Jim Carrey se pone serio
Conocido por su humor salvaje, pasados los 50 años parece vivir una fase de serenidad, aunque es incapaz de hacerlo en compañía. El actor habla de sus nuevos trabajos y de su labor por ayudar a los demás. Incluso de budismo
Es casi una ironía que alguien recordado por el público por hablar con los cachetes de su trasero o por salir del ano de un rinoceronte en uno de los momentos estelares de Ace Ventura: Operación África sea el único capaz de ofrecer palabras de apoyo a Renée Zellweger tras los ríos de tinta que han corrido sobre su nuevo aspecto. Claro que ese alguien es Jim Carrey, el hombre del que se puede esperar todo. “Es una gran dama”, admite cual caballero de su expareja profesional y personal —de su encuentro en la película Yo, yo mismo e Irene surgió, a finales de los noventa, una relación de pocos meses—. “Muchas veces, cuando la gente se hace algún arreglo, al principio no se ve bien y luego está genial. Lo escuché con mi exesposa Lauren Holly y está estupenda. Hay que darle una oportunidad. Se ha vuelto demasiado fácil juzgar a la gente”, se explaya el intérprete sobre sus compañeras de profesión sin perder la calma.
“Es demasiado fácil
Su sonrisa sigue siendo sobrenatural, tan amplia y perfecta como la del gato de Cheshire. Los más de 50 años de este canadiense (enero de 1962, Ontario) tampoco han acabado con el brillo malicioso en sus ojos. “Disfruto al otro lado de la decencia”, asegura. Como prueba ahí está el humor salvaje de su nuevo estreno, la segunda parte —20 años después— de Dos tontos muy tontos, o su regreso a ese clásico de la comedia de la televisión estadounidense que es el programa de variedades Saturday Night Live. “Pero ahora como el venerable Jim Carrey, trabajando con chavales que eran unos críos cuando hice mis primeras películas. Tiene su encanto”, dice meloso.
Carrey describe su carrera como un gran viaje, “increíble, terrible, maravilloso y con muchas fases”, ese en el que se alegra haber participado. Haciendo memoria, parece un viaje con muchas estaciones. Estuvo la fase desesperada, en la que conocida de niño la pobreza lo dejó todo en sus trabajos como monologuista con tal de conseguir una oportunidad. También vivió esa otra en la que cambió el cheque falso de 20 millones de dólares que siempre llevaba en su cartera por uno de verdad, el que obtuvo por su papel protagonista en la película Un loco a domicilio (1996) cuando estaba en la cima de su carrera. Pero también pasó por épocas en las que se notó su amargura por no ser considerado por la industria y el público como un actor serio pese a sus notables intentos en filmes como El show de Truman (1998) o Man on the Moon (1999). Hoy vive en una fase todavía inacabada que describe su vida como una puerta giratoria de amantes. “Me atrae el talento, un afrodisiaco difícil de resistir. Amo a todo el mundo”, se excusa de una forma de vida en la que parece haberse quedado anclado. “La gente se enfada conmigo porque no soy capaz de mantener una relación. Quizá algún día, pero prefiero compartir mi vida con todos”, añade alguien que se ha divorciado dos veces y que ya tiene una nieta de cuatro años, quien junto con su hija son las mujeres que considera el único puntal de su vida.
“Me atrae el talento, un afrodisiaco difícil
Quizá sea hilar muy fino, pero su reciente parodia de Matthew McConaughey en el programa SNL, ya convertida un fenómeno viral, no deja de ser un golpe bajo al último de los guapos de Hollywood agraciado con ese Oscar que a Carrey parece estarle vedado desde que habló por los carrillos equivocados. “Adoro a Matthew, pero cuando le vi en esos anuncios de coches (LINCOLN) supe que había que pararle y me tiré delante de su vehículo”, explica el actor, risueño pero mordaz.
Incluso si la parodia la hizo con malicia, el Carrey que hoy hace reír es muy diferente del de hace dos décadas. Es un Carrey que está en paz con sus demonios. A los que alaban sus genialidades, les recuerda que genios somos todos. “La genialidad es lo que pasa cuando la gente trabaja duro y aúna su talento. Es algo que está en el universo”, dice pensando en el karma.A los que le preguntan por su estilo de humor, les dice que la comedia no es otra cosa que hacer que el espectador se sienta superior. “La gente tiene que envidiar tu forma de pensar, pero sentirse superior. Esa es la clave”, comparte lo que podría ser un secreto de profesión. Si se le habla de dinero, de los cheques millonarios que ha cobrado durante su carrera en Hollywood, la respuesta es SRI, las siglas en inglés del Sistema de Intensificación del Arroz. “Estoy detrás de la ONG llamada The Better U Foundation que ofrece a quien lo necesita herramientas para salir adelante”. Entre las herramientas está el sistema de plantar un tipo de arroz que necesita un 70% menos de agua, un 90% menos de semillas y produce cuatro veces más de arroz, dice. Un proyecto en el que lleva trabajando desde hace seis años en Madagascar.
Otras fases nuevas en la vida de Carrey le han llevado al estudio de la no dualidad, “la base del budismo, donde si piensas que estamos separados el uno del otro estás equivocado”. Una búsqueda espiritual que llega acompañada de nuevas aventuras artísticas alejadas de la interpretación, plasmando sus inquietudes en la pintura y la escultura. “Me lo tomo en serio”, añade como si de habitual no le creyeran. Así que muestra acto seguido alguno de los cuadros que lleva en el móvil, un arte al que dedica 12 horas diarias en su estudio cuando no está rodando y que todavía no sabe cómo canalizar porque no quiere que se convierta en negocio. Su humor sigue siendo salvaje, pero Carrey está muy tranquilo consigo mismo. “Excepto cuando me pongo detrás de un ordenador. La tecnología me sigue sacando de quicio. Pero tengo que controlar esa asignatura pendiente”, se ríe, ahora sí, sin mesura.
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