Condiciones objetivas para el éxito de las artes
(Mumford Visionario II)
“Hasta en las opciones estéticas de material o de proporciones más vulgares, el constructor pone de manifiesto la clase de hombre que es y a qué clase de comunidad sirve”, escribió Lewis Mumford en Arte y técnica (Pepitas de calabaza). El pensador norteamericano defendía que el hecho de que Perú y Egipto desarrollaron civilizaciones muy complejas antes de que se inventara la rueda invitaba a deducir que si el hombre fuera sobre todo un animal fabricante de herramientas el largo atraso técnico que ha predominado en la historia resultaría difícil de explicar. A partir de esa premisa, él consideró que la técnica, como la mecanización –y, es de prever, como la actual obsesión por las máquinas-, nos llevan a dejar de lado, cuanto menos, parte de nuestra naturaleza esencial.
“No se ha realizado ninguna mejora sustancial en el imperdible desde la Edad del Bronce”, escribió Mumford sin citar las herramientas que sí han mejorado. Lo hizo para criticar a publicitarios y diseñadores que “derrochan inventiva para conseguir que unos modelos que no han sufrido ningún cambio fundamental parezca que sí lo han hecho”.
Hoy se podría discrepar de la visión propagandística que atribuye al diseño industrial, al que llega a calificar de perversión, por el rediseño gratuito y continuo que sufren componentes industriales (como las partes de un automóvil) y que le llevó a afirmar drásticamente: “en su búsqueda del objeto, el hombre occidental acabó olvidando el objeto de su búsqueda”.
Con todo, a los diseñadores les gustará saber que Mumford anticipa la idea de una impresión a la carta. Incluso de una producción “a pequeña escala y con mayor margen de expresión personal”. Y se atreve a apostarlo todo a esa reimplicación del artesano: “En mi opinión la evolución más importante de la técnica en el futuro no tenderá a universalizar la producción en masa sino al contrario: consistirá en utilizar las máquinas a una escala humana, bajo control humano para satisfacer necesidades humanas”.
“Solo porque una máquina puede estar en funcionamiento las 24 horas del día esa no es razón para tenerla encendida a lo largo de todo ese tiempo: cuando eliminamos las limitaciones mecánicas aparecen las restricciones humanas”, advierte Mumford. No habla de la abolición de las máquinas sino de su control “ahora que ya no estamos disciplinados por la escasez natural”. Disciplinados por la escasez, tan sencillo y lógico como lejano queda ese saber.
Por eso critica a los empresarios, y diseñadores, que en lugar de prolongar la vida del producto y rebajar el coste aumentan el coste acortando su vida, pura época actual, aunque la obsolescencia programada no tuviera todavía etiqueta en 1951. Y aunque los usuarios debamos, también, asumir nuestra responsabilidad en el proceso.
“La producción en masa impone a la comunidad la terrible carga de consumir sin cesar”. Respecto a las colas para comprar el último modelo de IPhone: “Si usted se enamora de una máquina, algo anda mal en su vida sentimental. Si adora a una máquina, algo anda mal en su religión”. Nos hemos vuelto ingenuos ante las deficiencias y las pérdidas que entrañan los grandes logros de la técnica, constató Mumford hace 63 años.
Babelia
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