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Columna
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La montería

Una cosa es la desafección de la gente hacia la política, y otra la desafección de los políticos hacia su partido

Manuel Rivas

No se preocupen. El Gobierno ha tomado de nuevo la iniciativa, después de un período de hibernación. Los ciudadanos todavía no lo han percibido, pero sí que se han enterado los jabalíes, los venados, los cetáceos, los ecologistas, el becario de Podemos y los fiscales catalanes. Que el resto del país se vaya preparando para el relanzamiento que, con la mirada puesta en las elecciones de 2015, va a tener la forma de embate: una gran montería nacional. En el propio partido gobernante cundía el desánimo, el derrotismo e incluso el pánico, con los investigadores de la KGB (variante castiza de la Caja B) en la puerta de la sede central. Desesperaba la parsimonia del presidente, que pasó de ser considerada una cualidad de sabio rumiante a una pachorra mostrenca. Una cosa es la desafección de la gente hacia la política, y otra la desafección de los políticos hacia su partido. Las lenguas más afiladas llegaron a compararlo, en lo indolente, con Sánchez Mazas, que fue el único ministro de Franco que se atrevió a no asistir a los consejos de ministros. No por mostrar desacuerdo, sino por pereza. El reproche partió también de la nueva derecha nacionalista de Rosa Díez, que prácticamente lo tildó de cobarde por no actuar contra los desobedientes catalanes. Puro surrealismo: ¿cómo prohibir un “simulacro”? En realidad, lo que hizo Rajoy, y tal como aconseja Plutarco, “fue aflojar un poco la escota ante la gran fuerza de las olas”. Ahora empieza una nueva temporada política: ¿reforma constitucional, diálogo y consenso, reactivación económica, lucha contra la pobreza? Nada. Lo de siempre. Cuando las cosas van mal en España, se organiza una montería. Por lo de pronto, ya han aprobado una ley insólita: los pudientes podrán cazar en los parques nacionales. Los ciervos no votan.

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