de ignorancia. Era una magnífica ocasión para que por fin el maestro Stanislaw Lec entrara con todos los honores en la memoria jurídica española y quedase para la posteridad en el Aranzadi uno de sus pensamientos despeinados: “La ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. Pero su conocimiento a menudo sí”. Por lo que se nos ha comunicado, sin desmentido por su parte, Ana Mato vivía en la ignorancia, por lo menos cuando era ministra. Es un dato inquietante, más aún tratándose de la persona que gestionaba la sanidad pública. Pero en lo que respecta a su situación personal, ese estar en la ignorancia se presenta como una eximente. Se propone que sea juzgada como beneficiaria (“partícipe a título lucrativo”) de la red de corrupción, pero en calidad de ignorante. Esa fue la línea argumental de la ardorosa defensa que hizo el presidente del Gobierno, después de cesarla. Bueno, disculpen la ignorancia: Ana Mato dimitió. Si el juez hubiese convocado a expertos en materia de ignorancia, podría ser iluminador el dictamen de un etimólogo que abriese diligencias sobre el comportamiento sospechoso de las palabras. Tal vez así descubriríamos a la verdadera culpable: la ironía. En el griego clásico, ironía significaba “ignorancia fingida o disimulada”. Imagino a la señora Mato entrar en el garaje un día y exclamar: “¡Oh, qué casualidad, un Jaguar!”. Y al día siguiente: “¡Oh, qué suerte, un Range Rover!”. El sentido de la ironía hace la vida más llevadera, incluso para las personas que viven tal angustia, sin saber qué berlina van a encontrar por la mañana en el garaje. He ahí lo que nos gobierna a día de hoy: la ignorancia fingida.

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