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El mito de que la informática es 'cosa de chicos'

Ada Lovelace, la primera programadora, era mujer. Las que desarrollaron la profesión eran mujeres. ¿Por qué la cultura lo considera algo de hombres?

En La mujer explosiva (1985), probablemente el peor título de la filmografía de John Hugues, Gary y Wyatt, dos adolescentes aburridos y continuamente ridiculizados por el guay de la clase, un Robert Downey Jr. con mullet y tupé, ven Frankenstein en la tele y tienen la idea de su vida: crear a la mujer perfecta utilizando su ordenador, un Memotech MTX512. El procedimiento es sencillísimo. Hackean el sistema del gobierno de Estados Unidos para obtener más capacidad de archivo (!) y conectan una muñeca Barbie al PC por medio de un sofisticado montaje que, de cara al espectador, se parece sospechosamente a un montón de cables. En el preciso momento en que aprietan Enter, un rayo golpea y, voilà, aparece Kelly LeBrock en el lavabo.

A principios de los ochenta el porcentaje de chicas en las clases de lo que entonces se llamaba Computer Science en EE UU rozaba el 40%. En cambio, en 2010, estaba en un 18%.

La película estaba basada en un cómic del mismo título y, casi una década más tarde, el argumento seguía teniendo suficiente vigencia como para desarrollar la versión televisiva, que aquí se emitió durante incontables mañanas de verano en TVE con el título de La chica explosiva.

La escena no pasará a los anales de la cultura pero tiene su interés por lo bien que retrata la dinámica de géneros en el mundo de la informática, o al menos la forma en la que la cultura se empeña en que la programación es cosa de chicos.

Ese es el escenario que exploraba un programa reciente en la NPR, la radio pública estadounidense, titulado Cuando las mujeres dejaron de codificar. El espacio demuestra que en los inicios de la informática, muchas de las pioneras que programaron las primeras máquinas eran mujeres y durante décadas el número de mujeres que estudiaba computación crecía más rápido que el de hombres. En parte, se debía a que la programación de código se veía como una tarea administrativa, que implicaba cuidado en los detalles y muchas horas de mecanografía, por lo que se entendía como un trabajo “femenino” (sic). Desde que se ha instituido el día de Ada Lovelace, en honor a la matemática británica nacida en 1815 que se considera la primera programadora, se ha empezado a reconocer el trabajo de alguna de ellas, como Dina St. Johnson, una autodidacta que dejó la escuela a los 17 y fundó Vaughan Programming Services, la primera empresa de software del Reino Unido en 1959 que acabó teniendo como clientes a la BBC o el sistema de ferrocarriles British Railway. O Stephanie Shirley, conocida como Steve, que fundó Freelance Programmers en 1962 desde la mesa de su cocina.

Anuncio de microcomputador en el cual se aclara a sus usuarios que "Dos bytes son mejor que uno".
Anuncio de microcomputador en el cual se aclara a sus usuarios que "Dos bytes son mejor que uno".

Y así la curva siguió en ascenso hasta los primeros ochenta, cuando el porcentaje de chicas en las clases de lo que entonces se llamaba Computer Science en EE UU rozó el 40%. En cambio, en 2010, estaba en un 18%.

¿Qué pasó por el camino? No sólo llegaron Gary y Wyatt. También el primer anuncio televisivo del Commodore 64, en el que aparecían seis chicos arremolinados ante una pantalla. La única niña que salía estaba bien lejos del ordenador. Y, por algún motivo, iba en bañador. O el del microordenador TMS 9900, con el lema “dos bytes son mejor que uno”, y que mostraba a un hombre de pelo en pecho con una muchacha a cada lado.

Cualquiera que encendiese la tele en los 80 podía ver a Doogie Howser, de Médico precoz, escribiendo su diario en verde sobre negro. O podía ir al cine y disfrutar de La venganza de los novatos (1984) o Juegos de guerra (1983),en la que Matthew Broderick es un hacker quinceañero que acaba involucrado en la Guerra Fría pensando que es un videojuego. Incluso Disney acabó apuntándose al carro en 1986 con El vuelo del navegante.

Aquellos fueron los años cruciales para la configuración social del ordenador personal. Las empresas del sector se propusieron que cada hogar de clase media tuviese un PC y que la manera más fácil era que entrase a través de la habitación del niño, como explica Jane Margolis en su libro Unlocking the clubhouse: Women in Computing (Abriendo la sede del club: las mujeres en la informática). El marketing que practicaban la primitiva Apple, IBM, Commodore y Atari tanteó varios caminos. Los ordenadores también se vendían como un accesorio muy masculino (no hay más que ver este anuncio del modem Penril), como una herramienta útil para mantener al día los gastos de la casa, por ejemplo –¡tan fáciles que hasta un ama de casa un poco espabilada los podía utilizar!–, pero una escuela que acabó prevaleciendo era la de la computadora como juguete. Juguete masculino, se entiende, igual que las figuras de acción o los camiones.

"Versátil, de confianza, compatible (igual hasta sexy). Llámalo como quieras, nosotros lo llamamos un módem de Penril". A la mujer no se le menciona.
"Versátil, de confianza, compatible (igual hasta sexy). Llámalo como quieras, nosotros lo llamamos un módem de Penril". A la mujer no se le menciona.

Esos chavales que crecieron jugando con sus Commodore 64 en su habitación e identificándose con las narrativas del tío marginado que acaba triunfando y consiguiendo a la chica gracias a su inteligencia matemática llegaron a la universidad a principios de los 90 y para entonces muchos de sus profesores asumían que habían crecido así y daban por hecho que tenían conocimientos de programación de código que habían adquirido de manera autodidacta, mientras sus compañeros de clase iban a fiestas y bebían ponche en vasos rojos, como en un vídeo de Katy Perry. El programa de la NPR ofrece el testimonio de una de aquellas chicas que se aventuraba en esas clases con más de un 90% de alumnado masculino, en la universidad de Johns Hopkins. “Un día hice una pregunta en clase. El profesor me miró y me dijo: 'ya deberías saber eso a estas alturas”. La chica, llamada Patricia Ordóñez, acabó dejando la clase de Introducción a la Informática y graduándose en Lenguas modernas, aunque volvería una década más tarde. Para entonces había conseguido vencer lo que los psicólogos clínicos llaman Síndrome del Impostor, un fenómeno que afecta a aquellos que no pueden internalizar sus logros y creen que se deben a la suerte o a la casualidad o a que los demás les ven como más inteligentes de lo que en realidad son.

No todo el mundo compra la teoría de que las mujeres dominaban, o por lo menos compartían el campo de la programación prehistórica hasta que el marketing y la cultura popular decidieron que aquello eran cosas de chicos. En Reddit, varios usuarios señalan que la “explosión de informáticas” de los 60 y 70 se debe a que entonces  incluía el procesamiento de datos como parte de los estudios de Informática y aquellas graduadas sabían bien poco de programación de código.

Claro que eso olvida que los primeros dioses de la informática, esos que ahora se consideran estrellas de rock y se llaman Zuckerberg o Bezos, fueron mujeres.

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